Para Marie Kreutzer, la directora de La emperatriz rebelde (Corsage) (estreno en cines el 9 de noviembre), Sissi Emperatriz no period más que “un souvenir”, un recuerdo manoseado, explotado y aburrido que veía por todas partes en su ciudad, Viena. Por eso, cuando la actriz Vicky Krieps (El hilo invisible) le propuso hacer una película sobre la famosa monarca, se rió y se negó hasta que la concept volvió a su cabeza y empezó a leer. Cayó en las mismas lecturas en las que había caído la intérprete, esas que mostraban una mujer actual, melancólica, oscura, intelectual, adelantada a su tiempo, obsesionada con su peso, triste y algo punk porque, a su manera, como pudo, se rebeló ante las ataduras de la corte austrohúngara.
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“Sissi nunca quiso ser emperatriz en primer lugar”, explica Kreutzer. Y a partir de cierta edad lo dejó claro. Decidió que ya no fingía más, que ya no se sometía a la imagen y papel restrictivos que le habían otorgado: ser una mujer siempre bella y parir a un heredero. Ella tenía opiniones, incluso políticas, escribía poesía, leía, cultivaba su cuerpo (tenía gimnasio, llevaba una dieta estricta para mantener 45 centímetros de cintura… “Si hasta llevaba un tatuaje de un ancla en la espalda que se había hecho en un bar de marineros en Ámsterdam”, decía Krieps. “Su cuerpo era lo único que podía controlar”.
La emperatriz rebelde (Corsage) se sitúa en 1877 cuando Sissi cumple 40 años. Una edad en la que las mujeres eran consideradas viejas entonces. Ella aprovecha ese momento de desprecio social para multiplicar sus pequeños conatos de rebeldía: no comer ni un bocado en los banquetes oficiales, tampoco abría la boca para hablar, y aparecía siempre con el rostro tapado; permanecía en la otra punta del palacio, alejada de su marido Francisco José, y, sobre todo, escapaba de la corte durante largas temporadas, meses incluso.
La película retrata esos viajes melancólicos y liberadores a Inglaterra y Escocia, donde period feliz montando a caballo, caminando, nadando, acompañada de los pocos amigos y familiares en los que podía confiar. Aunque sabemos que viajó mucho más. Que se construyó una casa en Corfú, que navegó el Mediterráneo, que huía a Hungría, su país amado, siempre que podía.
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