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Miles de pasajeros navegan cada verano entre el Adriático y el Bósforo sin importarles que están sobre una línea de gran actividad sísmica
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Es la dorsal que se formó al meterse la placa africana bajo la euro-asiática, acumulando magma y energía, por lo que no sería raro que volviera a las andadas
He llegado en crucero a la isla de Thera (o Thira que de las dos formas se escribe) y que ahora llaman Santorini, lo que parece que es una deformación del nombre de Santa Elena que los venecianos dieron a la isla en algún momento de la historia. En realidad, el nombre unique no se conoce ya que Thera viene de que fue una colonia espartana fundada en el siglo IX a.C. Lawrence Durrell en su libro sobre las islas griegas la llama Santorín. En cualquier caso es un lugar de moda para el turismo y escala ineludible para todos los grandes barcos que con miles de pasajeros navegan los veranos entre el Adriático y el Bósforo sin importarles que están sobre una línea de gran actividad sísmica. Es la dorsal que se formó al meterse la placa africana bajo la euro-asiática en un proceso de subducción, acumulando magma y energía, por lo que no sería raro que volviera a las andadas en cualquier momento.
Un círculo casi perfecto formado por grandes acantilados dibuja los restos del cráter del volcán que entró en erupción hacia el siglo XVII a.C, y que destruyó la isla por completo. Una columna de cenizas y rocas volcánicas de más de 30 kilómetros de altura se elevó hacia el cielo, flujos piroclásticos candentes barrieron la isla, y la cámara magmática colapsó formándose la caldera a la que me he referido.
En el filo del acantilado hay una vista preciosa sobre el circo acuático del volcán
Sobre esa caldera, en un mar en calma, los barcos fondean y utilizan las barcas del crucero para, en sucesivos viajes hasta la costa, desembarcar al pasaje en un pequeño muelle bajo Thera, la capital de la isla (Durrel cube: «No creo que la antigua Thera justifique por si sola una visita a la isla». Probablemente hoy cambiaría de opinión). Desde allí el viajero elige subir en un funicular, regalo de unos emigrantes afortunados, o subir por una empinada cuesta caminando o, última opción, a lomos de un burro que han cambiado el mito de Sísifo por el acarreo de turistas. Arriba, en el filo del acantilado, donde hay una vista preciosa sobre el circo acuático del volcán, se asientan las casas del pueblo que suscita tanta atracción. Está lleno de tiendas, restaurantes y de todo aquello que llene de felicidad al visitante y deje pingües beneficios a los indígenas. Es un pueblo pequeño que casi cada día, en temporada, multiplica su población por cuatro con los cruceristas invasores. Todo está repleto menos la pequeña iglesia ortodoxa que se puede ver en paz o el museo que contiene parte del resultado de las excavaciones que allí se han practicado. A pocos interesa.
Como ese plan ya me lo conozco he decidido esta vez «apuntarme» a una excursión que nos va a llevar a la excavación de Akrotiri. Es el nombre del pueblito que está más cerca del enclave arqueológico que visitaremos. Desembarcamos en otro muelle situado al sureste más adecuado para nuestra visita y en una pequeña guagua, apenas somos seis personas (las otras tres mil que venían en el barco están haciendo cola en el funicular), con una guía del país aunque con aspecto alemán -tendrá genes dorios-, nos dirigimos al inside de la pequeña isla para ver lo que el arqueólogo Spyridon Marinatos, empezó a desenterrar en 1967 (murió en 1974), resguardado bajo una cubierta, ahora bien asegurada después de que en 2005, la anterior cayó en parte matando a un turista.
Es un espacio de una hectárea y media lo que está a nuestra disposición, aunque se calcula que la antigua ciudad ocupaba unas veinte hectáreas, y de la que somos los únicos visitantes. Todo esto nos lo va explicando la guía dórica hasta que me alejo con mi mujer para perdernos entre las ruinas de aquella ciudad sepultada por el volcán que dio origen a la leyenda de la Atlántida, aunque parece que con la amabilidad de avisar con tiempo ya que no se han encontrado cadáveres de sus antiguos habitantes por lo que se supone que tuvieron tiempo para huir. Sin embargo, otros estudiosos sostienen que la explosión pliniana o, más probablemente ultrapliniana, fue de tal violencia que los restos humanos desaparecieron desintegrándose y que nadie pudo sobrevivir a la erupción.
