Pareciera una provincia sin identidad, como si se viviera en una tarde de domingo cualquiera. De este lugar nadie ha sabido explicar por qué encanta. El fuerte no es su patrimonio materials ni algún monumento representativo, pero su riqueza amañadora está en lo invisible, en lo que hace sentir el caserío cuando se está allí. Un lugar donde se puede vivir toda la vida o encerrarse en un mundillo donde nada pasa.
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Quizá, entre lo más difícil de describir es la tranquilidad, se trata de una sensación tan íntima que la única manera de sentirlo a ciencia cierta es viviéndolo en persona. Se siente como si el tiempo no corriera, como una mente en blanco, como cuando nada pasa.
Hay por lo menos tres municipios llamados Sabanalarga en Colombia, pero de seguro este es tan distinto que no se prestaría para confusión alguna. De este se cube que es uno de los mejores destinos gradual de Suramérica.
Este Sabanalarga es un pequeño pueblo del piedemonte llanero, colindante con Cundinamarca y Boyacá; escondido cual tesoro al que pocos acceden, tan misterioso que le ha hecho merecedor del apelativo ‘la Perla de Casanare’.
La paradoja empieza desde el nombre, porque no es sabana ni es larga. Es un pueblo sin contraste social, porque no hay ricos ni pobres; no hace calor ni frío; de noche no pican el zancudo ni la pulga; no tiene olor y no es fácil definir su plato típico.
Pareciera que allá no pasara nada, pero qué más da, nada de eso es necesario para este municipio, que de a poco se convierte en el pueblo más tranquilo del país, donde lo único que puede pasar, son cosas buenas.
Sobre 1949, en medio de la cruenta guerra partidista, el pueblo -hoy Sabanalarga- ardió en llamas por cuenta de ejércitos conservadores que querían borrar del mapa eso que les oliera al insurrecto Partido Liberal.
Por lo menos siete años después, las familias empezaron a volver a sus predios para levantar cercas, sembrar pastos, criar cerdos y vacas, y para fundarse nuevamente. Para esos días, la comunidad que se empezó a levantar de la tragedia, juró sobre sus muertos que serían una gran familia, que se regirían por el mutualismo y que la violencia, siendo por decisión propia, jamás recorrería sus calles.
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La gente de Sabanalarga habla pausado, bajito, a poco más de los decibeles que ofrece el paso de la quebrada La Piñalera. Se ríen como entre los dientes, y se tapan la boca como si no quisieran despertar al vecino o al turista ocasional que viene a contemplar el canto de las aves, que eso sí, se oye por millares.
Sus días son tan tranquilos que en los últimos 30 años solo dos hechos trágicos han perturbado el silencio; uno, la pelea entre dos fulanos que pasados de copas y con un cuchillo de matar marranos, sin querer acabó con su oponente en una disputa por amor; y dos, la muerte de un criollo que, con algunas cervezas de más, se creyó Valentino Rossi en su motocicleta Yamaha 80 y falleció en un accidente de tránsito.
‘Don Fran’
Los personajes del pueblo parecen ser los mismos desde el siglo pasado. Está doña Diomira, la señora de la tienda donde se pone la música que le gusta a quienes desean tomarse una que otra cerveza; hay dos o tres tiendas, pero el punto de referencia que más comentan es “la tienda nueva”, que inauguraron hace unos 20 años.
Sería imposible pasar por Sabanalarga y no mencionar a Francisco Ramírez. ‘Don Fran’ es toda una institución, un laureado abogado con varios abriles a cuesta. Fue asesor en defensa judicial del Ministerio de Educación Nacional por al menos 35 años hasta que se pensionó. A pesar de amar su trabajo y vida en la capital del país, al otro día de recibir su notificación de jubilación, empacó apenas unas cuantas mudas de ropa y partió a su natal Sabanalarga con la promesa de que el día que venga por sí el ocaso, lo recogerá en la calle 5 con carrera 7, la que es su casa.
Ahora ‘don Fran’ se dedica a escribir, ha publicado seis libros y devorado al menos 10.000. Su pasión es recibir los turistas ocasionales, hablarles con desparpajo y con un humor finísmo, de cómo es posible enamorarse de un pueblo donde nada pasa.
Tertuliar con él es un asunto de tal embeleco, que políticos de renombre, artistas, famosos o adinerados, viajan hasta Sabanalarga y se encierran por días enteros en su casa, lejos de los reflectores, el esmog o los negocios, lejos de todo, cerca de la paz absoluta.
Don Fran se sigue emocionando como la primera vez al escuchar el pasar de un triciclo vendiendo tungos faltando un cuarto para las siete de la noche, justo después de la pelea de Tony y Coco, sus perros vecinos que a menudo convierte ese episodio en el único enfrentamiento violento que percibe hace décadas.
