Con motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26), celebrada en Glasgow, con la presencia de 197 países y en la que durante dos semanas de debates abundaron tanto promesas como fuertes críticas, nos referimos en columnas anteriores a la elevada cuota contaminante que pone al turismo international, una actividad relevante para la economía del planeta que de tiempo atrás mantiene una dinámica tendencia de crecimiento, y a la que, por ahora, se le atribuye la décima parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GSI).
Se mencionó en este espacio que el sector deja una huella de carbono appreciable y que su impacto en el transcurso de la década puede resultar abrumador si no se modifican los hábitos y las políticas actuales. La dosis de corresponsabilidad se la reparten desde el turismo de masas, que, además, de efectos depredadores para con el medio ambiente, destruye comunidades y arruina el patrimonio cultural de la humanidad, hasta el transporte aéreo, en sus modalidades de la aviación comercial y privada. Pero más aún, se plantea una nueva amenaza con la irrupción de los viajes espaciales, cuyas emisiones de dióxido de carbono surgen como otro detonante ambiental, una vez se popularice este servicio turístico, del que por largo tiempo disfrutará solo un pequeño puñado de multimillonarios.
Para rematar este repaso sobre los costos ambientales y sociales que conlleva la actividad turística valga, también, mencionar la incidencia que en ellos tiene la pujante industria de los cruceros, que viene experimentado un auge notorio en el último medio siglo. Este negocio ocupa un pequeño nicho –cerca del 2 por ciento del mercado turístico international–, pero su popularidad crece de manera significativa. Sus pasajeros pasaron del medio millón, movilizados en los años setenta, a 30 millones en 2019. Es decir, que en cincuenta años el número de personas que se movilizaron por este medio de transporte se multiplicó por sesenta, casi el doble de veces de lo que en idéntico lapso se incrementó el movimiento de turistas por el mundo.
En el campo ambiental, se estima que el barco es más contaminante que un avión y que los cruceros emiten varios millones de toneladas de CO2 por año. Un buque de turismo con capacidad para 3.000 personas produce 14 gr de CO2 por individuo y km recorrido, según informes de la Organización Marítima Internacional (OMI), en los que se advierte que, de no adoptarse medidas viables, las emisiones de GEI procedentes de la industria naviera en common podrían aumentar hasta un 250 por ciento en 2050, cifra que la convertiría en responsable de no menos del 17 % de las emisiones globales.
Un artículo publicado en el New York Occasions asimilaba la contaminación atmosférica provocada por los grandes buques mercantes, sumados cargueros y cruceros, a la de 350.000 vehículos activos, y aseguraba que los niveles de lodos y sulfuros de estos combustibles, con respecto a la gasolina, son 3.000 veces superiores. Para operar, el sector naviero depende en buena parte de los combustibles fósiles, principalmente del flamable de caldera, una mezcla menos refinada y, por consiguiente, más contaminante. Este gasoline de baja calidad se compone de sobrantes de hidrocarburos pesados, con los que se produce la gasolina, y puede llegar a ser 50 veces más tóxico.
La contaminación atmosférica de los barcos, también, está asociada con la generación de grandes cantidades de residuos, basuras y aguas residuales, que provocan un impacto letal en el medio ambiente. Se calcula que un crucero de 3.000 pasajeros puede llegar a producir 1.000 toneladas de residuos diarios, hasta 210.000 litros de aguas residuales a la semana y -con respecto a un viaje en tren- 1.000 veces más de dióxido de carbono. Estudios revelan que la generación de residuos por pasajero/día proyecta una media de 300 litros de aguas grises, 40 de aguas negras, 3,5 kilos de basuras y 30 gramos de cenizas tóxicas.
Esta descarga contaminante altera sustancialmente la calidad del aire, los ecosistemas y, de paso, a toda la biodiversidad. Numerosos destinos de cruceros han padecido las consecuencias: la isla caribeña de Gran Caimán registra la destrucción de 1,2 millones de metros cuadrados de arrecifes de coral por las anclas de los barcos; Cancún admite daño en el 80 por ciento de su estructura subacuática, en tanto que La Florida y Jamaica advierten que esta se ha reducido a casi un diez por ciento.
Pese al perturbador panorama, la demanda de cruceros seguirá en aumento, con la construcción de buques de mayor tamaño, capaces de albergar seis mil o más ocupantes, lo que prevé multiplicación de los problemas asociados. Si bien es cierto que esta industria ha estado bajo presión por mucho tiempo para reducir su impacto ambiental, que el diseño tecnológico de los buques cada vez es más eficiente y que varios países están fijando normas para common su presencia en los puertos, también lo es que la legislación internacional, en materias como tratamiento y vertido de los residuos, es laxa y deficiente.
Entre tanto, los líderes mundiales siguen de cumbre en cumbre debatiendo sobre la urgencia de salvar el planeta de una hecatombe ambiental, pero sus promesas climáticas, aunque llamativas, carecen de planes precisos para hacerlas realidad. El foro de Glasgow, no exento de sombras, debe conducir hacia la dirección correcta en esta carrera que solo es ganable con el concurso decidido de los Estados –sobre todo, los Unidos– y, claro está, con la inclusión del turismo, que debe comportarse como una genuina industria “sin chimeneas”, sostenible y transparente.
En campo ajeno. La Ley de Garantías es un cerrojo necesario para evitar que el presupuesto y las nóminas públicas se pongan al servicio de un determinado interés electoral, a través de mermelada y clientelismo. De ahí que la decisión del presidente Duque de mantener el artículo que la modifica en la sancionada Ley de Presupuesto, resulta desafiante en un país en el que en propio presidente de la República debe dar ejemplo de respeto a los fallos judiciales.
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Fb: Gonzalo Silva Rivas
” Fuentes www.elespectador.com ”