A las pocas semanas de quedarse ciego, Juan Gabriel Espinel se preguntó si iba a ser un inútil toda su vida. “Quedé inservible”, se dijo.
Y más allá de la preocupación de un muchacho de 22 años que apenas estaba comenzando a descubrir la vida, lo que no lo dejaba dormir period cómo un ciego sin mamá ni papá, sin hermanos, sin familia, iba a sobrevivir.
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Pero después de varios días de incertidumbre las personas con quienes vivía -pagaba una habitación en arriendo en San Gil, Santander– se comunicaron con él.
No lo habían olvidado -habían estado enfermos-, tanto así que le comentaron que no se preocupara por nada. Mientras ellos pudieran, tenía la comida y la dormida aseguradas. Las puertas de su casa estaban abiertas para Juan Gabriel.
Los límites están en la mente, todo en la vida lo que uno se propone lo puede lograr si lo desea
Period una preocupación menos, ahora le faltaba definir qué iba a hacer con su futuro. Sin ver le parecía casi imposible tener una vida, trabajar y hacer deporte, una de sus grandes pasiones. Pensaba, además, que no podía realizar algunas acciones tan cotidianas como caminar, trotar, correr, nadar y hasta montar en bicicleta.
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A veces se nos olvida que existen otros sentidos que nos permiten realizar esas actividades e, incluso, desarrollarlos de tal modo que se puede llegar a ser un deportista de alto rendimiento.
Y eso fue lo que hizo Juan Gabriel, a quien en su pueblo conocen como Laucha. Desarrolló de tal manera los sentidos que hoy, 14 después de la explosión en la que perdió la vista, se volvió un deportista de alto rendimiento y hace poco comenzó una travesía para recorrer Colombia en bicicleta.
La infancia
Cuenta Espinel que nació en Bucaramanga hace 36 años. Siendo todavía un bebé -dice por la historia que le narraron- llegó a vivir con su madre a San Gil, pues ella comenzó a trabajar en una vereda cercana al pueblo. Sin embargo, ni siquiera la recuerda, pues cuando tenía dos años fue abandonado por la mujer.
Ahí comenzó a padecer. Pasó de casa en casa, en algunas fue maltratado, e inició a trabajar desde muy niño. Había que ganarse el pan.
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Solo pudo estudiar hasta segundo de primaria porque cuando se iba a matricular para tercero no lo aceptaron. Necesitaba el registro civil y, en ese momento, legalmente no existía. “Sabía que me llamaba Juan Gabriel y no sabía nada más”, comenta.
Así que se dedicó a hacer de todo. Hacía mandados, trabajaba en el campo, sacaba enviornment del río y todo lo que le permitiera ganarse unos pesos “para la yuca”.
Pero a los 14 años conoció el vicio y desde ese momento no volvió a ser el mismo. “Por intermedio de un amigo conocí uno de los mejores vicios para mí, que es el deporte, el atletismo de calle”.
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Cerca de su casa había un grupo de atletas que salía a entrenar. Él los observaba, seguía todos sus movimientos y hasta en ocasiones los imitaba. Un día lo invitaron a participar y terminó inscrito en una carrera de atletismo que organizaba una emisora native.
Sin tener mucho conocimiento participó en la categoría juvenil de cinco kilómetros. Corrió como si llevara varios años entrenando y al momento de la premiación se llevó una sorpresa.
Como todas las categorías corrían en el mismo momento, cuando llegó a la meta no sabía de qué posición lo había hecho. Entonces, en la premiación, se llevó una sorpresa cuando se enteró que ganó.
“Vea pues”, dijo, y recibió su premio. “Me gané 50.000 pesos en 25 minutos, que era lo que yo me ganaba en 15 días de trabajo. Entonces eso me motivó más a coger el deporte”, rememora Laucha.
Desde ese momento se volvió un deportista. Se levantaba a las 4 de la mañana a entrenar y a las 7 se iba a trabajar.
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Por esos trabajaba en el campo, en construcción, en trapiches, sembrando maíz, manejó volqueta, aprendió a manejar fuegos artificiales, a estallar piedras y hasta se volvió guía turístico.
La explosión
A los 22 años, cuando ya period uno de los muchachos más populares y queridos del pueblo y trabajaba como guía turístico, un viejo jefe le pidió ayuda para estallar unas piedras en una construcción.
Si bien period un favor, también se iba a ganar unos pesos, así que lo hizo. Se comprometió y no podía quedar mal, pues “mi palabra es mi firma”, comenta Juan Gabriel.
El primer día que fue a realizar ese trabajo estaba lloviendo, así que no pudo hacer nada. El segundo sus compañeros en el turismo le pidieron que no se fuera, que los ayudara a terminar unos botes que estaban construyendo. Pero no podía, ya había dado su palabra, así que les dijo que más tarde regresaba.
Su labor con las piedras consistía en conectar a la roca un explosivo que period activado por medio de una extensión que transmitía energía cuando él le gritaba a otra persona para que la accionara.