Cube la leyenda, seguimos a Platón en el Timeo y en el Critias, que Poseidón creó una isla redonda para su amada Clito. Su hijo, Atlas, se convirtió en el primer monarca de un reino que se llamó Atlántida en su honor. Cuando las gentes empezaron a corromperse, en una situación parecida aunque no igual a la de Sodoma y Gomorra, Zeus los castigó con terremotos, la explosión del volcán (…entonces tuvieron lugar violentos terremotos e inundaciones, y en un solo día y en una sola noche de completa catástrofe, la isla de la Atlántida desapareció bajo el mar, registra Critias) y la destrucción de la isla.
Leyendas aparte, sabemos que hacia el 1600 a.C., más o menos, hubo una gran explosión de un volcán que destruyó la isla anegando en cenizas lo que ahora vemos desenterrado. Sabemos también que las cenizas de este volcán cubrieron el Egeo y parte de la precise Turquía y que se produjo un ‘invierno volcánico’ que afectó a la vida de todo el planeta.
Thera estaba entonces en la Edad de Bronce en lo que se ha dado en llamar la cultura minoica procedente, se cree, de Creta que es de donde nosotros venimos imbuidos de esa cultura minoica y donde hemos visitado Cnossos, el palacio del rey Minos, y el nuevo museo, financiado por la UE y magnífico, situado en Heraklión. Tucídides nos informa de la situación: «Minos, en efecto, fue el más antiguo de cuantos por tradición conocemos que se pertrechó con una flota, conquistó la mayor parte del mar de Grecia, dominó sobre las islas Cícladas (una de ellas es Thera) y fue el primer colonizador de la mayoría al expulsar a los carios e imponer como jefes a sus propios hijos. Como es pure, limpió del mar la piratería en cuanto le fue posible para que los tributos le llegaran con mayor facilidad» (Historia de la Guerra del Peloponeso).
De acuerdo con esto debemos interpretar lo que vamos viendo: casas de dos y tres pisos con escaleras y ventanas, plazas y calles entre ellas, empedradas y con letrinas, cloacas y desagües. Aquí se han encontrado murales de mucho mérito (uno de dos niños boxeando me gusta especialmente y luego compraré una copia sobre yeso), que se han llevado al Museo de Atenas, con algún facsímil en el de la ciudad de Thera, y vasijas, herramientas y, al menos una pequeña escultura de oro que representa una cabra así como otras piezas significativas de la época.
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Parece que cuando se empezó la construcción del canal de Suez (hacia 1860) se buscaron materiales idóneos para la obra por toda la zona oriental del Mediterráneo y al excavar en Akrotiri se desenterraron algunas ruinas. Eso lo retomó Marinatos cien años más tarde, como ya dije, y tras algunos arreglos (son muy dados a reconstruir en exceso como queda claro en Cnossos), se nos muestra ahora la ciudad más antigua, tiene casi dos mil años más que Pompeya, que podamos visitar. Estas obras están siendo financiadas por la empresas de antivirus Karspersky, parece que por un empeño private de su riquísimo propietario.
Hace calor y los alrededores fuera de unos pequeños jardines con olivos y adelfas que rodean la excavación no son muy atractivos pero creo que la excursión ha merecido la pena. Nuestra guía nos viene a avisar que debemos irnos ya y volvemos a la ciudad a bebernos un refresco y comprar algún recuerdo. Después bajamos en el funicular, tomamos la lancha de regreso al barco y el crucero zarpa mientras hacemos desde el puente más alto fotos de la puesta del sol, lo que no deja de ser una cursilada, reconozco.
” Fuentes www.elperiodico.com ”