Europa se ha convertido en la meca del turismo internacional. ¡Claro! No es para menos: constituye la cuna de la cultura occidental. Ahora, les propongo hacer un ejercicio de imaginación. Veamos. Primero, aislemos la infinidad de recorridos turísticos de ese continente. Segundo, sumémosle a esa abstracción imaginaria toda la infraestructura turística y logística más desarrollada del planeta. Tercero, denominemos, a toda esa vasta muestra de recorridos, entretenimientos y servicios —tipo buying o parque de atracciones, aunque de dimensiones continentales—, para los fines de este trabajo, “Eurolandia”. Entonces, obtendríamos un “mundo nuevo” dentro del “Viejo Mundo”. Eurolandia sería, metafóricamente hablando, como una caricatura turística de Europa. La masiva afluencia de turistas que llegan desde todos los rincones del globo circula, preferentemente, por los circuitos preestablecidos, deambulan por una especie de “línea de montaje” turística de alta productividad, en donde procuran ver más en el menor tiempo posible. Gran parte del arte europeo y de sus monumentos reflejan un sentimiento, una espiritualidad, el esfuerzo de sus autores, la admiración de los siglos: cosas que es necesario poder contemplar con tiempo e intensidad, que impregnan nuestras almas —y no nuestras fotos—, y que no pueden quedar adheridas a un easy suvenir. De la misma manera, muchos otros destinos en el mundo, esquemáticamente, comienzan a parecerse. Por lo tanto, esas zonas, al desnaturalizarse, devienen en sectores artificiales, que desconectan al turista del mundo actual. La receta no es nueva: Disneylandia, en Estados Unidos, continúa siendo el diminuto modelo que la industria turística está logrando globalizar.
Jorge Ballario
” Fuentes www.lagaceta.com.ar ”