Más que el peligro epimediológico que acaparó el debate, la vuelta del turismo masivo por el retraso cambiario es un desafío a la disponibilidad de dólares
Los decibeles a los que ha subido el debate sobre los argentinos “varados” en el exterior han terminado por ideologizar el tema, al punto que hoy ya se debate si los turistas son votantes opositores o si el Gobierno pagará un costo político. Pero lo cierto es que no siempre hacer turismo en el exterior fue sinónimo de traición a la patria para el kirchnerismo: más bien al contrario, durante mucho tiempo fue una tendencia que Cristina Kirchner exhibió con orgullo.
Durante toda la gestión de la ex presidente, el dato de la cantidad de argentinos que habían viajado -y la cantidad de dólares que habían gastado en el exterior- pasó a formar parte del “relato”, como una prueba irrefutable de las bondades del modelo. Igual que las ventas de motos o de aparatos de aire acondicionado, Cristina asimilaba las vacaciones en Miami o Europa a una “inclusión” masiva de asalariados que por fin podían darse un gusto antes reservado sólo a la élite.
Cuando en 2010 creó el nuevo ministerio de Turismo, Cristina destacó que el año anterior se había batido un récord de salidas al exterior: cinco millones de turistas que “gastaron la bonita suma de casi u$s4.000 millones”.
Eran tiempos en que no había cepo, pero sí se empezaba a insinuar un retraso cambiario. Y, de hecho, este fenómeno, el del dólar barato, terminó revelándose más influyente que las restricciones cambiarias.
Porque aun cuando más tarde se estableció un impuesto de 35% a las compras de pasajes aéreos y cuando se limitó la venta de dólar físico, los récords se siguieron batiendo. El déficit cambiario por turismo -es decir, los dólares que gastan los argentinos en el exterior, menos los que gastan los extranjeros aquí- totalizó en el mandato de Cristina u$s26.000 millones.
En su momento récord, en 2013, se tocó la cifra de u$s8.730 millones. Al año siguiente, se produjo una brusca caída de 38%, y curiosamente esto ocurrió en un momento de “relajamiento” del cepo. Claro, el detalle elementary period que en el verano de ese año, con Axel Kicillof recién asumido en su cargo de ministro, el dólar tuvo una suba del 25%.
De manera que si una enseñanza dejó la experiencia del cepo es que, cuando coincide con un momento de retraso cambiario, no hay restricción cambiaria capaz de frenar la voluntad de la clase media argentina por viajar. Dado que los pasajes de avión cotizan en dólares, la relación que manda en ese caso es la del costo del pasaje contra el salario en dólares.
Así, un pasaje Buenos Aires-Madrid, en los momentos de mayor atraso del dólar de la gestión de Cristina, llegó a la equivalencia de 1,2 salarios promedio, el doble de lo que costaba al ultimate del gobierno de Néstor Kirchner, cuando todavía se sentía el efecto del tipo de cambio tremendous competitivo.
El debate sobre los “varados” se centró en la cuestión sanitaria, pero el mayor riesgo para el Gobierno es la amenaza a las reservas del BCRA
El fenómeno se volvió a constatar durante la gestión de Mauricio Macri. En 2017, cuando se decidió anestesiar al tipo de cambio para llegar con mejor humor social a la elección legislativa de medio término, se produjo una salida de dólares por turismo récord, que le costó al Banco Central u$s10.600 millones.
En aquellos días en los que se había puesto de moda hacer compras de electrónica, ropa o lo que fuera en Chile, Miami y otros destinos de costos más baratos que Argentina, los saldos por gasto con tarjeta de crédito en el exterior llegaron a los u$s800 millones y crecía a una velocidad desbocada de 30% anual.
Sólo el descontrol cambiario de 2018, con su sucesión de devaluaciones y la vuelta a la recesión moderó la tendencia, pero tampoco llegó a aplacarla. En 2019, último año pre-pandemia, los argentinos que vacacionaron en el exterior se llevaron u$s7.700 millones, mientras que los extranjeros que visitaron el país dejaron u$s2.100 millones.
Esto implica que en el peor año de la period Macri para hacer turismo, la salida de dólares se produjo igual. Aunque claro, resultó la mitad que en el irrepetible 2017, cuando la masiva entrada de dólares que había conseguido el entonces ministro de Finanzas, Luis “Toto” Caputo, ayudaban a aplastar al tipo de cambio y a hacer que se abarataran los pasajes en términos de salario.
Atraso cambiario mata cepo
Hoy parecen lejanos aquellos días, pero más por efecto de la pandemia que de la economía. Ocurre que, incluso con la caída del ingreso y aun con el rígido cepo cambiario, viajar volvió a tener atractivo. Para sorpresa de muchos, en eventos como el Hot Sale, los viajes recobraron el protagonismo, de la mano de las ventas en cuotas sin interés -algo que, en un contexto inflacionario, siempre cataliza las ventas-.
Lo cierto es que en la primera mitad del año, los pagos del Banco Central por turismo superan los u$s700 millones. Y el consumo de argentinos en el exterior hasta mayo es de u$s424 millones.
Es decir, cifras nada desdeñables si se toma en cuenta que, por las restricciones de vuelos y la regulación sanitaria para viajar a determinados destinos, todo parece jugar en contra del turismo.
Pero, como la historia Argentina es round y recurrente, hay un fenómeno que vuelve adquirir un rol importante: el retraso cambiario. En este invierno se han promocionado ofertas para volar a Madrid por $96.000. El ingreso promedio para la población asalariada, según midió el Indec para el primer trimestre, fue de $42.394. Implica que el costo del pasaje, medido en salarios, es de 2,2. Pero este cálculo es previo a los incrementos salariales ocurridos durante el segundo trimestre, con lo cual, si bien la relación está lejos todavía de ser como la de hace una década, se va encaminando a un abaratamiento.
