Ocurrió como suelen ocurrir en realidad siempre las tragedias, confundiéndose con la cotidianidad. Nada hacía prever aquel 18 de julio de 1995 el desenlace posterior. Las gentes de la isla Montserrat, un territorio británico en el Caribe, amanecieron con el cielo claro. Aunque al poco, un polvo blanco en suspensión comenzó a cubrir todas las superficies de la capital de la isla, Plymouth, “como si fuese polen”, detalla Cal Flyn en Islas del abandono (Ed. Capitán Swing).
La escocesa Cal Flyn tiene fijación por sitios como Chernobyl, las antiguas zonas industriales de Harju, el jardín botánico de Amani o la propia Plymouth, la única ciudad fantasma que es la capital de un territorio político. Ella hace la maleta para ir de viaje a lugares de los que sus habitantes salieron corriendo por uno u otro motivo, lugares que tienen en común su abandono, que fueron destruidos por guerras, catástrofes nucleares, desertificación, colapso económico…
Todo tipo de desastres que los llevaron a un estado de salvajismo pure en el que, a pesar de todo, perviven las huellas de la humanidad porque, cube la autora, no dejamos de estar inscritos en el ADN del planeta. El libro recopila más de dos años viajando e investigando sobre estas geografías del abandono.
Aquel 18 de julio de 1995 todo sucedió como a cámara lenta: las primeras emanaciones sulfurosas, la neblina en lo alto, el olor fuerte que fue haciéndose cada vez más evidente. Luego empezaron los temblores, no al modo de un seísmo contundente, sino ligeros, muy ligeros, tanto que la gente podía dudar si lo había notado realmente o eran imaginaciones provocadas por la tensión psicológica.
Los expertos no lograban decidirse al principio, pero finalmente en diciembre de ese mismo año todos los residentes fueron evacuados como precaución. Aunque muchos volvieron al poco -y eso es más común de lo que puede parecer, hay, explica Cal Flyn, ciertas fuerzas psicológicas que actúan habitualmente sobre quiene permanecen-. Sin embargo, el 25 de junio de 1997 una nueva erupción masiva produjo un auténtico tsunami piroclástico que mató a 19 personas y cubrió todo el lado oriental de la isla.
Plymouth fue evacuado definitivamente. Aquellos flujos ardientes que golpearon a la ciudad fueron, según comenta Cal Flyn, muy similares a los que destruyeron la ciudad de Pompeya. Así que ahora la ciudad yace bajo cenizas, “tal vez preservando para nuestros descendientes un registro de la vida de principios del siglo XXI”. Ella viajó A Plymouth viajó veintidós años después de la primera explosión del volcán y se sintió con el protagonista de El último hombre (1826), la novela de Mary Shelley, caminando por un mundo devastado por una disaster climática muy parecida a la que sufrimos actualmente.
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”