Eran las 16.01 del 2 de mayo de 1982 y el crucero Normal Belgrano ya había recibido el primer impacto de los torpedos que disparó el submarino británico HMS Conqueror, que lo seguía desde hacía un día. Todo period caos en la nave argentina y mientras se hundía, el capitán Héctor Elías Bonzo, vecino de Normal Rodríguez (oeste del Conurbano), no dudó en su decisión: quería dejarse caer a las profundidades del océano junto con el buque. No lo hizo porque un oficial lo encontró y lo obligó a intentar que lo rescataran. El momento quedó registrado en una icónica foto de la Guerra de Malvinas.
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El ataque británico fue repudiado porque se produjo fuera de la zona de exclusión que rodeaba las Islas Malvinas y que había establecido el gobierno de Margaret Thatcher. Iban 1.093 tripulantes en la embarcación nacional, quienes se estremecieron con el primer estruendo que atravesó cuatro cubiertas de la nave.
Bonzo, héroe de Malvinas y el capitán a cargo del Belgrano, recordó que «estaba subiendo a la torre de comando cuando sentí el golpe y la vibración. Me di cuenta de que period un ataque de torpedos porque se sentía el olor acre de los explosivos. El buque se frenó de golpe, como si el crucero con sus 13 mil toneladas se levantara por los aires. Y entonces comenzó a hundirse».
Y agregó: «El proyectil había dado en la sala de máquinas de popa, ingresó 2 metros dentro del buque antes de explotar e hizo un boquete de 20 metros de largo por 4 de ancho. Por allí el Belgrano embarcó en segundos 9.500 toneladas de agua. Esa explosión causó la mayor cantidad de muertos. Creo que al menos 275 cayeron en ese instante. El buque se quedó sin fuerzas, sin luz, sin energía. Y lo más tremendo fue que ya no podía repararse. No funcionaban las bombas de achique ni el generador de emergencia».
Unos 30 segundos después, el segundo torpedo dio en la proa y, según Bonzo, una columna de agua «se elevó 20 metros, volaron hierros y maderas y cuando cayó faltaban 15 metros de proa. El duro barco de acero se había partido como manteca».
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Y en su dramático relato, continuó: «La situación period tremenda. Sin luz period difícil moverse… los gritos de heridos y quemados, los muertos y la escora que iba siendo cada vez más pronunciada. A los 4 minutos ordené largar las balsas al mar, pero sin abandonar el barco. Period una decisión muy difícil. Quería lograr que los sobrevivientes se mantuvieran reunidos antes de dar la voz de abandono, que es la más tremenda que puede dar un comandante. El riesgo, con el mar encrespado, period que el casco diese una vuelta de campana y nos tragara a todos».
Su decisión de hundirse con el crucero Normal Belgrano
Poco más de media hora después del primer ataque al crucero Normal Belgrano, a las 16.38, el vecino de Normal Rodríguez resolvió tomar una decisión extrema, la que nunca hubiera querido, pero que le imponía el destino. «Mi función en ese momento period dar la trágica voz de abandono, que demoré porque no sabía cuántos habían llegado a las balsas. La voz de abandono significa que el buque ya queda solo. ¿Si dudé en hundirme con el barco? En ese momento, frente al mar, para mí period más fácil decidir morir que vivir. Porque si moría, otros se ocuparían de lo que iba a venir, si vivía tendría que enfrentar que muchos de mis hombres murieron…», recordó tiempo después.
Parado, mientras las olas pasaban por encima del steel del barco y el agua entraba a toneladas por segundo, Bonzo escuchó una voz. «Creí que la imaginaba, que period producto de mi salud, de mi estrés. Pero period el oficial Ramón Barrionuevo. Me dijo que si no saltaba él tampoco lo haría. Le ordené que abandonara el barco. Y se negó. Entonces le pedí: ‘Ayúdeme a ver si hay alguien más, si quedó algún herido’. La cubierta del barco casi rozaba el mar, entraban toneladas de agua… Fui el último hombre que abandonó el Belgrano», relató.
Luego de caer al agua, al rodriguense le quedó grabada en la memoria una imagen para siempre. «Barrionuevo aceptó tirarse. Hizo la señal de la cruz, se paró en la quilla del buque y desde ahí se lanzó al mar. Segundos después, yo también hice la señal de la cruz y me dejé deslizar por la misma soga hasta el agua. Tres balsas estaban esperando a esas dos figuras humanas que no sabían quiénes eran, pero eran dos tripulantes, con el peligro de que el buque se diera vuelta y las chupara», dijo.
Y detalló que «nadé 50 metros y me subí a esas balsas. Estaba exhausto. Me quedé tirado en el piso. A las cinco de la tarde escucho una voz que me cube: ‘Señor, el buque se está hundiendo’. Saqué mi cabeza y me asomé. Vi al crucero desaparecer en el océano».
En las balsas, que estaban equipadas con alimentos y agua potable, permaneció a la deriva 48 horas hasta ser rescatado. «Mi balsa fue la última que se rescató. Cuando subí al ARA Gurruchaga no sentía las piernas, eran como de algodón. Antes de ir al médico para que me revisara o me diera una inyección para hacerme dormir -en la balsa nos manteníamos en vigilia- quise ver a mis tripulantes. Entonces bajé. Estaban en el suelo, en las mesas, en los bancos, desparramados por todas partes. Cuando me vieron, muchos se incorporaron, empezaron a gritar ‘Viva el Belgrano’», contó.
Bonzo, que falleció en abril del 2009 a los 76 años, siempre recordó que tras el rescate en Malvinas «empecé a saludar a mis hombres, a preguntar… En ese momento se acercó una persona y me dijo: ‘Está viniendo para aquí el suboficial Barrionuevo’. No podía creerlo, porque cuando él saltó al mar lo había perdido de vista. No supe durante todos esos días a la deriva si Ramón había sobrevivido. Y ahora iba a verlo. ¡Estaba vivo! Nos dimos un abrazo eterno. Y todos los hombres comenzaron a aplaudir».
El oficial Barrionuevo también le puso su experiencia a ese abrazo cálido con Bonzo después del horror en el que murieron 323 marineros: «De pronto se abrió una puerta y apareció el capitán. Se acercó hasta donde yo estaba de pie, firme, esperándolo. Se olvidó de las jerarquías de la Armada, de la venia, del saludo formal. Nos dimos un abrazo. ‘Ya vamos a hablar de esto que pasó’, me dijo. Y lloramos. Antes de irse, me dijo al oído: ‘Gracias. Gracias’».
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