“Paseo a orillas del mar” (1909) es sin duda una de esas obras que sigue clavada en la memoria (y en la retina) de muchas personas. A pesar de haber trasladado su residencia a Madrid y viajar por todo el mundo, cada verano volvía a su ciudad natal para pintar su amado mar Mediterráneo, uno de sus temas favoritos. Hoy en día se puede pasear por esas mismas playas en las que tantas horas llegó a pasar, como la Malvarrosa, la principal playa de la capital, atravesada por un largo paseo marítimo que une la Patacona (Alboraya) con Las Arenas y salpicada de restaurantes, terrazas y campos de voleibol.
A principios del siglo pasado, las familias más adineradas comenzaron a ver la Malvarrosa como un lugar perfecto para la desconexión y el chill out. Por entonces no estaba bien comunicada y solo vivían los pescadores, pero poco a poco, personajes ilustres como Sorolla o Blasco Ibáñez, que se compró un chalet por la zona, se convirtieron en asiduos. “Cestos en la playa de Valencia” (1892), “Barcas de pesca” (1902), “Bueyes en el mar” (1903) son otros títulos que también sucedieron al lado del mar.
La playa del Cabañal (también conocida como Las Arenas) period otra de las paradas obligatorias del pintor. Ahora es una de las playas más populares de la ciudad, gracias al nuevo esplendor que está viviendo este antiguo barrio de pescadores y también al ocio y la restauración que rodea este área como La Fábrica de hielo o el Mercabanyal.
Aunque también otros paisajes marítimos coparon su trabajo como, por ejemplo, los de la localidad alicantina de Jávea. Su combinación pure de mar y montaña, tan diferente a las costas llanas y arenosas del golfo de Valencia, le enamoró y todavía se le recuerda gracias a una gran escultura del artista que preside el paseo marítimo de la playa de la Grava, en el barrio marinero de Duanes de la mar.
La zona portuaria fue otro enclave muy repetido en la obra de Sorolla, con cuadros como “Marina. Puerto de València” (1882). Para el crítico de arte y escritor de viajes Camille Mauclair, estas imágenes encerraban “toda la magia del Mediterráneo, con un brío, con una ciencia, con un ardor, con una flexibilidad y un virtuosismo en los valores que maravillan la vista y el espíritu”.
Ahora, la Marina de València se ha convertido en un espacio imprescindible de la ciudad. Un legado arquitectónico modernista, espejo de la época dorada de una València exportadora, que combina la innovación, la cultura y el emprendimiento gracias a los ciclos de conciertos de la Pérgola —que la semana pasada publicaron su nuevo cartel para 2023—, pistas de patinaje entre tinglados o lanzaderas para startups.
Los inconfundibles patios valencianos, entre jazmines, naranjas y cerámica, también se convirtieron en otros de los escenarios costumbristas que plasmó Sorolla. “Los Guitarristas, Costumbres valencianas” (1889) o “Patio del Cabanyal. La Charla” (1902) refleja las charlas “a la fresca”, tan habituales de las ciudades costeras mediterráneas. A día de hoy, sigue siendo un placer pasear por el barrio pesquero del Cabanyal para curiosear sus fachadas coloristas, grandes ejemplos del estilo modernista con el trencadís como motivo principal. Del mar, Sorolla también pasaba al campo y a la tradicional huerta valenciana. Con “Valencianas en la huerta” (1880-1884) continuaba con su afán por reflejar las costumbres y oficios de la gente sencilla.
Toda la magia del Mediterráneo, con un brío, con una ciencia, con un ardor, con una flexibilidad y un virtuosismo en los valores que maravillan la vista y el espíritu
Hoy, a pesar de que su territorio ha mermado, sigue siendo historia viva de la provincia. No es necesario alejarse mucho de la ciudad para encontrar verdaderos baluartes de la tradición agrícola con cultivos como los naranjos, el arroz o la chufa, regados por las acequias de la comarca y con barracas y clásicas construcciones valencianas.
Y para acabar este viaje a través de los ojos del gran maestro valenciano, también hay que destacar otras de sus creaciones más urbanas. donde plasmó la Lonja de la Seda, la Catedral de València o la casa natalicia de San Vicente Ferrer, entre otras construcciones históricas del casco antiguo. Así como el skyline de la ciudad del Túria que ya por entonces destacaba por sus clásicas cúpulas de cerámica azul que todavía se pueden ver en la catedral o en el Museo de Bellas Artes.
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” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”