Monte Takao
No es difícil ver en la línea de tren con dirección a Takaosanguchi a viajeros equipados con ropa y botas de montaña. A menos de una hora en tren de Tokio, se encuentra el Monte Takao, todo un mundo de rutas de senderismo y el lugar al que los tokiotas que buscan desconectar de la ciudad miran más habitualmente. La variedad de senderos que ofrece, de diferentes niveles de dificultad, necesitarán un mínimo de hora y media para completarlos e invitan a una conexión complete con la naturaleza, sobre todo en primavera o en otoño, cuando la vegetación se llena de colores.
Nakameguro
El poeta Issa Kobayashi supo concentrar la belleza de los sakura en flor en uno de sus geniales haikus: “Mi mente adormecida/Cuenta las flores de los cerezos/Una noche lluviosa”, y ese es el espíritu que contagia al viajero que pasea por Nakameguro cuando los cerezos a orillas del río Meguro florecen y forman una especie de túnel vegetal durante unas semanas cada primavera. Un colorido espectáculo que se puede disfrutar incluso de noche con el encendido de bombillas y farolillos. La naturaleza y lo urbano conviven así en equilibrio en un barrio que se caracteriza por sus restaurantes, sus cafeterías y pequeñas tiendas de antigüedades, arte y ropa.
Santuario Meiji Jingu
El emperador Meiji (1852-1912) promovió que Japón se convirtiera en la nación moderna que se encuentra hoy en día el viajero al llegar. A él y a su esposa, la emperatriz Shoken, está dedicado el santuario Meiji Jingu en Tokio, en el centro de un frondoso bosque formado por 120.000 árboles de 365 especies diferentes que fueron donados por diferentes pueblos del país cuando se construyó el santuario a principios del siglo XX. El lugar funciona como un inmenso pulmón verde de Tokio que transpira paz y tranquilidad.
Jardín Shinjuku Gyoen
De espacio pure para uso y disfrute del antiguo señor feudal (daimyo) Naito quien vivió en el período Edo (1603-1868), a convertirse en el mayor oasis verde de Tokio, ese es el recorrido de este fascinante Jardín Nacional. En realidad, son tres jardines en uno que se extienden por casi 60 hectáreas de superficie: un jardín clásico de estilo francés, con una colección espléndida de rosales; un jardín inglés, con amplias explanadas rodeadas de cerezos; y un jardín tradicional japonés con estanques y puentes. Cada uno de ellos sirve de espacio para conectar con la belleza de la naturaleza, sobre todo en otoño o en primavera.
Monte Fuji
Las fuertes erupciones de hace aproximadamente 100.000 años hicieron surgir al monte Fuji y le dieron su característica forma cónica. La belleza excepcional del monte Fuji trasciende la maravilla geológica para consagrarse como todo un icono cultural y un lugar espiritual, tal como demuestra la existencia de numerosos santuarios a los pies del monte. Reconocido como Patrimonio de la Humanidad desde el año 2013, las miles de personas que suben cada año a su cima en verano son, en cierto modo, continuadores del famoso religioso ascético Hasegawa Kokugyo (1541-1646), quien se cree que escaló la montaña un centenar de veces. Actualmente, quienes quieran divisar el horizonte desde su cima tienen a su disposición la ruta Subashiri, la ruta Fujinomiya, la ruta Gotemba y la ruta Yoshida, que abren en verano y cierran a principios de septiembre, cuando las condiciones climáticas no permiten el ascenso. Lo mejor, sin embargo, es consultar las fuentes oficiales para tener una previsión meteorológica actualizada en todo momento.
Miyama
Son solo 39 kilómetros desde el centro de Kioto, pero suponen todo un viaje en el tiempo. Miyama es una aldea única en la que palpita la tradición y la belleza pure. Allí parece que el tiempo se ha detenido en este paisaje salpicado de casas tradicionales rematadas por característicos techos de paja, aunque en realidad toman lo mejor del pasado para mirar al futuro de forma sostenible. Es el caso de algunos alojamientos que han sabido introducir la modernidad sin renunciar a la sostenibilidad. Todo para que Miyama siga haciendo honor al significado de su nombre: “La montaña hermosa”.
Saiho-ji (Kokedera, templo del musgo)
Tupidos musgos -de los que se contabilizan más de 120 especies diferentes- se extienden entre los arces, sobre las raíces de los árboles centenarios y de las rocas. Esa es la especial atmósfera de tranquilidad y paz que ocupa los terrenos y jardines del Saiho-ji (en japonés, “templo de las fragancias del oeste”), un templo budista situado al oeste de Kioto que en 1994 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Para preservar la paz y el cuidado del musgo, el número de visitantes que se aceptan cada día es muy pequeño, así que la entrada al templo requiere reserva previa a través de su página internet.
BOSQUE DE BAMBÚ DE ARASHIYAMA
La luz y el murmullo de la brisa se filtra entre miles de bambúes que se alzan hasta veinte metros de altura, confiriendo al lugar una atmósfera onírica que convierte el paseo por el bosque de bambúes de Arashiyama en una experiencia inolvidable. Se desconoce su antigüedad, pero su fama es tal que aparece en algunas de las obras literarias más antiguas de Japón como lugar de retiro para la nobleza japonesa. En sus alrededores se ubica el templo budista Tenryu-ji (siglo XV), declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994. El bosque no solo es una perífrasis de lo mejor de la estética japonesa, también es un referente de la cultura de la sostenibilidad, ya que los bambúes que se utilizan como materia prima en la artesanía native se replantan simultáneamente y en la misma proporción.
