Llanuras alfombradas de musgo que se extienden hasta el horizonte. La colección de cataratas más caudalosas y fotogénicas de Europa. Volcanes que pueden hacer erupción bajo enormes masas de hielo y provocar crecidas devastadoras. Ochocientos manantiales termales, géiseres aparte. Una inmensa altiplanicie desértica orlada por un glaciar que se desparrama por ella como la cobertura de merengue de una tarta. Un aire cuya pureza vivifica la nariz al descender del avión… Islandia no se parece a ningún otro lugar del mundo. Recorrer la isla permite disfrutar de paisajes dignos de la mitología nórdica, escenarios de apariencia casi sobrenatural. Y sin necesidad de creer en los huldufólk (elfos, trolls…), como hacen más de la mitad de los islandeses.
La forma óptima de conocer la isla es darle la vuelta por la carretera asfaltada que en su mitad sur discurre próxima a la costa. Un ruta de 1340 km que merece la pena ampliar tomando alguno de los autobuses de línea con tracción integral que se aventuran por las pistas de la meseta inside y que, tras vadear algún río, conducen a parajes extraordinarios.
El Landnámabók (Libro del Asentamiento, compilado en el siglo XII) cuenta que Ingólfur Arnarson, originario de Sogn (Noruega), desembarcó en la isla en el año 874. Siguiendo la tradición, al avistar tierra arrojó por la borda los öndvegissúlur, los postes de madera de su sitial de ceremonias, esculpidos con motivos sagrados. A dos criados les llevó unos tres años localizarlos en la costa, y en ese lugar Ingólfur fundó Reikiavik («bahía humeante»).
Hace casi 40 años no sabía si dar la vuelta a Islandia en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario. Así que, evocando a Ingólfur, mi primo Fernando y yo lanzamos al aire una moneda de cinco coronas. Los dos delfines saltando de la cara indicaban claramente una ruta antihoraria o levógira. Resultó una opción tan acertada que la repetí en viajes posteriores. Y la recomiendo vivamente. Partir de Reikiavik hacia el sur brinda alicientes desde el primer día, con enclaves que hacen única a Islandia a corta distancia unos de otros. Eso garantiza el asombro y la variedad de entrada; también supone un destino idóneo si no hay tiempo para dar la vuelta a la isla. Mediada la segunda semana, recorrer los sobrios y descarnados paisajes del norte añadirá otra dimensión a la ruta.
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”