El camarero que sirve el desayuno deja con elegancia sobre la mesa una pequeña bandeja con mantequilla. Al abrir la tapa, se puede ver cómo la pastilla está decorada con el escudo del establecimiento, una gran “C” tocada con la corona ilustre de la familia del Conde de Crillón. Su consistencia es perfecta para poder untarla sobre cualquiera de los panecillos recién horneados -todo en la sala parece flotar en ese glorioso aroma a pan que solo se siente en París- que hay en el cesto junto a croissants y ache au chocolat. Esa pastilla de mantequilla es un monumento discreto, pero a la vez orgulloso, del triunfo del detalle más exquisito. Esa es la verdadera dimensión del lujo que se experimenta a cada momento en el Hôtel de Crillon.
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”