“A los 50 años llegué a a tener demasiado estrés y decidí que ya era suficiente, que era mi momento de priorizarme y cumplir mis sueños. Por esa razón vendí todo y me eché a volar”, arranca cumplidos ya los 60 la argentina Mónica Romero, que traspasó su negocio de interiorismo y organización de eventos, muebles incluidos, y se dedicó a planificar y ejecutar viajes por todo el mundo. Sola. A excepción de una bicicleta de montaña.
“Practicaba trekking y, como no quería encerrarme en un gimnasio, adquirí una para lograr un entrenamiento extra. Grande fue mi sorpresa cuando el primer día pedaleé 36 km sin ninguna dificultad. Así descubrí la magia de la bicicleta, que me fue llevando y animando a viajar cada vez mas lejos de casa, cruzar los Andes, viajar por las costas argentinas y uruguayas, recorrer muchos lugares de mi país hasta que me sentí lista”.
Lista para cruzar el océano. Tenía 54 cuando cumplió su primer gran sueño: recorrer el Camino de Santiago en bici. Period 2016. “A partir de entonces se fueron sucediendo viajes de tres o cuatro meses cada año. Europa (Budapest, Roma y otras seis capitales, además de cientos de ciudades), Turquía e Irán, India y Nepal en 2019 y nordeste brasileño en 2022, después de la pandemia”. Todos sus viajes han sido en bicicleta, menos el último a Brasil. “Fui decidida a caminar de una ciudad a otra por la playa y así he conocido lugares paradisiacos que no ofrece ninguna compañía de turismo, desde Jericoacoara hasta Maceió. Fue un viaje de sanación no solo espiritual: volví completamente restaurada de una enfermedad autoinmune”.
Para ella, la thought de viajar comenzó a gestarse en la niñez, “cuando mi papá recibía en mi casa a cuanto viajero, hippie, peregrino o soldado se encontrara movido por la curiosidad y el placer de oír sus relatos, que yo escuchaba maravillada. En la adolescencia, mientras mis amigas leían novelas románticas, yo leía a Marco Polo y Julio Verne”. Esa pulsión fue contenida por la vida. “De pronto la idea de recorrer el mundo me fue muy lejana, no sentía que fuera para mí, ya que me casé muy joven y a los 24 años ya tenía tres hijos”. Hoy, nada es capaz de detenerla. A sus decenas de miles de seguidores les intrigan especialmente tres cuestiones: cómo sufraga estas aventuras, cómo encajan estas en su vida acquainted (es madre y abuela) y cómo lidia con los frecuentes temores de las mujeres que viajan solas. Monona, como la llaman cariñosamente desde la infancia, despeja las tres incógnitas para Condé Nast Traveler.
” Fuentes news.google.com ”