Hace semanas que un vendedor ambulante se pasea por Ciutat Vella ofreciendo protección del sol para las cabezas. F
Tengo un recuerdo impreciso de la playa de Natzaret, que seguro fue la de mi primer baño marino, según la intrahistoria doméstica. En cambio cuando empieza la temporada estival de mar me viene la imagen de como nos quitábamos con los palitos de los polos Camy las ronchas de alquitrán que se pegaban en las plantas de los pies. O sea el chapapote de petróleo del flamable de los mercantes que atracaban en el Puerto. Aquel paisaje no period el paraíso, pero me ha encantado el homenaje de Paco Roca a aquella antigua playa de Natzaret en ‘El regreso al Edén’ (Astiberri). Sin quererlo, el dibujante ha entrado de lleno en el debate sobre la ampliación portuaria, porque una de esas extensiones fue la que se engulló aquella mi primera playa, pese a salir apestadito de brea. Las Arenas, en concreto el trozo de area de su balneario, fue mi edén. Allí me quemaba cada inicio de verano y tras la tradicional cura a base de trapos empapados de vinagre aplicados directamente en la piel achicharrada, la protección duraba todo el verano. Tiempos de la primera tanda de ‘baby boomers’, donde los barcos que zarpaban a las Baleares salían desde el Edificio del Reloj. Se veían desde la avenida del Puerto con el cruce de Serrería, después del paso a nivel. Aunque nos parecían grandes, serían como una menorquina de dos pisos comparados con los actuales cruceros.
Anclados.
Unas de las vacaciones deseadas en los ochenta period irse de crucero. El tirón de la serie de televisión ‘Vacaciones en el mar’ influyó, pero el encanto de subirse a un lodge flotante que tras cenar en Malta te despertará con vistas al Partenón, mientras decidías si bajabas a tierra o un vermut en la piscina, tenía el sueño de la recompensa tras as soon as meses de duro trabajo. La llegada del precise milenio hizo realidad el deseo de muchos. No he estado en un crucero en mi vida, pero entiendo el anhelo. Además las vacaciones fue un logro de los sindicatos, y cada cual se las monta como quiere, o puede. Ahora resulta que las organizaciones que debían estar a favor de los asalariados se manifiestan contra la llegada de cruceros a València, y por tanto contra las personas que disfrutar en ellos. No entiendo las ansias de ese nuevo progresismo en meterse en la vida privada de las personas, como si fueran una iglesia monoteísta, pero está claro que esos pasajeros se dejan muy pocos euros en los comercios locales. El autobús los recoge del barco después de desayunar y les lleva a las Torres de Serrans para un paseo rápido por la Catedral, Llotja, Mercat Central y las tiendas de souvenirs para comprarse el imán de nevera, que es como el cuño fronterizo de los pasaportes antiguos. De vuelta al crucero para comer en el bufete libre. Es lo que hay, pero las autoridades turísticas, actuales y pasadas, nunca van a renunciar a contabilizar tan elevado número de visitantes para sacar pecho. El tema es otro, más de calidad que de cantidad, y es cuando alguien va a impulsar en serio otro tipo de turismo más sostenible.
” Fuentes www.levante-emv.com ”