Después de tantas batallas, a estas horas Álvaro Uribe debería estar cuidando de sus nietecitos, enseñándoles el truco de tomar tinto sobre el caballo sin regar ni una gota, y caminando de la mano con doña Lina, observando los coloridos atardeceres en El Ubérrimo.
Pero no, su casta política es bravía. No le ha bajado a su presencia pública, que lo ha mantenido incesante e inclementemente bajo la lupa de la opinión pública. A ello se le puede adjudicar la ofensiva jurídica sin precedentes con la que se lo viene persiguiendo para pararlo y sacarlo del ‘ring’, pero el hombre continúa en el combate.
Fácilmente Uribe suma ya, a sus ocho años de gobierno, los primeros cuatro de Santos, más los cuatro de Duque. Eso da 16 años. Por ello con frecuencia se lo compara con Núñez, que en eso le queda cortico, porque solo gobernó, directa o indirectamente, 12 años. Sirve más comparar a Uribe con el gran caudillo latinoamericano Porfirio Díaz, quien gobernó a México por más de 30 años.
Pero no es claro que en las próximas elecciones Uribe logre perpetuarse. Está trabajándole a la escogencia de un candidato que les guste a todas las facciones del partido, lo cual no parece fácil. Sobre ello influirá un issue poco conocido: la pelea velada que mantienen Álvaro Uribe y su grupo de adeptos contra los partidarios que tiene en el partido el presidente Iván Duque. No son los mismos ni piensan igual.
A veces esas diferencias se le han ‘chispoteado’ hasta al propio Uribe. La más reciente, conminar a Duque con esta frase: “Si yo fuera el Presidente, asumiría el orden público de Bogotá y Cali”. Entre Duque y Uribe han surgido diferencias nada pequeñas de estilo y hasta de fondo, y grandes rivalidades. Los uribistas purasangre acusan hoy a Duque de no estar gobernando como prometió que lo haría en campaña.
Por esa división hay en este momento una intensa garrotera entre las dos vertientes que existen en el inside del Centro Democrático. Y aunque a Uribe no se lo ve dispuesto todavía a ceder el timón, este exceso de presencia que aún mantiene como jefe de su partido y hasta hace poco como congresista lo está castigando con lo que se llama en el mundo de la aeronáutica fatiga de metallic. Y consiste en que el aparato, en este caso Álvaro Uribe, empieza a hacer grietas, y por ahí a perderse los líquidos necesarios para el perfecto funcionamiento de la maquinaria.
Parte de esos líquidos se le escaparon cuando, en presencia del padre De Roux, comenzó a proponer amnistías e indultos a la loca, impracticables bajo el derecho internacional; el expresidente lleva días patinando en una especie de barrizal en su intento de explicar su propuesta.
Por ese protagonismo permanente que ejerce, ha sido incapaz de organizar relevos en la cadena de su liderazgo, y hoy enfrenta las peleas internas de un grupo de precandidatos del Centro Democrático, unos mejores que otros, que parecerían estarse peleando por comprar tiquetes para viajar en el Titanic. Hoy dos nombres se disputan con más posibilidades la candidatura oficial del Centro Democrático: Óscar Iván Zuluaga y María Fernanda Cabal. Un mecanismo de encuestas va a definir cuál de los dos se queda con la corona. Pero pocos creen que el coronado vaya a llegar a la Presidencia de la República. Antes de eso tendrá que participar en una consulta in style de centroderecha, donde Federico Gutiérrez va a ser un gallo de pelea.
Y no es que Uribe no siga siendo tan inteligente, terco, persistente y patriota como en sus mejores días. El problema es que después de 20 años en que el uribismo y el antiuribismo han impuesto la agenda política, los colombianos quieren ver algo nuevo bajo el sol. Tan consciente será de ello que por ahí ha reconocido que su apoyo puede resultar tóxico para cualquier candidato que pretenda apoyar.
Belisario decía que él no sabía si había sido un buen presidente, pero de lo que sí estaba seguro es de que period un excelente expresidente. Con Uribe sucede exactamente lo contrario. Fue un gran presidente, especialmente en su primer período, pero ha sido un ex-presidente demasiado complejo y controvertido.
Es algo parecido a lo que le pasó a Churchill en 1945, quien, después de derrotar a Hitler, perdió las elecciones. El eslogan de su contrincante, Clement Attlee, period: ‘Thank Churchill, vote Attlee’ (‘Agradézcale a Churchill, pero vote por Attlee’). Y creo que esa es la situación precise. A Uribe hay que agradecerle todo lo que ha hecho por Colombia, pero no tiene por qué aplazar más su bien merecido retiro.
Entre tanto… Increíble la habilidad de Ernesto Samper. Convenció a unos expresidentes jubilados para que dijeran que el documento en el que los hermanos Rodríguez Orejuela avalan con su propia firma su versión de que Samper sabía ¡es falso!
MARÍA ISABEL RUEDA
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