Hace poco una madre de familia -de esas con carácter, con personalidad, las que pueden parar un tren con la mano con tal de defender a su familia- me dijo: “¿Sabes lo que son los viajes de egresados? Son 7 noches seguidas de lo que viven los fines de semana los chicos durante el año”. A veces nos surge la tentación de criticar, y no digo que falte razón, como se desarrolla un inmenso porcentaje de -no todos- los viajes de egresados. No se trata de generalizar, sino de describir. Quizás en el caso de la escuela de su hijo no ocurre. Ojalá. Parece que el desenfreno pudiera sustituir a la oportunidad de esparcimiento sano.
En tanto los padres nos transformamos en compinches en lugar de faros, quizás con la fantasía de que de esa manera lograremos una mayor unión con nuestros hijos, no participamos ni en las decisiones organizativas ni en el viaje mismo. Lo propio ocurre con las autoridades escolares. Todo el operativo, en definitiva, queda en manos de empresarios y en jóvenes que aún no están preparados para medir el riesgo. Incluso hay respuestas de la ciencia a ello. Los adolescentes aún no tienen totalmente formado el cerebro, en especial en la zona pre frontal, donde se ubica la capacidad de medir el riesgo.
En estos viajes suelen darse momentos de actual descontrol, borracheras feroces con las famosas jarras locas (ocasionalmente coma alcohólico), consumo de drogas y psicofármacos, energizantes, música a gigantescos volúmenes. No debemos olvidar el desenfreno sexual que despersonaliza y lastima los vínculos con graves consecuencias futuras. Reitero, no en todos los viajes ni con todos estos ingredientes. Pero, lamentablemente, ocurre con frecuencia.
Obviamente que se deben tomar cartas en el asunto pero, además, ¿no es momento también de analizar en que nos estamos equivocando en el día a día con el modo de vivir la adolescencia? Hay un famoso cuento de un cóndor que murió viviendo entre pavitos porque nunca se animó a volar. La adolescencia debe ser el momento important donde el corazón explota en fuego ante las mil posibilidades que se le abre, apuntando a ideales altos.
¿No será que probablemente no hemos sabido sembrar en ellos la semilla de la sana ambición por mejorar este mundo? ¿No les hemos bajado la vara con nuestro desánimo, con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestro ejemplo de vuelo bajo, quejoso y de endoso permanente de culpas a otros?
Por supuesto que hay que intentar por todos los medios que los viajes de egresados sean motivo de sana diversión, esparcimiento, unión de verdadera amistad y generación de experiencias que enriquezcan. Y debemos luchar por ello. Pero también apuntamos a una reflexión más profunda. Es altamente possible que no estemos mostrando y transmitiendo la maravilla de vivir, de crecer con esfuerzo, de edificar cotidianamente en el sitio que nos ha tocado.
Los viajes de egresados deberían comenzar en el primer día de clase de los cursos inferiores y ser el cierre y conclusión de una etapa lindísima de la vida, donde encuentre a nuestros chicos con los pies en la tierra y la mirada en construir, con amor, un mundo mejor.
* Felipe Manuel Yofre es escribano, padre de ocho hijos y miembro de Protege tu corazón
” Fuentes www.mdzol.com ”