Una de las incógnitas de estos tiempos pandémicos es qué quedará de lo nuevo y qué se desvanecerá de lo viejo. La virtualidad se abre paso entre la fobia y los excesos del solucionismo tecnológico. No queda del todo claro el rol de las subjetividades en un mundo que cambiará, poco o mucho, pero que ya no será el mismo.
Las respuestas al nuevo estado de cosas son múltiples y en el arte, la salida más ordinary es trasladar aquello que period presencial al espacio digital. Así se hizo con museos y exposiciones, cursos y seminarios, convocatorias y otras iniciativas. En rigor, y más allá de algunos aciertos, se tomó el camino más sencillo y no se agregó valor con la irrupción de la dimensión digital.
Ojos en el cielo, la propuesta de Silvia Gurfein para la Fundación Klemm, rompe con la inercia de la discusión entre virtualidad y presencialidad planteando un esquema que desde lo conceptual, lo metodológico y lo visible, imagina un universo enteramente diferente. Su planteo es el de una investigación, valga la referencia con el título, a cielo abierto. El interés por mostrar las distintas etapas del proceso de investigación-creación y de hacer participar dimensiones laterales es muy specific y muy authentic. En rigor de verdad, el método planteado por Gurfein excede los límites de la investigación sobre el arte y permite pensar en las posibilidades de rituales similares en otras disciplinas.
Obra de Silvia Gurfein que integra su proyecto curatorial “Ojos en el cielo” .
Todo surge de un gesto poético: mirar el cielo para imaginar la Tierra y cómo habitarla. A partir de allí, movida por las circunstancias, la curadora generó una serie de elementos integrados, en este principio, a la obra de Julián Terán, protagonista del primer capítulo del proyecto. Además de las obras, el sitio (podríamos denominarlo espacio y no sería equivocado) se puebla de entrevistas con el artista, de textos explicativos, de obras propias de Gurfein y elementos adicionales. Hay fotos de Terán en su faceta musical, y está profusamente documentado el proceso creativo de esta constelación con dibujos, referencias, escritos y fotos que ayudan a comprender el proceso creativo. Es iluminadora la libertad con que el proyecto está planteado y cómo usa esos márgenes para crecer, dando, al mismo tiempo, la sensación de un trabajo en elaboración y construcción continua.
De la serie “Territorios celestes”, 2019. Dibujos de Terán sobre las páginas del libro “Amateur Astronomy”.
Los artistas que tiene pensado convocar Gurfein para los futuros capítulos del proyecto mantienen una relación con el cielo. Lo exploran, lo dibujan, lo observan y lo convierten en un hecho estético.
La aventura comienza con Julián Terán y una familia de cinco collection de trabajos con el cielo como tema excluyente. Trabajadas en formatos diferentes y con intenciones distintas, las obras guardan la coherencia temática y dibujan una línea de tiempo y espacio creativo constante, lo que se refuerza con las conversaciones que el artista tiene con la curadora en otro lugar del sitio.
En Territorios celestes, Terán dibuja el plano de las constelaciones sobre las páginas de un libro. El texto, Newbie Astronomy, lo encontró de casualidad en una casa familar, y utiliza sus páginas para pintar, en un negro profundo, la forma geometrizada de las constelaciones. Son 89 piezas en las que los dibujos toman una forma de cuadrícula barrial y al mismo tiempo, vistas juntas, parecen una suerte de alfabeto ancestral, o de explicación cosmogónica del universo.
De la serie “Luna santiagueña”, 2020.
Siempre dentro del espectro del dibujo, la siguiente serie de trabajos, Sistemas de tránsito y reescritura, agrega algunos elementos que le dan otra complejidad compositiva y una envergadura mayor. Realizadas sobre papel milimetrado, lo que ya predispone a cierta percepción cientifista, una serie de puntos de diferentes tamaños se reparte por la superficie y son unidos por trazos que se entrecruzan, formando figuras que semejan telarañas, o bien mapeos de geolocalización. Estos dibujos, siempre en negro, están intervenidos con textos producidos por computadora sobre la base de canciones populares. Este punto es introductorio a las otras collection y se constituye también en eje central del trabajo de Terán, donde la mirada hacia el cielo termina confirmando opciones terrenales y pueblerinas.
En Nocturnos, la serie siguiente, aparece la dimensión musical de Terán. Sobre partituras, el dibujo de las constelaciones aparece hecho con perforaciones en papel. Cada una de las piezas es de una dimensión distinta y, expuestas juntas, reviven una atmósfera de danza que envuelve el espacio dando forma a una bóveda celeste que combina lo visible con lo musical en estado latente.
En Rastros Celestes siguen predominando el dibujo y el negro, pero cambia el soporte y el tipo de representación. Las collection anteriores, realizadas entre 2014 y 2015 eran concluyentemente abstractas y necesitan de una elaboración analítica más sofisticada para su comprensión integral. En cambio, esta serie, de 2019, escenifica figurativamente lo que en las anteriores se podía adivinar. Aparecen las formas zodiacales influenciadas por Johaness Hevelius, astrónomo polaco del siglo XVII considerado el fundador de la topografía estelar. Un centauro, una cabra, un toro, son dibujados por Terán sobre la base de papel carbónico usando una técnica en negativo. La figura queda estampada en el fondo y se refuerza visualmente con trazos fuertes y firmes sobre el papel, como confirmando su presencia y su potencia simbólica.
Terán se propone como continuador de la tarea de Hevelius e intenta, en su última serie, de este año, cifrar la superficie lunar desde el norte árido de la Argentina. En 12 trabajos en tinta negra sobre papel, dibuja diferentes perfiles lunares, marcando puntos específicos numerados. Cada punto es una referencia que se corresponde con un nombre de alguna localidad de la provincia de Santiago del Estero. La recuperación toponímica que hace el artista forma parte del ejercicio investigativo que circula la totalidad de la obra en el intento de combinar la mirada estética con la reivindicación lingüística y native. El resultado visible está muy logrado y la variación que establece entre una manera medieval de presentar el paisaje lunar y la nomenclatura ancestral funciona como un incentivo pure a la imaginación del espectador.
La curaduría suele generar debates. El “curacionismo” es un mal de época contra el que está bien rebelarse. Pero cuando la tarea está bien hecha, la diferencia se comprueba. El trabajo de Gurfein, además del aporte artístico, tiene el valor adicional de acompañar las teorizaciones contemporáneas que sostienen que ya no vale establecer la diferenciación entre lo digital y lo que no lo es, entre lo digital y lo analógico o entre el on-line y el offline. Nuestro mundo abarca y unifica esas esferas hasta volverla una sola, con límites cada vez más porosos e inútiles. En el plano artístico, afortunadamente, su cielo se irá poblando de estrellas y su bitácora será un excelente recordatorio del mejor de los viajes.
Se accede a libremente “Ojos en el cielo” en http://proyectos.fundacionfjklemm.org/
” Fuentes www.clarin.com ”