En el precise escenario de emergencia climática en el que estamos inmersos, sería importante impulsar, common y ordenar el turismo pluriestacional ofreciendo modalidades de disfrute en diferentes épocas y teniendo en cuenta en cada una de ellas el incremento térmico que anticipan los escenarios de cambio climático
Esta Semana Santa, después de algo más de dos años de pandemia, hemos vivido lo que conocimos en épocas anteriores. A la espera de la contabilización de datos reales sobre los viajes realizados por aire, por mar y por tierra, he leído en algún medio de comunicación que en el Estado español unos 15 millones de vehículos se han movido por las carreteras, quemando carísimo carburante como si no hubiera un mañana.
Durante la grave disaster de covid-19, llegamos a escuchar y a oír que en el futuro inmediato se daría un cambio drástico del modelo turístico y que el llamado turismo de masas poco menos que iba desaparecer, y que las cuestiones ambientales y sociales iban a ser las prioritarias, así como la disaster climática. También se dijo que se dejarían de lado los viajes a destinos lejanos o de larga distancia, y que serían mucho más locales y cercanos. Parece que nada más lejos de la realidad.
El pasado 10 de abril, un grupo de investigadores aragoneses firmaron un manifiesto titulado Por un Turismo pirenaico sostenible en el que cuestionan el plan de ampliación de la superficie esquiable comercial en los Pirineos a la luz de la evolución climática observada y prevista en el ámbito pirenaico, en buena parte recogida en el Informe del Observatorio Pirenaico del Cambio World de 2018. Anteriormente, más de 150 investigadores de 14 universidades y centros de investigación de Cataluña y también de Francia, entre cuyos firmantes hay ecólogos, biólogos, arqueólogos, geólogos, geógrafos, historiadores o economistas, presentaron un manifiesto en el que rechazan la propuesta de celebrar unos Juegos Olímpicos de Invierno en 2030 en el Pirineo por los efectos que tendría en el entorno.
En dicho manifiesto se viene a decir que “el Pirineo ha perdido su modelo de vida tradicional y unos Juegos Olímpicos de Invierno aún le enfocarían más al sector turístico masivo”, y alertan y lamentan la pérdida de sectores tradicionales como son la agricultura y la ganadería y la pequeña industria de transformación. La celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno en el Pirineo, avisaban también, de que “pondrían en riesgo la preservación de numerosos yacimientos arqueológicos de la zona”.
Los firmantes mantienen que la propuesta “se enmarca en la defensa de un modelo de desarrollo socioeconómico para las áreas de montaña basado en el turismo de masas” y que “los datos científicos demuestran que este modelo es incompatible con la crisis climática y los retos sociales y ambientales que afronta el territorio”. De hecho, los científicos sostienen que su celebración “puede ser incompatible con diversos compromisos legales y políticos adquiridos por las instituciones catalanas” en materia ambiental o turística. Y, señalan que “la mayoría de estaciones de esquí del Pirineo serán inviables a finales de siglo”. “Un 70% de las estaciones no serán viables sin nieve artificial, mientras que un 7% no podrá funcionar ni siquiera con el uso de cañones y necesitan nieve artificial”, por la subida de las temperaturas. “Los Juegos solo se podrían realizar con un aumento del consumo de energía, agua y un aumento de la contaminación”.
Esta propuesta es una muestra más de que se siguen con las políticas continuistas por parte de algunas instituciones sin querer ser conscientes de la emergencia climática en que vivimos.
Pero volviendo a la pandemia de covid-19, en cuanto nos vimos encerrados en nuestras casas, se vieron rápidamente las consecuencias beneficiosas de semejante parón en algunas cuestiones. Así, se redujo radicalmente el transporte debido a las restricciones a los viajes, la reducción de los desplazamientos al trabajo, el cierre de escuelas, el bloqueo del turismo, etcétera. Todo ello fue un momento de respiro ambiental. Pero ha sido una cuestión pasajera. Las emisiones cayeron debido al parón económico que hubo, pero hace tiempo que hemos superado los niveles antes de la pandemia, y hemos vuelto a las andadas. Estos días de Semana Santa hemos visto que para cuatro días de vacaciones se ha viajado a donde fuera, sin pensar dos veces, y optando con las mayores prisas en muchos casos por lo lejano y lo rápido.
En los últimos años, el transporte es el sector donde más rápido crecen las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, y las previsiones apuntan a que en breve será el sector que más contribuya al cambio climático. En el caso de Euskadi, según el último Inventario de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEIs), el transporte es el sector que más ha crecido de todos, con un 14% en el periodo 2005-2019.
En este contexto, parece que se nos ha olvidado que vivimos en una casa común que es el planeta Tierra, y que cada comportamiento private está intrínsecamente unido a lo colectivo. En el precise escenario de emergencia climática en el que estamos inmersos, sería importante impulsar, common y ordenar el turismo pluriestacional ofreciendo modalidades de disfrute en diferentes épocas y teniendo en cuenta en cada una de ellas el incremento térmico que anticipan los escenarios de cambio climático.
Pero, además, de la guerra en Ucrania u otras, y de la pandemia, hoy en día el mayor desafío que tiene la humanidad es la disaster climática. El sexto y último informe del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas (IPCC) plantea que el tiempo se agota y que es muy urgente tomar medidas, si queremos que se cumpla el Acuerdo de París, aprobado en diciembre de 2015, en el que se afirma que no se debe sobrepasar un aumento de 1,5º para finales del siglo XXI. El IPCC plantea que para no superar la temperatura de 1,5º para finales del presente siglo, en 2050 el consumo de carbón, petróleo y gasoline deberían reducirse al 100%. Una reducción tan importante supone un replanteamiento radical de modelo de producción y de la economía, si se quiere evitar situaciones en las que el impacto negativo para los ecosistemas y la vida humana sea gravísimo. Y, vamos muy mal. Los fenómenos derivados de la disaster climática son muy peligrosos y se están desarrollando muy rápidamente, y, por tanto, hay que actuar ya. Los expertos estiman que la realidad precise es peor que las previsiones que se hacían hace unos años.
Para ir avanzando, tal vez podríamos probar qué tal nos va con lo pequeño, lo cercano, lo lento… El planeta lo agradecería. Convendría acordarse de la obra de Ernst Friedrich Schumacher Lo pequeño es hermoso, escrita en 1973, que, traducido a más de treinta idiomas, se trata de un vigoroso alegato contra una sociedad distorsionada por el culto al crecimiento económico. Schumacher fue uno de los más profundos inspiradores de la perspectiva alternativa y ecológica de la economía, que él quiso transformar en una “meta-economía” humanizada. * Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente
” Fuentes www.noticiasdealava.eus ”