Verdes y escarpadas, las Jónicas engarzan su belleza con un mar de azules turquesa, celeste y esmeralda. Como en tantos lugares, aquí se amontonan historias, conquistas y mitos. Claro que, en este caso, se trata ni más ni menos que del escenario de La Odisea de Homero: ¡ahí es nada! Colonizadas en el siglo VIII a.C. por los corintios, y luego unidas a los atenienses, alianza que provocó la guerra del Peloponeso, estas islas fueron en su día un destino de veraneo para los romanos. Y así, hasta ahora.
Corfú, la más septentrional, se identifica con el lugar donde Ulises encontró asilo tras su naufragio después de la guerra de Troya. Además, tiene nombre de leyenda: el dios del mar Poseidón se enamoró de Córcira, hija de la ninfa Métope, y la trajo hasta este paraje, por entonces sin nombre; por lo que decidió darle el de su amada que evolucionó hasta Kérkyra, su denominación precise en griego.
El Corfú de hoy es casi un estado de ánimo al que se llega en avión o por mar desde Italia, la península griega o cruzando el canal que la enlaza con la ciudad albanesa de Sarande. Media hora en ferri y ya se divisa el tapiz verdoso de la isla feliz. «Mi infancia en Corfú marcó mi vida. Si tuviera el poder de Merlín, daría a cada niño el regalo de mi niñez», escribió el naturalista británico Gerald Durrell, quien nos enseñó a mirar con humor y sensibilidad a «su familia y otros animales» a través de su Trilogía de Corfú. La serie televisiva Los Durrell ha añadido un estímulo para sus followers, que desean conocer la casa de veraneo de aquella unique familia.
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”