Castillo de Osaka
El grupo de rascacielos modernos de acero y vidrio de los alrededores contrasta con el castillo de Osaka, testigo de luchas pasadas y una de las coordenadas históricas fundamentales del proceso histórico que dio como resultado la unificación de Japón. Aunque se empezó a construir a finales del siglo XVI, su vistosa torre principal es una reconstrucción de 1931. El castillo está rodeado por un parque de más de un centenar de hectáreas que constituye todo un oasis verde tanto para los habitantes como para los visitantes de la ciudad. Su abundante naturaleza garantiza el disfrute visible, sobre todo durante la primavera, cuando sus centenares de cerezos brindan uno de los mejores lugares para hacer hanami (literalmente “observar las flores” pero se refiere a la actividad de reunirse con amigos o familiares para hacer un picnic mientras se observan las flores) de la ciudad.
Ikeda
Hay que mirar al noroeste de Osaka para disfrutar de más espacios naturales y de más gastronomía native. En concreto en Ikeda, ciudad famosa por albergar el museo que funciona como oda a los fideos, el Museo del Ramen Instantáneo. Pero, además, en esta zona de la prefectura de Osaka se encuentra un espacio revelador de la importancia que la cultura japonesa da a la naturaleza, el Parque Conmemorativo de la Expo de 1970. El lugar que protagonizó el desarrollo económico y social de Japón en la posguerra se ha reconvertido en un parque público de más de 260 hectáreas que funciona como zona de recreo y desconexión para los habitantes de Osaka.
Parque de Minoo
Que se encuentre a sólo 30 minutos en tren desde el centro de Osaka hace de este parque un necesario desahogo a los ritmos propios de la ciudad. De hecho, el enclave se convierte en un lugar muy well-liked cuando llega el otoño. A partir de mediados de noviembre, las hojas de los árboles se convierten en un marco pure rojizo para las cascadas Minoo, que tienen una altura de 33 metros y son el atractivo principal del Parque Minoo. Al puente que funciona como mirador improvisado se llega tras caminar unos 45 minutos por un sendero adecentado de ligera inclinación.
Isla Miyako
Esta isla es la representación elegant del perfect playero. Alberga tres playas de las diez mejores de Japón; entre ellas, la mejor, Yonaha Maehama, una playa de enviornment blanca resplandeciente que da la sensación de ser infinita. Otra de las coordenadas más pintorescas está en el cabo oriental, ¿o es que alguien se puede resistir al encanto de un faro blanco con vistas a un mar esmeralda? No es extraño que el faro de Higashi-Hennazaki esté considerado como uno de los enclaves más bellos de Japón. Pero hasta en el paraíso hay que pagar impuestos, esa es la historia de Nintozei-ishi, la piedra de los impuestos. Mide 1,4 metros de altura y en la antigüedad marcaba la altura a partir de la cual ya se tenía edad para pagar impuestos.
Isla Kerama
El coloration azul que rodea a este pequeño conjunto de 22 islas y arrecifes de Okinawa es tan característico que ha dado nombre a un coloration, el “azul kerama”. Sólo están habitadas cuatro de ellas, Tokashiki, Zamami, Aka y Geruma; el resto, un paraíso virgen. En sus aguas, como si uno flotara liviano en el cielo, se puede disfrutar de unos de los puntos de snorkeling y buceo más espectaculares de Asia. En invierno, reciben la visita de un buen número de ballenas jorobadas que migran hasta allí para reproducirse.
Isla Kume
A tan solo 30 minutos de vuelo de Naha, capital de la prefectura de Okinawa, y a la vez tan remota. Esa es la sensación que se tiene al aterrizar en este otro paraíso subtropical. Antaño conocida como Kumi no Shima, literalmente “isla de extraordinaria belleza como una joya”. No parece una exageración cuando uno pasa un día playero perfecto en Eef Seashore o ve una puesta de sol en la playa de Shinrihama. En sus aguas profundas es fácil nadar con mantarrayas. Para celebrar la estancia en un paraíso así hay que brindar con awamori producido en las destilerías tradicionales de la isla.
Isla Taketomi
Los habitantes de la isla siempre han creído que los malos espíritus sólo son capaces de avanzar por sendas rectas, así que ellos trazaron las lindes de sus calles con muros de piedra coralina de forma irregular en el centro de la isla. Una isla llena de mariposas, flores de colores, playas coralinas y cultura, que debido a su pequeño tamaño se puede explorar tranquilamente a pie o en bicicleta con la complete seguridad de no encontrarse nunca a los malos espíritus. Aunque el transporte tradicional de la isla siempre han sido los carros tirados por búfalos de agua. Una curiosidad más, la playa Kaiji tiene enviornment con forma de estrellitas pequeñas. En realidad, son restos de diminutos foraminíferos.
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