Comerse un bocadillo de jamón acompañado de una cerveza es una buena experiencia gastronómica, pero si se degusta en uno de los tres puntos más profundos del planeta es algo que no tiene coloration. Bueno, todo el que permite la oscuridad que reina a ten.700 metros y en plena fosa de las Marianas. Tres horas y media de descenso a una velocidad inicial de 150 metros por minuto, donde en los dos primeros ya se pierde la luz del sol. «Bajar a esas profundidades es una experiencia transformadora. Ha sido el culmen de mi carrera o, como me gusta decir, lo más bajo que podía caer», señala Héctor Salvador, una de las pocas personas en el mundo –y el primer español– que ha descendido a casi as soon as kilómetros bajo el mar.
«Desde pequeño pensaba que la última frontera por explorar eran las estrellas, por eso estudié ingeniería astronáutica, pero el día que aprendí a bucear me enamoré del océano, dejé la Agencia Espacial Europea y me convertí en piloto de sumergibles». Relata que es imposible volver a ser el mismo tras encuentros increíbles con animales de las profundidades, desde calamares gigantes hasta pequeñas criaturas desconocidas, pasando por «una easy sepia que cambia de coloration mientras te observa, intentando comunicarse».
Bajar a grandes profundidades es algo reservado a científicos o exclusivos turistas, pero ya surgen iniciativas capaces de democratizar la experiencia. Héctor ha realizado más de 2.500 inmersiones, muchas de ellas a bordo de los vehículos de Tritón Submarines, empresa americana con sede en Florida y Barcelona, filial que hace seis años abrió bajo su batuta y que ha desarrollado el primer submarino transparente del mundo con fines turísticos. «Se encuentra en Vietnam, lo fabricamos para un complejo hotelero que ofrece una experiencia turística diferenciada, a 100 metros de profundidad. Al ser transparente (como otros vehículos de Tritón) no solo elimina la sensación claustrofóbica de viajar en submarino, sino que el casco de metacrilato tiene el mismo índice de refracción que el agua del mar, por lo que ópticamente desaparece y te sientes sin paredes; los animales que se acercan te miran ojo a ojo, y sientes que flotas en la inmensidad del océano».
Ofertar esta experiencia requiere de una inversión inicial de entre 4 y 7 millones de euros, pero pueden vivirla unos 24 turistas en cada inmersión por 50 euros. «Puedes bajar con toda la familia mientras un biólogo o un arqueólogo explica lo que ves. La demanda está aumentando y esperamos que esto coja inercia, siempre que se haga con el mínimo impacto ambiental. Tenemos una segunda oportunidad de conocer la biodiversidad de nuestro planeta desde el respeto. Porque, como decía Cousteau, el ser humano solo protege lo que ama. Y ama lo que conoce».
Hasta 2019 habían viajado más personas a la Luna que al fondo del océano. Pero los avances tecnológicos cambian el panorama. El puerto sur de Santa Cruz de Tenerife es el centro de operaciones del Pisces VI, vehículo de inmersión profunda con tecnología de vanguardia, capaz de bajar a 2.180 m. y con capacidad para cuatro personas. Es el resultado del sueño de un niño de cinco años, Scott Waters, quien hoy –30 años después– lo ha hecho realidad. Estuvo cuatro años de negociaciones con Rusia en las que no hubo suerte, hasta que por fin encontró el Pisces VI, un submarino inoperativo de finales de los 80 que prácticamente tuvo que reconstruir pieza a pieza. Para lograrlo vendió su casa y sus pertenencias y tras un fallido periplo por una empresa canadiense acabó recalando en esta isla canaria.
En un contenedor
«Los submarinos con capacidad de inmersión más allá de los 2.000 m., de aguas profundas, han estado principalmente en manos de los gobiernos, y en el mundo tan solo hay seis operativos. Hay pocas iniciativas privadas porque es costoso y requiere de conocimientos al alcance de pocos. Una peculiaridad del Pisces VI es que cabe en un contenedor de 20 pies, lo cual favorece su viaje por todo el mundo y abarata costes», explica Sonia Pérez, directora de desarrollo de negocio del Pisces VI, quien señala que el objetivo es proporcionar capacidad de inmersión profunda a instituciones científicas, públicas o privadas, que no podrían costearlo. Cada inmersión de 8 horas (aunque tiene una autonomía de 120) proporciona la oportunidad de nuevos descubrimientos.
