Todos los audios son muy parecidos. Un terrorista descuelga el teléfono y explica sin mucha gravedad que acaba de colocar un artefacto explosivo. Lo hace poniendo vocecillas, o distorsionándolas, con acentos extravagantes o forzando los agudos. Al otro lado de la línea, el funcionario responde con educación e intentando no equivocarse al anotar el lugar y el momento de la deflagración.
“¿Me puede repetir la calle, por favor?”.
La conversación se alarga unos cuantos segundos y resulta hipnótica. Cuando acabas de escuchar cinco o seis diálogos similares, ya estás dentro. Conectas una sintonía que se nos ha ido olvidando estos años: la de la cotidianeidad del terrorismo.
Vitoria es una de las ciudades más elegantes y tranquilas de España: el lugar perfecto para albergar algo tan incómodo y volátil como el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Se inauguró el 1 de junio en la sede —ya sin uso— del Banco de España, lo que no deja de ser paradójico. Los primeros días aparecieron pintadas y hubo algún pequeño acto de protesta. Ahora ya es parte del paisaje, aunque siguen siendo muchos quienes prefieren no verlo.
Los memoriales los carga el diablo y este en concreto tenía especial peligro. Pero el planteamiento inicial desactiva la polémica. Y los detalles pulverizan la suspicacia. Se centra en lo concreto, es pudoroso hasta límites sorprendentes y coloca el dolor en el centro —sin pornografías—, otorgando por ejemplo la misma dimensión de partida al terrorismo de Estado, a los GAL. En este sentido, está a la altura de la Galería 11/07/95 de Sarajevo o del Museo del Holocausto en el Nationwide Mall.
Uno de los reclamos más mediáticos es la reproducción del zulo de Ortega Lara. No hay aquí mucha sorpresa, porque la experiencia resulta tan asfixiante como uno puede imaginarse. Lo inesperado llega más bien en los montajes audiovisuales y en los detalles. Por ejemplo, en las cartas de extorsión enviadas por ETA, expuestas y contextualizadas. Se aprende que a partir de cierta fecha la extorsión se burocratiza y todas tienen un código alfanumérico, como si fuesen un comunicado de la Agencia Tributaria.
A uno le resulta complicado llegar a conclusiones o aventurar moralejas sobre un asunto tan movedizo, tan vivo, tan sufrido y con tantos estudiosos contemporáneos como el terrorismo. Lo que sí se puede hacer es decir que el Memorial es mucho más que la expresión de una mirada política, que no hay ningún motivo por el que no ir a visitarlo, que nos interesa a todos (aunque creamos lo contrario) y que, al salir, te deja un buen rato pensando por las calles de una ciudad hermosa.
Todos los audios son muy parecidos. Un terrorista descuelga el teléfono y explica sin mucha gravedad que acaba de colocar un artefacto explosivo. Lo hace poniendo vocecillas, o distorsionándolas, con acentos extravagantes o forzando los agudos. Al otro lado de la línea, el funcionario responde con educación e intentando no equivocarse al anotar el lugar y el momento de la deflagración.
” Fuentes www.elconfidencial.com ”