Para ir allí, donde la herida aún sangra. En su editorial, el director de L’Osservatore Romano lee así la “peregrinación penitencial” que Francisco realiza del 24 al 30 de julio. Un “delicado, agotador y doloroso viaje de curación y purificación”.
Andrea Monda
El Papa Francisco parte para su 37º viaje apostólico internacional a Canadá, el 56º país que visita desde el inicio de su pontificado. Será uno de los viajes más largos que le llevarán a los lugares más lejanos en los que ha estado: está previsto que visite cuatro localidades, Edmonton y la cercana Maskwacis, en el oeste del país, la ciudad de Quebec y luego Iqaluit, cerca del Círculo Polar Ártico.
Un viaje que parte de lejos y llega lejos, no sólo geográficamente. Se trata, en efecto, como dijo el Papa en el Ángelus del pasado domingo 17 de julio, de “una peregrinación penitencial” que le llevará a los lugares oscuros del error y del dolor. “Quisiera decirles de corazón: estoy muy triste”, había dicho el Papa el 1 de abril, dirigiéndose a las delegaciones de grupos indígenas que visitará en Canadá: Los grupos de las First Nations (“Primeras Naciones”), Métis (“mestizos”) e Inuit, a los que había expresado “dolor y vergüenza por el papel que varios católicos, en particular con responsabilidades educativas, han desempeñado en todo lo que les ha herido, en los abusos y la falta de respeto hacia su identidad, su cultura e incluso sus valores espirituales”, y añadió: “Me uno a mis hermanos obispos canadienses para pedir disculpas. Es evidente que no se pueden transmitir los contenidos de la fe de forma ajena a la misma”. Una vez más, el Papa presenta el rostro de la Iglesia como un “hospital de campaña”, como un sujeto capaz de ponerse frente a las heridas de la humanidad y de intervenir para curarlas. Incluso cuando, y este es el caso, esas heridas también han sido causadas por las acciones de los católicos. Un viaje delicado, agotador y doloroso, por tanto, de cuidado y purificación. Una cura que empieza ante todo por la presencia, por la cercanía. El Papa sintió la urgencia de moverse e ir allí, donde la herida aún sangra. Con su presencia Francisco aportará la mirada evangélica que se abre al mundo entero y junto a la petición de perdón se rezará también por todas las heridas que afligen al mundo precise, desde las pandemias hasta las numerosas guerras que asolan los cinco continentes. Todo está conectado, nos recuerda a menudo el Papa, y las heridas de una parte del organismo afectan al resto. Es del estilo del Papa Francisco permanecer, en silencio orante, frente a las heridas, al mal (cometido y recibido), a la oscuridad, a la disaster, con la confianza de que precisamente atravesando la disaster se puede volver a la luz, a una humanidad más plena y realizada.
Hace exactamente treinta años, el poeta y compositor canadiense Leonard Cohen compuso una de sus más bellas canciones, Anthem, cuyo famoso estribillo cube así: “Toca las campanas que aún pueden sonar / Olvida tu ofrenda perfecta / Hay una grieta en todo / Así entra la luz”. Esta “grieta” es el signo de la naturaleza humana, es esa debilidad y fragilidad la que puede resultar el lugar de la redención y el rescate. El propio Cohen, al comentar este verso, afirmó que la situación humana “no admite solución ni perfección. Este no es el lugar donde las cosas se hacen perfectas, ni en el matrimonio, ni en el trabajo, ni en nada, ni en el amor a Dios, ni en el amor a la familia o a la patria. Las cosas son imperfectas. Peor aún, hay una grieta en todo lo que se puede juntar, objetos físicos, objetos mentales, construcciones de cualquier tipo. Pero ahí entra la luz, ahí está la resurrección, ahí está el retorno, ahí está el arrepentimiento. Es con la confrontación, con la ruptura de las cosas”. Este “himno” a la fragilidad y a la necesidad de misericordia será también el himno que acompañará el viaje del Papa Francisco, un viaje al corazón de cada ser humano.
” Fuentes www.vaticannews.va ”