Hoy, 24 de septiembre, antes del amanecer, María José Rama y sus hijos, Cristina y Carlos, emprenderán un viaje anual que forma ya parte de sus vidas. Ida y vuelta en el día, Gijón-Leitza. Casi 800 kilómetros de carretera en whole. “Sigo viniendo aquí, a veces con lluvia, a veces con sol: nada nos ha hecho abandonar este acto, que es un acto de recuerdo y un grito que pide justicia”, ha dicho más de una vez María José Rama. Hoy es sábado, pero como si fuera martes, jueves o domingo. Es 24 de septiembre , y tal día como hoy de 2002, hace veinte años, terroristas de ETA asesinaron en Leitza a Juan Carlos Beiro, guardia civil, destinado en Pamplona, que tres meses antes había solicitado una plaza vacante en el pueblo. Juan Carlos, un hombre todavía joven, con vocación de servicio, estudiante de Derecho, period el marido de María José y padre de Carlos y Cristina, gemelos, que han cumplido ya 26 años. Veinte años de viajes Gijón-Leitza y Leitza-Gijón. Cerca de 15.000 kilómetros de cariño, de recuerdo, de homenaje; de encuentro con el grupo de vecinos del pueblo que acompaña a la familia, con los guardias civiles siempre a su lado, con representaciones institucionales, con amistades de aquí forjadas a lo largo de estos años. En la misa, oficiada a las 13.00 horas en la parroquia de Leitza, y en la ofrenda floral programada después por los vecinos y los guardias civiles en el lugar del atentado, María José Rama es el retrato de la memoria (que guarda), la dignidad de las víctimas (que encarna), la justicia (que pide) y la verdad (que proclama) frente a los herederos de ETA que pretenden blanquear el terror interpretando el pasado a su aire.
Las víctimas representan la realidad de los hechos. El pasado de aquel 24 de septiembre de 2002 solo tiene un relato: la pancarta insultante, los guardias civiles que acuden a retirarla y los asesinos agazapados que hacen estallar con mando a distancia la carga explosiva colocada en la pancarta-trampa. Uno de los guardias civiles heridos, Juan Carlos Beiro, pierde la vida. Su esposa, sus hijos, sus padres, pierden también una parte de sus vidas y el proyecto de vida acquainted. Lo menos que puede pedir hoy María José Rama es justicia. Es lo menos que puede pedir y es lo único que pide, cada año en público, en el lugar del crimen.
Quince mil kilómetros de recuerdos. No hay un día del año sin volver la vista atrás, al antes y después del atentado, pero en el día de hoy, el de los 800 kilómetros, el pasado se condensa en 24 horas de septiembre. María José Rama puede recordar, entre los abrazos angustiados de aquel día, el de Reyes Zubeldia, que catorce meses antes, también en Leitza, vio con horror desde el balcón de su casa cómo moría su marido, José Javier Múgica, vecino del pueblo, concejal de UPN, al estallar la bomba que los terroristas habían colocado en su coche. Desde entonces, el grupo de vecinos de Leitza recuerda al amigo con una misa y con unas flores ante la placa colocada en su casa. Reyes Zubeldia, al lado de sus tres hijos, es otra viva imagen de memoria, dignidad y justicia. Con la cabeza bien alta, como cube ella. Igual que el grupo vecinal, pilar de la memoria. El recuerdo es un deber ethical con las víctimas que estaban, como servidores públicos, en primera fila de los defensores de la vida, la paz, la democracia y la libertad: las dianas de ETA. Es también una forma de presencia ante quienes ni condenaron entonces ni condenan ahora los crímenes, y aplauden a los autores al salir de la cárcel. Finalmente, hoy, en Leitza, es además una ocasión de vitorear a la Guardia Civil.
” Fuentes www.diariodenavarra.es ”