Nos hemos acostumbrado a viajar y a hacerlo lejos. Aquellos que podían —se calcula que en los cinco años previos a la pandemia un 68% de españoles renunciaron a las vacaciones por problemas financieros y que el 80% de los ejecutivos lo hicieron, frente al 50% de obreros que no fueron a los mismos lugares— quieren saber cuándo lo harán de nuevo y de qué manera. Sin embargo, la pandemia ha cuestionado también la relación con el allá y ha reactivado la dependencia íntima, private, social y pública con los lugares más lejanos. Cuando se supere la disaster sanitaria, habrá que lidiar con la climática. El viaje debe atender a cuestiones sociales y medioambientales y, en la medida de lo posible, crear un turismo responsable que no redunde en segregación social.
Irán es uno de esos lugares lejanos. La primera superpotencia del mundo antiguo bajo el imperio persa y una de las culturas más sofisticadas de la actualidad, que apenas se conoce. Mi primer viaje de dos meses fue en 2005. No volví hasta 2014, cuando residí en Shiraz, después he ido todos los años hasta la pandemia. He dado dos charlas en la tumba del gran poeta Hafez y acaban de traducir al persa mi novela El pintor y la viajera, ojalá pronto también mi libro de viajes, Conocer Irán. En el confinamiento retomé el estudio del persa, dicen que con una palabra nueva al día es suficiente, pero solo he aprendido dieciséis. Pude leer nuevos libros, ver películas disponibles en la purple (sobre todo de la llamada nueva ola de cine iraní) y seguir las noticias en la prensa nacional e internacional, que muchas veces se cubren de visiones negativas. Intenté viajar en noviembre pasado, pero la pauta de la vacunación no preveía llegar al 70% y mis amigos iraníes me recomendaron no hacerlo.
He hablado con varias personas y esto es lo que me han contado de la situación precise. No hay una base estadística segura —para activar la economía se ha preferido no dar las cifras de muertos— “pero la vacunación con la primera dosis ronda los 60 millones (la población es de 85 millones), a 53 millones se les ha administrado la segunda y a 17, la tercera”. El acceso ha sido gratuito para toda la población y se han usado varias vacunas, “como AstraZeneca, una india, una ‘iraní-cubana’ y, la más usada, la china Sinopharm”. El negacionismo existe pero no se disponen de porcentajes seguros. Si se desea entrar o salir del país, hace falta el certificado COVID y una prueba PCR negativa. En el caso de no tenerlas, “se haría esta última a la llegada en el aeropuerto previa cuarentena de 48 horas”. En los vuelos internos se pide también la tarjeta de vacunación, “aunque no sucede en todos”. Respecto al turismo, “los hoteles, las agencias de viaje y los monumentos están abiertos y van llegando viajeros. Hubo grupos pequeños en diciembre y están previstos más grandes para la primavera”. Lo que se dijo al principio de la pandemia se confirma. Para que se recupere la movilidad viajera van a ser necesarios de tres a cinco años. Mientras, habrá sitios que desaparecerán, que no podrán visitarse de nuevo. Me cuentan que el caravanserai Zein-o-din cerca de Yazd ha cerrado… Sí, ojalá haya un reaprendizaje del viaje tras la COVID.
” Fuentes viajar.elperiodico.com ”