Hace apenas dos años, la fotógrafa Sophie Matterson y sus camellos Jude, Delilah, Charlie, Clayton y Mac caminaban por la orilla de Shark Bay, a 800 kilómetros al norte de Perth, en la costa oeste de Australia. Desde este paraíso austral, patrimonio mundial de la Unesco y hogar de una de las mayores poblaciones de dugongos del planeta, emprenderían una travesía a pie de casi 5.000 kilómetros por el inside del país, atravesando el Gran Desierto de Victoria y otros impresionantes parajes, únicos en el mundo debido al peculiar clima australiano.
Este viaje nunca estuvo entre sus planes, pero el destino, a veces, tiene estos giros de guion. Tampoco fue de la noche a la mañana. Para embarcarse en esta aventura, decidió primero cambiar su trabajo como fotógrafa por un modo de vida más rural en una granja dedicada a la producción de leche de camellos. “Así acabé aprendiendo todo sobre este maravilloso animal del que no tenía ni idea, aunque está muy arraigado a la cultura australiana”, explica.
Los camellos no son originarios del país austral, sino que fueron introducidos a mediados del siglo XIX como medio de transporte de mercancías. Precisamente, los primeros ejemplares procedían de las islas Canarias. Más de 150 años después, este animal que nace y vive principalmente en libertad se ha convertido en un símbolo más de Australia y, lamentablemente para las autoridades locales, en un quebradero de cabeza por su impacto medioambiental: se alimentan de más del 80% de la vegetación autóctona. Para su viaje, Matterson tenía claro que necesitaba camellos salvajes que pudiera domesticar: “De esta forma, se crea un vínculo más fuerte que permite conocerlos mejor, cada uno tiene su propia personalidad”.
Jude, Delilah, Charlie, Clayton y Mac han sido su principal compañía durante su periplo por el inside de Australia que comenzó a principios de 2020. “No eran simples instrumentos de transporte, por eso me sentía tremendamente mal al ver que tanto ellos como yo perdíamos peso debido al calor, especialmente en el desierto”, cuenta.
La soledad y la calma del desierto
Oceanía es el continente habitado más seco del mundo —las precipitaciones anuales no superan los 500 milímetros—, por eso es común encontrar paisajes mayoritariamente áridos en casi cualquier parte. En Australia, el 18% de la superficie está ocupada por desiertos tan impresionantes como el Gran Desierto de Victoria, el más grande del país con más de 400.000 kilómetros cuadrados y que transcurre por los Estados de Australia Occidental y Australia Meridional. Este no es un lugar inexplorable para el viajero, como apunta Matterson, aunque sí es necesaria mucha planificación y, por qué no, contar con el asesoramiento de guías expertos. De este tesoro oculto, dominado principalmente por dunas que pueden alcanzar los 20 metros de altura y prolongarse hasta 100 kilómetros, la fotógrafa australiana guarda los mejores y peores recuerdos del viaje. Todavía es capaz de describir vívidamente cómo la soledad, el calor o las largas distancias entre puntos de agua (en ocasiones de hasta 700 kilómetros) se entremezclaban con las impresionantes puestas de sol sobre los lagos salados de Serpentine —unas de las joyas de este desierto— y la calma que solo un lugar recóndito como este puede brindar.
A la soledad del desierto se le unió en ocasiones la soledad provocada por la pandemia, que, en su caso, no llegó a alterar mucho sus planes. Matterson cruzaba el inside de Australia mientras el mundo se encerraba en casa debido al estallido de la disaster sanitaria, lo que hizo que algunos lugares parecieran aún más desérticos. Aunque todo cambiaría a media que el Gobierno australiano levantaba las restricciones.
Su mantra durante el viaje fue ser consciente de sus limitaciones y actuar en consecuencia. Por ello, y debido a las extremas temperaturas del verano austral, decidió que lo mejor para ella y sus compañeros cuadrúpedos period hacer una larga parada en el ecuador de su travesía: Coober Pedy. Un descanso de seis meses en esta ciudad minera, considerada capital del ópalo (una cotizada gema) de Australia, cuyo extravagante paisaje lunar solo es superado por la peculiaridad de sus edificaciones: prácticamente todo el pueblo se encuentra bajo tierra. Las casas, tiendas, restaurantes, hoteles e iglesias de la actualidad son vestigios de la explotación minera de ópalo que comenzó en 1915, madrigueras humanas que no dejan indiferente a nadie.
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” Fuentes columnadigital.com ”