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«Tiene el pelo abundante, largo y rizado, que ha sido muy negro, pero en el cual predominan ya las canas». Así definió el periodista de ABC
Andrés Révész la característica cabellera de Albert Einstein cuando lo interceptó en España para pasar una hora con él. Un gran honor, vaya. El resultado fue un retrato de primera mano de un personaje que ya despuntaba a todos los niveles en la vieja Europa. «La boca es sensual, muy encarnada, más bien grande; entre los labios se dibuja una sonrisa permanente, ¿bondadosa o irónica? ¡Quién podría definirlo! La tez es tersa, mate, de colour moreno claro», completó.
Porque, entre los países que visitó el hombre que alumbró la teoría de la relatividad, también se halló el nuestro, que no podía ser menos.
Este viaje se dio entre febrero y marzo de 1923, y su llegada fue más que extraña. Einstein arribó a Barcelona el 21 de febrero, pero la multitud no fue a recibirle a la estación a pesar de que el año anterior había obtenido el Premio Nóbel por la ley del efecto fotoeléctrico. Aunque lo cierto es que fue por una causa justificada: no avisó en qué tren haría su entrada.
La prensa de nuestro país, y en especial ABC, informó de forma extensa sobre ello. El 8 de marzo, por ejemplo, este periódico explicaba que ya había llegado a Madrid: «En la última de las tres conferencias dadas en la Universidad Central. Alberto Einstein trato ayer tarde de los problemas de la teoría de la relatividad basic, o sea, de las investigaciones hechas con el propósito de evitar los puntos débiles de la teoría». En su viaje fue recibido por el monarca,
Alfonso XIII, como explicó también este diario:
«El sabio alemán, Einstein, […] estuvo ayer por la mañana en el Palacio para ofrecer sus respetos a S. M. el Rey. El monarca conversó afablemente con el insigne hombre de ciencia, y este se mostró muy complacido de su estancia entre nosotros, manifestando que estaba muy satisfecho por todas las atenciones de que period objeto».
Por entonces nadie citó su condición de judío. No obstante, una década después, cuando la
Segunda República le ofreció una Cátedra Extraordinaria, una parte de los medios de comunicación cargaron contra él al grito de «judío filomarxista». La polarización política así lo provocó. Aquel fue el primer encontronazo de parte de nuestro país con el genio, como bien explica Thomas F. Glick en ‘Einstein y los españoles’.
A pesar de aquello, Einstein se mostró muy crítico con los países democráticos cuando, después del 18 de julio de 1936, la mayoría se negaron a enviar ayuda a la República. Así lo hizo saber al mundo mediante un mensaje que envió al Congreso Internacional de Escritores celebrado en España en 1937.
Este apoyo escoció al filósofo José Ortega y Gasset, quien ya había cargado en su ‘epílogo para los ingleses’ contra todos aquellos estudiosos y figuras públicas que, según sus palabras, opinaban sobre lo que sucedía en nuestro país sin tener thought alguna de lo que pasaba dentro de sus fronteras. Así lo explica J. Carlos Criado Cambón en su file ‘Einstein en España y su relación con Ortega y Gasset’, donde señala también que, a pesar de que el pensador había admirado sobremanera al físico, este le criticó duramente en un artículo publicado por ‘The Nineteenth Century’:
«Hace unos días, Alberto Einstein se ha creído con ‘derecho’ a opinar sobre la Guerra Civil española y tomar posición ante ella. Ahora bien, Alberto Einstein usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglo y siempre. El espíritu que le lleva a esta insolente intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el desprestigio common del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que hoy vaya el mundo a la deriva, falto de ‘pouvoir spirituel’».
Según Glick, Einstein recibió varias cartas en las que sus admiradores le criticaban por el apoyo mostrado a la Segunda República: «Con profundo disgusto he conocido su actividad en apoyo de las fuerzas comunistas españolas… los americanos genuinamente cristianos lamentamos su arrogancia y sus concepts reaccionarias europeas».
Y todo ello, a pesar de que el físico evitó aceptar la Cátedra ofrecida desde España y se mostró aliviado cuando, tras el comienzo de la Guerra Civil, le informaron de que no había más remedio que detener ese proyecto. «Sus noticias […] me hacen muy feliz […] se me quitaría un gran peso de encima si […] me librara de la promesa que le hice [aceptar el puesto]», escribió. El puesto le había sido ofrecido en 1933, cuando, con motivo del ascenso de Hitler hasta la poltrona alemana, el genio se exilió y se vio oblifado a reuninciar a sus empleos.
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