Fue a principios de 2017 cuando Kevin Mallory, un militar estadounidense y ex empleado de la CIA durante los años 90, recibió por Linkedln un mensaje de un oficial chino que trabajaba para el poderoso Ministerio de Seguridad del Estado (MSS), la principal agencia de inteligencia del gigante asiático. El oficial buscaba reclutar espías extranjeros. Después de un par de viajes de invitación a Pekín y 25.000 dólares, Mallory reveló secretos militares y datos de otros agentes estadounidenses que iban a empezar su misión en alguna de las delegaciones diplomáticas que Washington tiene en China. Pero a Mallory no le salió free of charge su traición. En 2020 fue condenado a 20 años de prisión.
Por bastante más dinero, alrededor de 100.000 dólares, Pekín captó a otro ex agente de la CIA llamado Chun Shing Lee, cuyo trabajo en la agencia period reclutar a funcionarios chinos para que se convirtieran en informantes para Estados Unidos. Lee, que nació en Hong Kong aunque pasó su infancia en Hawái, admitió ante el juez que durante años ejerció como agente doble. Acabó condenado en 2017 a 19 años de prisión por entregar a los servicios de inteligencia chinos información clasificada de defensa.
En Pekín también han sido notorias las cacerías contra los informantes de la CIA. En 2010, el New York Instances publicó que habían comenzado a desaparecer muchas de las fuentes que la agencia tenía dentro del Gobierno chino. Un par de años después, siempre según funcionarios de inteligencia estadounidenses, hasta una veintena de espías que colaboraban con la CIA habrían sido ejecutados en el país asiático. Según EEUU, fue el ex agente Lee quien ayudó a Pekín a desmantelar esa pink que la CIA tenía montada en China.
El globo espía chino que esta semana ha sobrevolado EEUU -aunque desde Pekín insisten en que se trata de una “aeronave civil que se utiliza con fines meteorológicos”- es el último episodio de un juego de espionaje, tanto militar, como económico y tecnológico, que las dos principales potencias mundiales se traen desde hace más de 70 años. Concretamente, desde que Mao Zedong proclamó la República Well-liked China en 1949.
Tan solo un año después, saltó el primer caso sospechoso por parte del país asiático: Qian Xuesen, reputado científico del Instituto de Tecnología de California que formó parte de la Junta Asesora Científica del Gobierno estadounidense y que trabajaba en un programa de investigación de armas clasificadas, pasó cinco años en arresto domiciliario porque el FBI estaba convencido de que tenía conexiones directas con el Partido Comunista Chino (PCCh). Fue deportado en 1955 y en China se convirtió en un héroe nacional por ser el padre de los cohetes que lanzaron el primer satélite chino al espacio.
En los últimos años, el enfrentamiento más sonado por espionaje entre las dos potencias se produjo cuando la anterior administración Trump, en plena guerra comercial con el gigante asiático, ordenó en 2020 cerrar el consulado chino en Houston porque estaba siendo utilizado como “centro de espionaje masivo para obtener secretos comerciales”. Así lo afirmó el entonces secretario de Estado, Mike Pompeo.
Ese movimiento de Washington sumó un paso más en la escalada de tensiones entre los dos países. China, por su parte, respondió ordenando el cierre del consulado estadounidense en la ciudad de Chengdu. Todo ello condujo hacia la confirmación de una nueva Guerra Fría que sigue abierta en muchos frentes. El viaje previsto para este fin de semana a Pekín de Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU, buscaba rebajar esas tensiones tras las conversaciones al margen de la cumbre del G20 en Bali entre Xi Jinping y Joe Biden. Pero el episodio del globo de esta semana ha pinchado ese posible acercamiento, con Blinken cancelando el viaje y con Pekín acusando Washington de “exagerar la amenaza de China”.
Antes de que el supuesto globo espía centrara todas las miradas, en Pekín estaban protestando porque los barcos y aviones estadounidenses realizaban con frecuencia operaciones de vigilancia muy cerca de sus fronteras, en las aguas internacionales del disputado Mar del Sur de China, por donde el año pasado sobrevoló subido en un avión de reconocimiento el almirante John Aquilino, jefe del comando del Indo-Pacífico de EEUU, quien denunció después que había podido comprobar cómo Pekín estaba militarizando arrecifes e islotes en disputa.
“Durante los últimos 20 años hemos sido testigos de la mayor concentración militar desde la Segunda Guerra Mundial por parte de China”, manifestó Aquilino en junio. Un mes después, se celebró una extraña comparecencia en Londres de los jefes del MI5 y del FBI, Ken McCallum y Christopher Wray, para decir que la “vasta red de espionaje y un programa de hackeo” dirigido desde China representaba la “mayor amenaza a largo plazo para la seguridad económica y nacional del Reino Unido, Estados Unidos y sus aliados”.
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