Sin convertir el instituto en una agencia de viajes, favorecíamos cualquier iniciativa del profesorado en ese sentido: teatros, conciertos, museos, esquí, competiciones deportivas, olimpiadas, concursos, intercambios, and so on. Pero, además, a nivel de centro todos los alumnos tenían la posibilidad de participar en un viaje especial y apropiado para cada curso: Los de primer ciclo de secundaria no dormían fuera de casa, pero salían un día a Coruña, Cabárceno, and so on. En los últimos años siempre decidieron ir a Madrid, a la Warner o al Parque de Atracciones. El segundo ciclo de la ESO ya podía elegir un viaje de tres o cuatro días, lo que supone pernoctar fuera de casa, en algún caso por primera vez. En los últimos quince años siempre decidieron Cataluña (Barcelona, Monasterio de Poblet, Delta del Ebro, la playa y Port Aventura). Los de primero de bachillerato podían disfrutar de un viaje de fin de curso de ocho días donde quisieran, pero siempre quisieron Italia. Los de segundo de bachillerato estaban muy ‘pillados’ por la selectividad y sólo después de esta prueba solían ir por su cuenta donde quisieran y como quisieran, pero sin ninguna responsabilidad del instituto.
Esta period la planificación de los viajes extraescolares. Los alumnos lo conocían perfectamente desde el primer día de curso y también sabían muy bien las condiciones que debían cumplir para poder entrar: «De acuerdo con el reglamento del instituto, para participar en los viajes extraescolares, no podían tener una falta grave ni tres faltas leves». Puedo asegurar que esta condición para los viajes period la mayor motivación para la mejora del comportamiento. Ningún alumno inteligente se jugaba un viaje a Italia por cometer una tontería.
Desde el mes de septiembre comenzábamos la organización del viaje de fin de curso. Son miles de detalles los que hay que preparar para no tener demasiados problemas. Doy muchas gracias a Dios porque he corrido demasiados riesgos y nunca nos ocurrió nada grave. Todavía hoy se me ponen los pelos de punta cuando repaso los peligros en los que estuvimos durante más de treinta años y llevando por el mundo a muchos miles de alumnos. Y no me estoy refiriendo sólo a los posibles accidentes de tráfico, aunque hicimos muchos kilómetros con diferentes chóferes o autobuses, pienso en las innumerables aventuras y amenazas que debíamos superar cada día. ¡Cuántos peligros! ¡Cuánto trabajo hemos dado a nuestro ángel de la guarda! Podría llenar un libro de variadas e interesantes anécdotas de los viajes. Un día me despertaron en un lodge de Roma con una llamada del responsable de sanidad en León para comunicarme que acababa de morir con meningitis un muchacho que había besado a una alumna de nuestro grupo, justo al despedirse en León, y que vendría una UVI móvil a vacunar a los ciento treinta participantes del viaje antes de desayunar. Conocí muchas urgencias de hospitales de Italia por caídas, fiebres o dolores. Un año, cuando llegamos a la plaza del Palio en Siena empezó a llover ‘a cántaros’. Nos metimos los cien del grupo bajo el toldo de la heladería Gaia, la recuerdo bien, porque el dueño de la heladería recogió el toldo cuando más caía. Nos fuimos todos mojados y con catarro hasta Roma. Hay italianos así de simpáticos. En una ocasión, en uno de los primeros viajes se quedaron con la fianza del lodge, mil pesetas por alumno. En aquel lodge de cuatro estrellas había dos comedores, uno con una máquina de café y pan y mantequilla y otro con un bufet libre espléndido. A partir del segundo día me negué a volver al comedor creado sólo para nosotros y metí a los alumnos en el comedor regular. Sólo con la policía pudimos rescatar la fianza. Italia es así. Es muy difícil que los italianos devuelvan todo el dinero fiado cuando lo tienen en su mano. Nunca más di una fianza, yo me comprometía con mi Visa porque lo tenían más difícil.
Es muy difícil describir todo lo que sucede en un viaje de fin de curso. Se acercan distancias entre los jóvenes que hacen piña y gracias a este viaje el alumno mejora la confianza, seguridad, fortalece lazos, descubre nuevos compañeros, se divierte mientras adquiere conocimientos, aumenta la autoestima y para siempre quedará en su recuerdo como un viaje inolvidable. Una de nuestras más brillantes alumnas, Charo Robles, llegó al IES Lancia en 1988, el año de su inauguración, y después de una carrera ‘de diez’, la ficharon en la Universidad de Harvard (EE UU) para investigar el ritmo circadiano o Cronobiología y desde 2017 lidera su grupo de investigación en la universidad más prestigiosa de Alemania, LMU. Esta insigne científica daba una conferencia en León, posiblemente por primera vez, a la que acudieron nuestros alumnos mayores de ciencias porque querían conocer cómo ella había llegado desde el IES Lancia al Olimpo de Harvard y ahora estaba recorriendo el mundo dando conferencias. La seguían obnubilados, ni pestañeaban. En ruegos y preguntas le preguntaron qué recordaba de sus años del instituto y su respuesta fue rotunda: «muy poco, fue una época feliz de mi vida de la que me quedo con el viaje a Italia». Ese viaje de fin de curso ha pasado a ser el mejor de su vida para la mayoría de mis alumnos.
” Fuentes www.lanuevacronica.com ”