Según manifestó explícitamente el Gobierno, el plan para los próximos meses es fomentar los aumentos de ingresos en el segmento asalariado, al avalar paritarias en torno del 40%, y además se beneficiará a la clase media con medidas como el alivio en el Impuesto a las Ganancias.
Y, en el sentido inverso, el dólar oficial seguirá en su rol de ancla cambiaria, de manera que se prevé que su variación será de 25% en todo el año, frente a una inflación que los economistas pronostican en 48%.
La perspectiva es clara, si fuera un año regular, habría que esperar para los próximos meses una explosión en la compra de pasajes. Y no solo por el abaratamiento relativo sino, sobre todo, por la incertidumbre de una posible devaluación publish elecciones.
Ante el restraso cambiario y la incertidumbre sobre una devaluación, la compra de pasajes incrementa su atractivo
Ya lo saben desde hace años todos los agentes de viajes: nada impulsa tanto su actividad como el temor a una próxima devaluación. Y en estos días abundan los pronósticos de corrección brusca para luego de los comicios legislativos: lo comentan los economistas críticos en la radio, lo sugieren los números de brecha creciente entre el dólar paralelo y el oficial.
Y hasta la intervención del jefe de gabinete, Santiago Cafiero, que se vio obligado a salir a desmentir una devaluación, da la pauta de cómo el tema está instalado en la agenda. Como le sucedió a todos sus antecesores, a Cafiero no le queda otra salida que decir lo que dijo: nunca una devaluación se puede anunciar; pero en la opinión pública argentina está aceptado como una tradición que cuando los funcionarios deben salir a aclarar que habrá estabilidad es porque hay motivos de sospecha.
Las turbulencias de los últimos días, que han llevado al “blue” a saltar por encima del 70%, son un condimento que exacerba esa percepción. Y hay expertos del mercado que ya señalan que hay un fenómeno de compara por adelantado: se compra hoy para asegurar el precio, con la intención de viajar más adelante.
El dato que apoya esta argumentación es que, aunque el registro de salida de turistas del 2020 fue la cuarta parte que en 2019, el gasto del BCRA por turismo cayó en menor proporción, sólo una tercera parte.
Dicho en otras palabras, cada turista argentino en el período de pandemia fue un 40% “más caro” que en el año anterior. Lo cual no parece muy factible, salvo que exista ese fenómeno de compra de pasaje que no se concreta en lo inmediato.
El fantasma del turista gastador
Este motivo de temor a la devaluación, mucho más que la voluntad de ir a Miami a vacunarse, es lo que en estos días está impulsando la compra de pasajes, esa que tanto revuelo ha causado a nivel político luego del cupo a 600 personas para el regreso y por las historias dramáticas de los miles de varados.
Lo cierto es que para los sectores de la sociedad que estén en situación de poder defender sus ingresos de la inflación, la mejora, medida en términos de dólar -mientras no haya devaluación- será de un 20%.
Implica otra vez la disyuntiva del discurso kirchnerista: permite argumentar la recuperación luego de los peores momentos de la recesión. Pero, al mismo tiempo, vuelve a poner en primer plano su dificultad para sostener ese modelo sin dólares.
Lo cierto es que hoy, de no mediar el “efecto pandemia”, la situación del Banco Central sería mucho más complicada. Con reservas formales por u$s42.400, pudo mejorar su posición en el primer semestre gracias a la lluvia de sojadólares. Y pudo destinar las divisas a la venta de bonos y a pagar importaciones. Pero el rubro turismo, en términos históricos, casi no implicó déficit.
Si se repitieran, sin ir más lejos, los números del déficit turístico de 2019, eso implicaría que de los u$s7.000 millones que al BCRA le quedan hoy para disponer como reservas netas, se le esfumaría la mayor parte.
Todos saben que, gracias al avance de la vacunación en el mundo, esta situación restrictiva del turismo está destinada a durar poco tiempo. Y, cuando se regrese a una relativa normalidad, ese sector de clase media que debió recluirse por la cuarentena, querrá tomarse su revancha.
Muchos de ellos tienen bajo el colchón los dólares que usarán durante los viajes. Pero los pasajes y hoteles serán pagados en pesos desde aquí: es decir, son dólares que deberá poner el Banco Central.
Un déficit turístico anual de u$s6.500 millones -el promedio del período de Cristina- implicaría hoy un desafío imposible de afrontar. Equivaldría a casi la mitad del superávit comercial que el Gobierno se propone para este año y, por cierto, complicaría sobremanera el pago de cuentas financieras.
Aun suponiendo que la “ayuda” del FMI por u$s4.300 millones sea utilizada para cancelar deuda y no para incrementar el gasto, todavía resta por saldar unos u$s16.000 millones, sumando los vencimientos en pesos y los nominados en dólares. En esa nómina destaca el ineludible pago de u$s4.500 millones por vencimientos de capital e intereses con el FMI, además de los u$s430 comprometidos al Membership de París.
Si, además, hubiese un déficit turístico de casi u$s7.000 millones, el Gobierno se vería en la desagradable situación de tener que elegir a quién negarle los dólares. No es la primera vez que ocurre, claro: de hecho fue la tónica de la gestión de Cristina Kirchner, y los importadores saben que ellos tienen las mejores probabilities de ser la variable de ajuste.
” Fuentes www.iprofesional.com ”