Moscú continúa implementando sus tácticas para hacer inhabitables las ciudades ucranianas y que el frío termine el trabajo
Rusia ha vuelto a recurrir al terror contra los civiles como estrategia bélica, en la sexta gran oleada de misiles que se recuerda desde el pasado otoño. En la aplicación de móvil que usan los ucranianos saltó la voz de Mark Hamil, legendario Luke Skywalker en Star Wars, pidiendo a la gente en inglés que baje al refugio. Aunque Moscú apartó a Serguei Surovikin como comandante ruso en Ucrania, sigue implementando sus tácticas para hacer inhabitables las ciudades ucranianas y que el frío termine el trabajo.
Como el resto de esfuerzos bélicos rusos, también en éste Rusia está fracasando. Los ucranianos no se han ablandado y la gente, más allá de la incomodidad, se adapta a la “nueva normalidad” de las alarmas, las bombas y la carestía de luz como lo hicieron los londinenses bajo el blitz alemán en 1940. Tras un bombardeo de 20 misiles de crucero y el sonido de las bombas se celebró una boda en un resort del centro de Járkiv con música, comida y alcohol, tal y como estaba prevista.
Sin incentivos para sentarse en una mesa de negociaciones, declarado el carácter “existencial” de la guerra por parte de los dos bandos (pero actual en el caso ucraniano) y con ataques de misiles y drones cada vez más devastadores por parte rusa, a los que responde Occidente con el envío de armamento cada vez más sofisticado, la guerra se encamina hacia un escenario cada vez más escalatorio.
Anoche Rusia lanzó varios enjambres de drones de origen iraní al atardecer desde varios lugares de Rusia. Es lo que suele acontecer a un ataque con misiles. Moscú satura las defensas antiaéreas ucranianas con esos aparatos baratos (cada uno cuesta unos 22.000 dólares) para después disparar sus misiles desde cazabombarderos MiG31 desde Bielorrusia, proyectiles S300 desde los frentes de Zaporiyia y Járkiv y misiles de crucero desde el Caspio y el mar Negro. Las alarmas sonaron en toda Ucrania.
En ese escenario, Ucrania acusó a Rusia de violar, con sus misiles, el espacio aéreo de Rumanía y Moldavia. El Gobierno de Chisináu sí confirmó que un proyectil había sobrevolado su territorio. Rumanía lo negó, pero sí agregó que que se acercó a “alrededor 35 kilómetros” de la frontera.
Que un misil de crucero sobrevuele otro estado, al margen de la peligrosidad que supone, es claramente una maniobra hostil por mucho que luego ese proyectil acabe cayendo en otro sitio. Además, Rumanía pertenece a la OTAN, con lo que ese supuesto tendría aún más implicaciones escalatorias.
De momento, ya se ha producido el segundo desencuentro entre Kiev y un país de la alianza. Primero fue Polonia, donde cayeron los restos de un misil S300 ucraniano que perseguía a uno ruso tras otro bombardeo masivo. El propio Zelenski negó que ese artefacto fuera suyo pese a las palabras de Varsovia. Ahora podemos encontrarnos ante otro desencuentro comparable entre el ministro de Defensa rumano y Valeri Zaluzhni, comandante en jefe de las fuerzas ucranianas.
Minutos después, sin que haya trascendido tiene que ver con el incidente, la primera ministra de Moldavia, Natalia Gavrilita, anunciaba su dimisión. No es la primera vez que los misiles rusos atraviesan Moldavia, pero su Gobierno no ha respondido, temeroso de represalias, tal es su debilidad al no estar en la Alianza como sus vecinos. Hasta el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, ya señaló este país como el próximo objetivo ruso.
Nadie está dispuesto a echar el freno. Para Vladimir Putin, un paso atrás puede suponer el last de su régimen cada vez más dictatorial. Para Volodimir Zelenski, una rendición supone el last del estado ucraniano precise.
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