Ha sido el único en bajar a los deltas lávicos formados en La Palma por la erupción del Cumbre Vieja, y en él han viajado Pedro Duque o Jesús Calleja. Ofrece también la posibilidad de inmersión con fines cinematográficos, arqueológicos, humanitarios o industriales. Y, en 2023, ya lo hará con fines turísticos. «Tenemos lista de interesados, gente con pasión por el océano o que busca experiencias únicas, el mismo perfil de quienes buscan ir al espacio», precisa Pérez. La thought: realizar dos viajes turísticos al día. El precio: 1.900 euros por persona.
La demanda va en aumento pero todavía está aún lejos de convertirse en un ‘growth’: «Para ponerlo en marcha se necesita una brutal inversión y conocimiento. Es clave que estas inmersiones se hagan de manera sostenible, perturbando lo mínimo la vida marina. El Pisces VI incorpora los motores más silenciosos del mercado y puede volver a la superficie sin soltar pesos y sin dejar residuo en el fondo. El objetivo es que aunque se lleven a cabo inmersiones turísticas, los datos recabados sean útiles a nivel científico», explica Pérez.
Científico y sostenible
Pero el turismo subacuático explora además otras interesantes posibilidades. José Antonio Moya ha formado parte de multitud de expediciones científicas en las que ha nadado junto a tiburones ballena, y ha sido responsable de la gestión de las visitas guiadas al pecio Bou Ferrer de Villajoyosa, una oportunidad única de contemplar en directo (incluso por buceadores con discapacidad) el mayor pecio romano en excavación en el Mediterráneo. Naufragó entre el 64 y 68 d. C., y conserva miles de ánforas y grandes lingotes de plomo con marcas que demuestran que eran propiedad del emperador Nerón. «Ahora que no hay actividad arqueológica, el pecio está vigilado y enrejado para evitar el expolio», señala Moya, quien espera que las investigaciones se reinicien en breve.
Mientras, se encuentra inmerso en la ruta de las anclas del Portixol, el primer recorrido señalizado para visitar piezas de diferentes épocas: «España tiene un potencial enorme para este tipo de turismo, en el plano pure y arqueológico. Pero debe ser una actividad basada en la ciencia que no genere impacto». En ello coincide e insiste Javier Noriega, presidente del Clúster Marítimo de Andalucía: «La tecnología avanza y el ocio es importante, pero hay que innovar de forma sostenible», y reconoce que «quienes se acercan a este tipo de turismo están sensibilizados con la naturaleza y el patrimonio cultural; son proteccionistas del medio». Precisa que son necesarias más medidas de regeneración de fondos y crear microreservas marinas. «Hay que poner en valor algunos de los pecios y el legado submarino que tenemos a lo largo de la costa, como la experiencia arqueológica italiana de Baia. España tiene mucho que decir bajo las aguas, es una de sus mejores historias por contar», cube Noriega.
A unos 30 kilómetros de Nápoles y hace 2.000 años, Baia period una ciudad vacacional conocida como el Las Vegas del Imperio Romano. Lujosas villas en la playa, piscinas con mosaicos, imponentes estatuas, suntuosas casas de baño… donde los más adinerados se entregaban a una vida de desenfreno. Sometida a siglos de actividad sísmica e hidrotermal, gran parte de la ciudad se hundió. Durante mucho tiempo sus sumergidas ruinas fueron exclusivo dominio de buceadores, arqueólogos y fotógrafos. En 2002, y para protegerla, se creó el Parque Submarino de Baia, que abrió a los ojos del gran público este tesoro subacuático.
