Todo empezó con un libro de Jack Kerouac, de este a oeste, de oeste a sur, al este, al norte, desiertos, ríos, playas, montañas, nevadas, lluvia, calor… casi siempre en coche, a veces en un coche propio y otras, en uno ajeno, a veces en autobús sin frenos y a menudo (más de lo que les gustaría) caminando por el arcén. Pero todo ocurre En la carretera, deglutiendo el asfalto y el paisaje que hacen de Estados Unidos una especie de meca de la libertad y la aventura.
En esas mismas autopistas, sus personajes se solapan con las estroboscópicas excentricidades de los de Ponche de ácido lisérgico, que se divierten en los dramáticos escenarios que acogen Las uvas de la ira. De camino, en una gasolinera nos espera el hippy que prefiere irse en moto con Dennis Hopper y Peter Fonda, de Easy Rider. También un Brad Pitt semidesnudo nos rechaza para subirse al coche de otros; en concreto de otras, de Thelma y Louise. Pero no todos pueden elegir: Jay y Bob el Silencioso tendrán que conformarse con quien decida aguantarlos. Vamos, lo que a Clark Gable y Claudette Colbert les Sucedió una noche.
Como reza el dicho common, la carretera bien merece una misa, así que podemos seguir: hacia el sur, la versión política con Diarios de motocicleta y, más al norte, la trágica intimidad de Hacia rutas salvajes. Pero en este punto, ya en los 90, el cariz cambia. Los escritores dejan de vagabundear y se quedan sentados en casa o drogándose en discotecas sucias. Y la mayoría de las películas convierten el autostop en una garantía de muerte y violación, ya más del tipo Dying Proof.
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Las referencias son infinitas, pero da igual, porque todo lo bueno y lo malo (que acaba siendo bueno) de la carretera se lo apropió Kerouac. Sus historias se adueñan también del autostop como medio de transporte y como relación con paisajes y personajes. Inspiró a toda una generación y demostró que este tipo de viajes son como los culos y las opiniones, según Woody Allen: cada uno tiene el suyo; es imposible generalizar.
De ahí que el autostop sea capaz de reducir cualquier historia de ficción a cenizas mediante un principio que la física todavía no ha explicado: es el medio de transporte más rápido que jamás se haya documentado. En cuestión de un minuto, lo que tardas en dejar la mochila en el maletero y subirte al coche desconocido, puedes acceder a universos paralelos, a realidades inconcebibles.
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