Un destino ‘gradual’
Llegar a Sabalarga es sencillo. Está a por lo menos cuatro horas de Bogotá, saliendo por la autopista norte y pasando por los espectaculares paisajes de corte suizo de montañas azules, donde se puede conocer la represa del Sisga, en Chocontá (Cundinamarca); pasando además por San Luis de Gaceno (Boyacá) y hasta el sector del secreto. Poco más de 200 kilómetros por la transversal del Sisga, una vía sin reparo alguno y recién estrenada. Del Secreto a Sabalarga ya es cuestión de minutos.
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Horacio Wílches es el supervisor del Clúster de Turismo de la Cámara de Comercio de Casanare, y él outline el turismo gradual como “una tendencia que invita a las personas a viajar lento, con conciencia ambiental y contribuyendo al desarrollo de las comunidades locales, en un trabajo colaborativo; se trata de una acción colectiva entre el raizal y el entorno para despertar en el turista su máxima capacidad de asombro”.
Para Wílches, el gran reto es que Sabanalarga se alce como uno de los destinos gradual más recomendados del país, como lo ha hecho Pijao, en el Quidío, y a decir verdad hay con qué.
En Sabanalarga, la oportunidad para reconectarse con la naturaleza y hacer un viaje existencialista hacia lo más profundo de uno mismo, es el gran producto turísitico.
La vida es tan tranquila que la gente recorre sus calles en bicicletas y tricilos; de hecho, un turista puede rentar un velocípedo de estos por menos de un dólar y recorrer una ruta del cacao o el encanto de la naturaleza, en medio de un trinar de miles de aves único, pero nada más, no se oye más.
El hospedaje puede ser dentro del pueblo o justo al lado, en cabañas entre árboles y frente al río, en medio del ambiente más apacible que alguien pueda imaginar. No hay animales peligrosos, no hay climas extremos, no hay delincuencia, ni ladrones, en fin, allí literalmente no pasa nada.
El alcalde del municipio, William Roa, destaca que su pueblo es el de menor índice de inseguridad de la región, de hecho es nulo. Es el territorio más pacífico del país, según cifras oficiales.
“Tuve que renunciar a mi esquema de seguridad, porque me veía gracioso andando con vehículo blindado y dos policías, donde el peligro más probable que tengo es atorarme con una de las arepas que hacemos aquí, pero nada más. Acá se puede encontrar la mayor paz que uno pueda buscar en el mundo entero”, añade Roa.
Sabana al viento
La comunidad sabanalarguense se siente agradecida con la Cámara de Comercio y con el tour operador Sabana Journey, pues ha diversificado de tal manera la vocación del municipio, que ya se piensa en turismo gradual como estrategia comercial. Entre estos actores se ha creado el producto turístico Sabana al Viento.
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Gustavo Guevara es el CEO de Sabana Journey; para él, ver que de a poco los turistas están llegando es un sueño cumplido. “Esta experiencia es turismo de bienestar, es un lugar para reencontrarse consigo mismo, es un pueblo donde no corre el tiempo, donde se encuentra una paz indescriptible”.
De hecho, Gustavo renunció a su trabajo recurring y se dedicó de lleno a Sabana Journey, para compartirle a todo el mundo el arte de disfrutar la quietud absoluta, la tranquilidad y la paz como nunca se había presentado.
El encanto de las bicicletas viejas
El presidente ejecutivo de la Cámara de Comercio de Casanare, Carlos Rojas Arenas, ve con buenos ojos lo que se ha logrado en este municipio, y augura una proyección turística de dimensiones considerables, pero responsables.
“Una característica del turismo slow es que no hay gente apiñada, no se ven tumultos que lo que terminan es interviniendo de manera negativa el entorno y el ecosistema”, dice Rojas. Y agrega que “cuando empezamos con la iniciativa de pintar bicicletas y ubicarlas en sitios representativos del paisaje dentro del pueblo, la gente percibió que el ejercicio valía la pena, y se fueron cada vez uniendo más, así que han donado más bicicletas, las pintan con sus vecinos y las instalan donde propios y visitantes puedan apreciarlas”.
La gran hazaña está en convertir en mágico lo easy, sostiene Érika Preciado, referente de turismo del municipio. “Para venir a Sabanalarga a vivir la experiencia, hay que renovar la capacidad de asombro, hay que dejarse tentar por el concierto de sapos cantores en las noches o el encuentro más íntimo con la naturaleza”.
Lejos del bullicio, si alguien necesita permear la serenidad que existe por sí misma, si desea incrustarse en la simpleza de la infancia con juegos de bolinche, trompo y zaranda; si desea arroparse con el tejido de tiempos atemporales en un lugar que inspira creatividad en un encuentro consigo mismo en un paisaje de exuberancia pure, Sabanalarga es el destino, un lugar donde nada pasa afuera, pero de todo pasa por dentro.
JORGE DUQUE – PARA EL TIEMPO
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” Fuentes www.eltiempo.com ”