Benito Fernández Palazó (Madrid, 1935), gran director de hotel, murió ayer en Marbella. De padre madrileño y madre catalana, su vida y su trabajo ha estado profundamente ligada al turismo de la Costa del Sol, donde se le recuerda por su gran estilo y mejor escuela en la gestión de algunos de sus más importantes hoteles, como el Atalaya Park y Puente Romano. Sus amigos han recordado hoy su trabajo, su cercano don de liderazgo y su sencillo carisma. Afable y perfeccionista, fue un jefe estricto pero atento con sus empleados. Como el Alfonso de Hohenlohe, Ricardo Soriano o el conde Rudi, Benito marcó como un cauterio el destino de Marbella como destino turístico internacional.
«Era muy humano. Una personas que si te podía ayudar, te ayudaba, tanto en el trabajo como en lo personal. Fuera del hotel éramos amigos. Era muy familiar y tenía un gran sentido del humor. Aún después de dejar el hotel, seguíamos reuniéndonos en la cena de Navidad en la marisquería Santiago», ha recordado hoy Isabel Cobo, que fue su secretaria en los años en que Benito estuvo en la dirección del hotel Puente Romano. «Desde los años sesenta ha sido un promotor muy importante a la hora de atraer el turismo», ha explicado. «Ha sido uno de los pioneros. Lo ha dado todo. Su vida en Marbella ha sido por y para el turismo».
«Dio la casualidad que yo terminé mis estudios de Turismo en Málaga y mi padre habló con Benito», narra Isabel, que fue contratada para una semana en el hotel Puerto Romano y al final estuvo 24 años. «Entré como telefonista, pero al año me presenté en su despacho y le dije que yo podía ser su secretaria, ya que no congeniaba con la que tenía. Le dije que me probara. Estuve de prueba un mes, pero al final estuve a su lado quince años. Con él he tenido experiencias buenas y mejores», ha rememorado.
A Benito no le gustaba el campo. Así lo explicaba el propio Benito cuando recordaba que a las cinco años se muda con sus padres a una finca de Córdoba. Como no le gustaba estudiar, pronto entra en contacto con el mundo de la hostelería cuando con quince años parte solo a Barcelona. Allí trabaja en los establecimientos más importantes de la época, donde se revela su don para los idiomas. Según cuentan, tras tres meses de estancia, ya había aprendido hablar catalán.
Benito trabaja en la Costa Brava y, posteriormente, a partir de 1959, en Reino Unido, donde conoce a su primer mujer y rápidamente asciende a director de un gran restaurante. En 1962 viaja a Marbella por primera vez, de la que tanto había escuchado hablar a sus amigos y clientes; y se hospeda en Los Monteros, donde conoce a Miguel Picazo, su director. A partir de entonces, sus estancias en el municipio fueron cada vez más frecuentes. Pronto entabla amistad con los entonces dueños del hotel Atalaya, y, a partir de 1968, se convierte en su director, al tiempo que su mujer, la holandesa Mery van Anen, se hace cargo del hotel Lumimar.
Propiedad de los estadounidenses Michael Ginsberg y Alí Czahar, el hotel Atalaya Park fue el proyecto hotelero más importante de su época. En su mejor época, bajo la dirección de Benito, llegó a contar con 535 habitaciones y 750 empleados, que trabajaban en sus siete restaurantes, nueve bares, nueve piscinas -una de ellas, la primera climatizada en la Costa del Sol-, once pistas de tenis y un gran campo de golf, que concitó al pudiente turismo americano.
Como ha contado su amigo, el periodista Miguel Nieto, «su carácter queda explicado por la fotografía que hoy había encima del féretro donde se le ve rozagante con una copa de vino en la mano. Le dijo a su mujer, Mery, que no quería que hoy nadie estuviera de luto». Y así ha sido, confirma Isabel Cobo.
” Fuentes www.diariosur.es ”