“Ya llevaba como unas seis, siete piedras. Me tocaba meterme a un hueco a conectar, yo estaba concentrado en mi cuento, entonces alguien gritó cerca de donde estábamos, cerca de la carretera, y la otra persona pensó que yo le había gritado”, narra Juan Gabriel sobre ese momento.
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Y agrega: “Como miró y no me vio, cogió el cable e hizo la conexión. Inmediatamente lo hizo, eso estalló y yo estaba sobre la piedra. Inmediatamente me votó hacia atrás la onda explosiva y ahí perdí la visión total”.
La vida es bonita, pero es dura. Si fuera toda fácil, sería muy aburrida. Siempre hay obstáculos, pero depende de uno si quiere cruzarlos o se quiere rendir
Period el 31 de octubre de 2007 cuando llegó al hospital con quemaduras de tercer grado en el pecho, los brazos, una pierna y la cara.
Es poco lo que recuerda de ese momento, pues todo pasó muy rápido y perdió el conocimiento. Permaneció un mes dormido en una Unidad de Cuidados Intensivos en Bucaramanga.
La explosión le provocó la pérdida complete de la visión y no había nada que por hacer.
Volver a empezar
Cuando regresó a San Gil, el 22 de diciembre de ese mismo año, sintió el apoyo de muchas personas que lo conocían. Eso, en parte, se lo atribuye a su humildad y a las buenas relaciones que sembró desde muy joven.
“Cuando llegué había mucha gente esperándome, apoyándome. Fueron tres meses que estuvieron ahí ayudándome, Fui bendecido por la gente”, recuerda sobre esas primeras semanas.
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Y agrega que parecía “perro de rico. Me sacaban a pasear en la mañana y me guardaban, y en la tarde me sacaban a dar otra vueltica”.
Pero comenzó a pensar que no se podía quedar así toda la vida, que tenía que seguir adelante y los demás debían continuar su camino.
Si antes podía caminar por el sector solo, y lo conocía al derecho y al revés, por qué no lo podía volver a hacer. Esa fue la pregunta que significó su ‘regreso a la vida’.
Había dos opciones. Que saliera a la calle y se cayera o que saliera y se perdiera. O tal vez las dos. Pero si eso sucedía, no le parecía que fuera una tragedia. “¿Cómo sé que eso me va a pasar? Saliendo a intentarlo por cuenta propia”.
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Entonces la mujer a quien hoy llama mamá, la misma quien le dijo que tenía las puertas de su casa abiertas para él, le preguntó un día que si quería ir a la tienda.
Él rechazó el ofrecimiento con la excusa de quedarse escuchando televisión, pero su objetivo period volarse.
“Ella se fue, esperé unos 15 minutos, desbaraté la escoba y con la escoba me fui. Me eché la bendición y a la de Dios”, rememora.
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Caminó como un kilómetro largo y llegó hasta el sitio donde quería. Estuvo de un lado para otro y se demoró casi dos horas, pero se no cayó y no tuvo que preguntarle nada a nadie.
“Ya dije que de aquí para allá lo que vienen son locuras. Y así fue, empecé a montar bicicleta con un amigo, en bici sencilla. Yo pensaba que me iba retirar del deporte, pero un amigo me invitó a montar, cada uno en su bicicleta y me guiaba, yo con la mano en su hombro. Empezamos a pedalear y él me iba diciendo hacia dónde”, asegura Juan Gabriel.
Así empezó su regreso al deporte. Sin embargo, él cada vez que montaba en bicicleta quería hacerlo solo, así que un día se le ocurrió meterle una botella de plástico a la llanta trasera de la bici de su acompañante, de manera que generara un ruido que el pudiera seguir.
Y así sucedió, comenzó a montar solo en bicicleta solamente siguiendo el sonido que emitía la llanta al rozar con el plástico. “Ahí empecé a utilizar el oído sin querer, solamente con ganas de hacer cosas empecé a desarrollar los otros sentidos”, explica Laucha.
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No paró, comenzó a nadar en el río guiándose por la sensación del agua en su cuerpo, el sol y el sonido. Incluso, inició a practicar canotaje y, recordando sus épocas de guía por las aguas de San Gil, según la intensidad de las corrientes sabía en dónde se encontraba. Si bien no veía, por su cabeza pasaban las imágenes del lugar.
El deporte paralímpico
Por intermedio de un amigo que conocía su pasión llegó al deporte paralímpico. Viajó a Bucaramanga a entrenar y fue así como se convirtió en un deportista de alto rendimiento.
Inició con atletismo y participó en un par de torneos departamentales y nacionales en varias disciplinas, pero no alcanzó podio. Además, presentó algunos problemas en la rodilla.
“Entonces me dijeron que había natación y como me gustaba el agua. Entrené un tiempo, fui a Juegos Nacionales de 2015, en Ibagué, allá fui podio, gané bronce en 100 metros espalda”.
