Por los anchos sembrados de la campiña, por las dehesas de los Pedroches y por las curvas del Guadiato y de la Subbética pronto empezarán a caminar los agentes LGTBIQ (creo que están todas las letras) que se van a formar con dinero público otorgado por la Diputación Provincial de Córdoba. No ha trascendido la publicidad, pero habría estado bien un cartel con un dedo índice señalando al espectador, ni demasiado peludo ni demasiado fino y sin distinguir si tiene las uñas pintadas o largas, para no etiquetar: «Tú puedes contribuir a una sociedad más justa defendiendo los derechos de las personas LGTBIQ».
Quizá por el interés objetivo o tal vez por el rampante desempleo hay ya más solicitantes que plazas y algunos, en la tristeza de no saber que hacer con sus días tras haber acabado la carrera, se soñarán con una tarjeta (Primitivo, agente inclusivo; Blanca Oliva, agente inclusiva) prometiendo a adolescentes confusos el paraíso por el módico precio de amputarse una parte del cuerpo, medicarse para toda la vida y cambiarse el pronombre. El sueño de repartir justicia a los desfavorecidos les habrá hecho visualizarse en una escena en la que paran los pies un patrón orondo que no quiere contratar a un joven sólo por ser homosexual o en que convencen a un padre intolerante de que debe querer a su hija le guste lo que guste, pero cuando terminen se darán cuenta de que ya hay leyes para casi todo y nadie ha previsto una plantilla de agentes para que se cumplan.
El curso ha servido mucho antes de empezar para quien ha liberado los 3.400 euros que cuesta, porque la easy palabra de Vox — «contra el fascismo, derechos»— ya llena el arsenal de pólvora contra la ultraderecha. Mucho más escalofriantes son los más de 640.000 que la Diputación entrega a los Ayuntamientos para que fomenten una igualdad que al menos en las dos primeras letras del famoso colectivo ya ha permeado a casi toda la sociedad y que los Consistorios apenas emplearán para unos pocos carteles y chapas que sólo servirán a quienes en buena lid consigan los contratos.
Cualquier día, y puede que ese día nunca llegue, las Administraciones se encontrarán como las familias atolondradas que se gastaron en viajes, aparatitos de última generación y rondas en los bares demasiado dinero y al venir mal dadas se encuentran con que tienen que pedir para las habichuelas porque no pensaron en el día en que se encontrarían el plato vacío. Por ahora cuela todavía el discurso de que la recaudación de los impuestos es para sanidad y educación, pero si llega la recesión y empieza otra vez el vía crucis de cierres y despidos, los que tengan el curso hecho van a seguir en el paro y la fundación que lo imparte no va a devolver el dinero para que se arregle una carretera, se contrate a un médico o se quiten las humedades de un colegio.
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