Si la Biblia hubiera tenido lugar en tierras niponas, la montaña Hida, situada en la región central de Japón, hubiera sustituido uno de los momentos más épicos de todo el relato. Allí se hubiera escrito el versículo 14:21 del Éxodo, como si de repente las aguas del mar Rojo se hubieran transformado en montañas de fina nieve y Moisés, en otro acto titánico, hubiera decidido abrirlas en canal y construir a través de ellas una carretera montañosa que conectara las localidades de Tateyama y Omachi, separadas por 37 kilómetros de nieve, hielo y picos que sobrepasan los 3.000 metros de altura.
Desde que fue inaugurada la ruta en 1971, cada primavera, decenas de excavadoras retiran la nieve que cubre la carretera, la posan a los lados y capa a capa llegan a formar auténticos muros que pueden llegar a los 20 metros de altura. Entonces las imponentes paredes comienzan un lento declive hasta que a mediados de junio desaparece por completo. Hasta que eso no ocurre, cientos de autobuses llenos de turistas se paran en mitad de la carretera para fotografiar el curioso paisaje. Pero Tateyama Kurobe es tan escarpada que un solo autobús no es suficiente para completar la ruta alpina. De hecho se necesitan hasta siete tipos de transporte distintos: teleféricos, trolebuses y funiculares son algunos de ellos. Durante la travesía, los picos van sucediéndose y entre ellos, los valles esconden algunos de los paisajes más bellos del país como las cascadas Shōmyōdaki, que con 350 metros de altura, son las más altas de Japón.
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