Siguió entrenando y en 2017 comenzó el triatlón para ciegos, lo cual le llamó la atención y decidió prepararse para esta disciplina.
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Ahí empecé a utilizar el oído sin querer, solamente con ganas de hacer cosas empecé a desarrollar los otros sentidos
“Me tocó hacer rifas para conseguirme la cicla, busqué en Bogotá quién hiciera el marco, me lo mandaron a San Gil y así como pude con recursos, donaciones, armé la cicla. Es una ‘ciclita’ como un triciclo, pero anda, que es lo importante”, recuerda.
En su primera competencia terminó de 11 en la basic y de cuarto entre los ciegos. En esa disciplina debe de estar acompañado por un guía, también deportista, que lo ayuda en la travesía.
Desde entonces sigue participando e incluso ha ganado varias competencias.
La vuelta a Colombia
En medio de la pandemia del covid-19 la actividad deportiva se suspendió. Y como no puede quedarse quieto, con unos amigos suyos, “unos locos”, se les ocurrió darle la vuelta a Colombia en bicicleta.
Decidieron llamar su tour Travesía a Ciegas y el objetivo, además de conocer el país, period enviar el mensaje que “los límites están en la mente, todo en la vida lo que uno se propone lo puede lograr si lo desea”.
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Arrancaron la primera semana marzo en San Gil, pasaron por Bucaramanga, llegaron a Cesar, La Guajira, pasaron por los departamentos de la Costa Caribe, entraron a Antioquia por Turbo y bajaron hasta Guatapé. Se demoraron casi dos meses.
Aunque Juan Gabriel monta en bicicleta particular person, el recorrido lo hicieron en bicicleta doble, teniendo en cuenta que viajaron por vías nacionales y algunas son complejas para los ciclistas. Además, el ruido le dificultaría seguir a sus compañeros en su propia cicla.
Con ellos en la bicicleta iba un carro acompañándolos, en el cual llevaban carpas y hasta una estufa de gasoline para cocinar.
Sin embargo, cuando estaban ese municipio antioqueño comenzó el paro nacional y por cuestiones de seguridad decidieron regresar a San Gil. Dejaron las bicicletas guardadas en Guatapé y esperan regresar para terminar su travesía.
Pedaleaban aproximadamente 120 kilómetros al día y dependiendo de la ruta se podían demorar hasta seis horas de entre los destinos.
“Yo digo que Colombia es un país en el que somos ricos en todo. Cultura, gastronomía, paisajes, la gente. Siempre digo que primero debemos conocer nuestro país”, cube el deportista sobre la travesía.
Pero, ¿qué se siente recorrer los paisajes del país y no poderlos ver? Eso es lo que muchos le preguntan, pero él ya aprendió a disfrutar con otros sentidos.
“Todos los sitios tienen su magia, su tranquilidad, el sonido de los árboles, el aire, todo”, explica.
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Cuenta que se bajaba de la bicicleta, se quedaba en un sitio tranquilo y al escuchar los árboles, las aves, sentir el viento y el sol, disfruta el paisaje.
Por estos días Laucha se está preparando para un torneo. Se levanta a las 5:30 de la mañana, se toma un tinto y monta bicicleta en un rodillo para quemar calorías.
Yo digo que Colombia es un país en el que somos ricos en todo. Cultura, gastronomía, paisajes, la gente. Siempre digo que primero debemos conocer nuestro país
Luego, según los horarios, de su compañero, el guía, siguen las indicaciones del entrenador. El entrenamiento, entre otras cosas, consiste en montar unas dos o tres horas bicicleta, nadar e ir al gimnasio.
El resto del día se dedica a barrer, trapear, organizar la casa y a hacer masajes.
“Yo hago masajes, entonces a veces me salen masajes relajantes. Tengo una camilla portátil y ya saben que yo hago masajes, dicen que son muy buenos”, cuenta Juan Gabriel.
Además, a veces trabaja en un taller de bicicletas ayudando a lavar repuestos o armando los rines.
Como deportista cube que desde el año pasado comenzó a recibir apoyo de la Gobernación, pero de los 12 meses del año solo recibió 5 meses. Y este ya han apoyado tres, pero está a la expectativa de los meses que faltan.
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Ahora sueña con terminar su travesía en bicicleta, tal vez algún día recorrer Sudamérica, e ir a unos Olímpicos. Y aunque sabe que es complicado porque las competencias clasificatorias son el en exterior, y para viajar se necesitan recursos, no deja de soñar.
“La vida es bonita, pero es dura. Si fuera toda fácil, sería muy aburrida. Siempre hay obstáculos, pero depende de uno si quiere cruzarlos o se quiere rendir. Es lo que yo quiero en esa travesía, llevar ese mensaje de que los límites están en la mente”, remata Juan Gabriel.
MATEO GARCÍA
Redactor de Nación
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En Twitter: @teomagar
” Fuentes www.eltiempo.com ”