Abordemos la boda Bernechea-conde español no para volver sobre mojado sino para pensar qué nos indigna y qué permanece velado a la crítica.
¿Por qué esa boda suscitó rechazo en redes sociales? Como primera respuesta, el rechazo provendría de una escenificación con elementos de orden estamental (apellidos, fenotipo) imaginado por una élite “blanca” aspiracional (que veranea en Asia, frecuenta páginas sociales) que mira por encima a una mayoría “cobriza”. El blasón del novio le imprime además un “no sé qué” de decadente al asunto.
Hasta aquí se cierran filas. Pero entonces una podría suponer que fuera de los exabruptos de esa élite limeña, no existen estereotipos de lo “indígena” en el Perú y que, por lo mismo, la boda de marras chocó con nuestro sentido común nacional. Tampoco, pues. De hecho, las élites regionales (gobierno regional, municipios, agencias de turismo, emprendedores, etc.) hacen uso frecuente de esos estereotipos.
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Ya en el Cusco de principios del XX, lo “ancestral” indígena formaba parte de un discurso que pretendía legitimar a una élite indigenista en el “centro” (ombligo) en la geografía intelectual del Perú. Desde una historia imaginada, pretendidamente “milenaria” (los incas, el quechua, and so on.). De más está decir, las representaciones idealizadas instalaban al “otro” indígena en un pasado “glorioso”, fuera del mundo social contemporáneo, donde no cabía un indio-ciudadano.
Hoy, algunas regiones cimentan discursos de identidad sobre lo indígena “ancestral”. Una visión que resulta funcional al turismo. Desde Cusco hasta el Lago Titicaca, agencias de viaje conminan a las comunidades y asociaciones quechuas y aimaras a vestirse con sus “trajes típicos”, a la llegada de visitantes.
En las afueras de Iquitos, jóvenes y mujeres asimiladas a la vida de la ciudad, mudan sus jeanes y camisetas para vestirse de “nativas”; forman y escenifican bailes “ancestrales” con el pecho desnudo ante las cámaras del turista. Si eso no es cosificación, ¿qué lo es?
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La thought de turismo “ancestral” está desfasada mientras en otros países andinos y en Brasil se intentan experiencias vivenciales y (algo más) horizontales, ¿por qué persiste en el Perú? Tal vez porque persiste en nuestro imaginario esa subordinación del indígena y no “sabemos imaginar” otro tipo de vínculo.
Y no se diga que esas élites (la novia Barnechea o el operador turístico de Cusco) se asumen “descendientes” de lo indígena ancestral. No pues. La descendencia es un atributo simbólico, un apego al “pasado glorioso” que evidencian las Tumbas Reales de Sipán o Machu Picchu antes que una identificación con las mujeres y hombres de las comunidades, esas de piel “cobriza”, de apellido Quispe o Yarlaqué.
Esto es también llamativo y no lo cuestionamos. Una mirada bien escindida. Lo menos que se puede decir es que la subordinación del “indio” (¿“nuestros” indios?) goza de legitimidad en el país. Eso es apropiación étnica del poder ¿no?
” Fuentes larepublica.pe ”