Beneficios locales
De ello sabe bien Michele Stefanile, arqueólogo marítimo y epigrafista latino, dedicado al estudio y digitalización de más de 3.000 inscripciones latinas de Pompeya y que ahora investiga el puerto romano sumergido de Puteoli: «Acabamos de descubrir los almacenes de trigo que desde Egipto se enviaba a Roma, y también los barrios comerciales de mercantes de Arabia, Egipto, Oriente Próximo y de la Península Ibérica, con sus estructuras y sus lugares de culto. Todo está bajo el agua exactamente como en Baia, y lo estamos documentando arqueológicamente para que también se pueda incluir en destinos de turismo subacuático». En Baia, cualquier turista puede bucear guiado por un centro de buceo, que lo comunica al Parque Arqueológico Campi Flegrei. «Trabajamos para concienciar a los buceadores y se controlan los accesos para que no haya impacto. Las piezas importantes se sacan y se conservan en el museo, y se sumergen copias, como las estatuas del Ninfeo», relata Stefanile, quien reconoce que «hay mucha más gente buceando en las reproducciones que entrando al museo».
Para este experto, está claro que cada día hay mayor interés por el turismo subacuático, y que después de 20 años, Baia ha demostrado que la población native obtiene beneficios reales: «Alojamientos, tiendas, restaurantes… miran con gran interés a este patrimonio que ayuda a su economía. Pero hay que tener en cuenta que cada lugar tiene sus límites y que traspasarlos puede causar daño mayor que el beneficio».
Stefanile recalca que el avance de la tecnología está siendo clave: «Permite documentar lo que está bajo el agua en tiempo rápido. En Puteoli, hemos obtenido un mapa de todas las estructuras sumergidas con dos vuelos de 30 minutos y unas horas procesando imágenes al ordenador; antes teníamos un mapa mucho menos preciso con fotos aéreas e inmersiones directas que necesitaba de semanas de trabajo. Con proyectos europeos se ha desarrollado un iPad con carcasa que puede funcionar bajo el agua y permite visualizar las reconstrucciones frente a las ruinas. La tecnología permite acercar el patrimonio a quienes no pueden bucear reproduciendo las ruinas sumergidas en 3D».
Tecnología, y mucha, se desarrolla en la Universidad de Cádiz, única de España que tiene una línea de investigación en arqueología subacuática. Licenciada en Historia y Arqueología Submarina, Carlota Pérez-Reverte reconoce que aunque mantiene ese gusanillo literario heredado de su padre (hijo de marinos mercantes) comparte mucho más el amor de su familia por el mar: «Bucear es una de las experiencias más maravillosas». Participa en el proyecto Herakles, cuyo objetivo es saber el patrimonio arqueológico y subacuático en el Estrecho de Gibraltar, y que bajo dirección del arqueólogo Felipe Cerezo ya ha descubierto más de 150 yacimientos, sobre todo pecios.
Están realizando pruebas con una una boya que transmite en pink wifi y streaming vídeo y datos submarinos a estaciones de tierra, en el marco del proyecto TIDE Atlantic Community for Creating Historic Maritime Tourism que impulsa nuevos recursos turísticos y culturales en el Atlántico. «El objetivo es conseguir retransmitir en directo estas excavaciones; utilizamos gafas de realidad virtual para acercar este patrimonio a la ciudadanía con experiencias inmersivas virtuales en yacimientos. España es un país privilegiado, el turismo subacuático, hecho de manera responsable y sostenible genera beneficio a las poblaciones, si se integra en planes de gestión y desarrollo redunda en una mayor protección», deja claro Pérez-Reverte.
De este auge bien puede hablar Carlos Díez de la Lastra, CEO de Les Roches con campus en Marbella, que en septiembre de este año acogerá la tercera edición de Sutus, evento único en el que se presentan las últimas iniciativas turísticas relacionadas con espacio y océano. «Los dos presentan casi los mismos grandes desafíos a los que deben enfrentarse los ingenieros, y los retos para el turista son parecidos: pequeños espacios, incomodidad, aislamiento, soledad… Sin embargo, es una experiencia única para quienes quieren explorar los límites –cube De la Lastra– ¿Se convertirá en un ‘growth’? De momento el precio es un hándicap, pero no sólo debemos hablar de estos viajes prohibitivos. A Sutus van llegan proyectos de todo tipo que pueden estar en torno a los 80.000 o 100.000 euros. De aquí a que se escale y esté disponible en todas las agencias –aunque sean caras– no hay tanto tiempo. La gente pensaba hace un par de años que esto period una quimera, pero ya es una realidad. Hay turistas espaciales y oceánicos. Y habrá más».
” Fuentes www.abc.es ”