¿Sabías que hay un lugar en el que nadie puede morir porque está prohibido por la ley? Se trata de Longyearbyen, una isla noruega situada en el archipiélago de Svalbard que es de lo más specific: además de contar con el índice de mortalidad más bajo del mundo, tampoco está permitido dar a luz -lo que hace que la natalidad también sea nula-, mientras que para salir a la calle es obligatorio llevar encima armas de fuego para defenderse de los osos polares, tan numerosos en la zona que pueden suponer un serio riesgo para la población.
Por si fuera poco, Longyearbyen (y el archipiélago de Svalbrad en common) es el lugar en el que se encuentra el famoso ‘banco del fin del mundo’, un búnker subterráneo que salvaguarda más de un millón de semillas de distintas especies de todo el mundo para garantizar la supervivencia del ser humano en caso de un evento apocalíptico. O, al menos, para poder disponer de una reserva de alimentos que cosechar llegado el caso, ya que la mayoría son plantas de cultivo rápido para el consumo, como trigo, maíz o arroz. El búnker es capaz de resistir terremotos, el impacto de bombas y otros desastres.
La clave de este lugar de menos de 3.000 habitantes, idóneo para sobrevivir al fin del mundo y con todas estas extrañas normas para los ciudadanos reside nada más y nada menos que en el permafrost, la capa de suelo permanentemente congelado que caracteriza a las regiones que se encuentran en el ártico. Algo que, en el caso de los muertos, es especialmente poco útil: a temperaturas normalmente por debajo de los 10 grados bajo cero, su conservación se ha antojado históricamente un problema. Pero, ¿por qué?
El permafrost y la gripe española
Todo empezó en 1950, cuando el pequeño cementerio de Longyearbyen dejó de aceptar nuevos cadáveres. ¿La razón? Porque se temía que los cuerpos enterrados y congelados bajo tierra aún pudieran contener restos del mortal virus de la gripe española que había causado varias muertes en la zona… en 1918. Y lo cierto es que aquellos temores estaban fundados: hoy se sabe que numerosos virus y bacterias pueden soportar temperaturas bajo cero, por lo que enterrarlos durante 30 años bajo el permafrost puede ser en realidad el método perfecto de conservación de este tipo de enfermedades.
A esto hay que sumarle otro problema incluso más evidente: los cadáveres que permanecen congelados bajo el permafrost no se descomponen. Esto puede parecer una nimiedad -ya que no existen olores desagradables en la zona-, pero lo cierto es que en un lugar como Longyearbyen, plagado de depredadores capaces de rastrear una presa o fuente de comida a kilómetros de distancia, tener una suerte de ‘congelador’ lleno de carne humana no parece la mejor thought.
Por eso, hace 70 años se decidió prohibir por ley que los habitantes mueran en la isla. Sin derecho a la inmortalidad incluido en el padrón municipal, para evitarlo las autoridades locales implementaron un sistema casi perfecto: cuando una persona enferma gravemente o se encuentra en una situación terminal, se la traslada a la Noruega continental para que reciba mejores cuidados, para que disfrute de mejores condiciones climáticas y, por último, para evitar tener que enterrarla bajo el permafrost. En el caso de muertes súbitas o imprevistas, se envían igualmente los cuerpos a la parte continental del país.
Sea como fuere, Longyearbyen y, en common, el archipiélago de Svalbard, es uno de los lugares más recónditos del planeta, con una fauna, flora y costumbres únicas. Y, aunque durante años period casi imposible llegar hasta allí, actualmente se puede viajar desde España haciendo escala en ciudades como Oslo, Tromso o Trondheim, desde solo 425 euros ida y vuelta, según Skyscanner.
” Fuentes www.lainformacion.com ”