A un lado, un frente marítimo en el que despuntan playas, barcos de pescadores y casas de estilo vasco con entramados de madera, balcones y contraventanas pintados en vivas tonalidades rojas, azules o verdes. En el otro, también. En medio, la hermosa bahía de Txingudi que hace de frontera entre España y Francia separando dos países y dos localidades, Hondarribia y Hendaya, que se cuentan entre las más bellas del País Vasco y el País Vasco francés.
En el extremo noreste de la provincia de Guipúzcoa y el suroeste de la región de Nueva Aquitania, aquí donde se encuentran el Cantábrico y el Bidasoa –y donde asistimos a esa rareza fronteriza, además del condominio más pequeño del mundo, que representa la Isla de los Faisanes, bajo dominio español de febrero a agosto y francés los seis meses restantes del año–, viajamos para conocer estas dos villas separadas por 7 minutos en barco.
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Hondarribia
Asomada a la bahía de Txingudi, a los pies del monte Jaizkibel (545 metros), apenas 20 km separan a Hondarribia de San Sebastián y, de hecho, el aeropuerto de la capital guipuzcoana está en realidad en esta ciudad.
Hace falta mucha pericia para aterrizar en esta pista que arranca casi en el agua, donde los mástiles de los veleros parecen rozar el avión cuando se aproxima a tierra.
Océano, montes y ríos confluyen aquí dando lugar a un espacio de gran valor pure y, sobre todo, con mucha personalidad. De hecho, haría falta mucho más que este artículo para contar su historia, que arranca en el siglo XII y se jalona de todo tipo de guerras, asedios, tratados de paz y personajes ilustres que van de Juana I de Castilla al rey Francés Francisco I.
Un paseo por su casco antiguo, amurallado, deja ver un trazado en cuadrícula, típico de las ciudades fundadas en el Medievo. Entre sus angostas calles adoquinadas destacan casas blasonadas con balcones de hierro forjado y amplios aleros labrados.
Lo ultimate es comenzar el recorrido por la Puerta de Santa María, una de las dos entradas principales de la ciudad -la otra es la de San Nicolás-, y acceder a la calle Mayor, la arteria principal, con la Casa Consistorial, de estilo barroco, la Casa de Casadevante, donde se negoció la tregua del sitio de 1638, y las casas Zuloaga, Iriarte y Ladrón de Guevara, de llamativa fachada de ladrillo azul vitrificado.
Tras visitar la iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano, construida sobre los fragmentos de antiguas murallas, llegamos a la Brecha (Avenida de Javier Ugarte) desde donde se contempla una bellísima vista de la Bahía de Txingudi.
A la espalda, las habitaciones del Parador que corresponden a las antiguas habitaciones del imponente palacio-castillo de Carlos V.
Barrio de la Marina
Tras callejear por San Nicolás y Juan de Laborda –en esta última, concretamente en la casa de los Egiluz se alojaron Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso cuando se dirigían de Bruselas a Toledo para ser proclamados príncipes herederos- y pasar por las plazas de Gipuzkoa y de Armas, toca encaminarse al barrio de la Marina, con sus casas tradicionales de pescadores restaurantes y típicos bares de pintxos.
En dos calles principales, Santiago y San Pedro, el colour es la nota predominante en esta zona, pues las casas se pintaban con las mismas tonalidades que los barcos de pesca. Sencillas, de dos o tres pisos, presentan hermosos colores azules, verdes o rojos y albergan en sus bajos bares –habitualmente acompañados por terrazas- donde tomar un zurito –corto de cerveza- y algún bocado, especialmente de sabor marinero.
La playa, que también la tiene Hondarribia, se encuentra a unos 20 minutos de paseo de este barrio (también se puede llegar en coche o autobús). De alrededor de 800 metros y con todos los servicios, permite disfrutar de las frescas aguas del Cantábrico.
Por la cornisa, un hermoso camino litoral conduce al puerto de Pasaia, unos 20 kilómetros más adelante. El tramo forma parte del Sendero del Litoral que conecta Bidart con San Sebastián pasando por Guéthary y San Juan de Luz en un whole de 54 km.
Y si no es tiempo de playa, siempre podemos recorrer el Camino de la Bahía, unos 14 km que conectan las playas de Hondarribia y Hendaya atravesando los puertos de ambas ciudades y llegando hasta el Faro de Higuer.
Hendaya
Si no hemos llegado caminando, la mejor opción para alcanzar Hendaya es tomar uno de los barcos que conectan ambas orillas de la bahía de Txingudi de forma common.
7 minutos son suficientes para llegar a Hendaya, la ciudad que muchos recordarán por el encuentro entre Franco y Hitler y que, sin embargo, acogió también a personajes como Miguel de Unamuno, Pío Baroja o Pierre Loti.
Entre sus joyas, una playa de 3,5 km de area dorada, un castillo que esconde un observatorio astronómico, increíbles senderos litorales que penden sobre el Cantábrico y casas centenarias de arquitectura neovasca.
Si el nombre de Hondarribia significa vado de area, el de Hendaya podría traducirse por bahía grande, un término al que sin duda hace honor.
De 3,5 km de larga y olas suaves, la playa de Hendaya es conocida como ‘la pista verde del surf’ por su idoneidad para principiantes
En la histórica provincia de Labort del País Vasco francés, su larguísima playa, la más grande de la costa vasca y cerrada por las famosas rocas conocidas como los Dos Gemelos, aparece siempre en los rankings de las mejores de Francia.
Una pendiente y olas suaves la hacen ultimate para iniciarse en el surf (no por nada es conocida como ‘la pista verde del surf’, frente a las más exigentes olas de la vecina Anglet).
Además, destaca entre la area el antiguo on line casino, un edificio de estilo morisco construido en 1884 y que hoy, totalmente renovado, acoge en sus bajos tiendas y escuelas de surf.
Lo más llamativo de la playa, sin embargo, es su paseo en el que, en lugar de bloques de apartamentos y hoteles, lucen villas de arquitectura neovasca, un estilo que rubricó aquí el arquitecto native Edmond Durandeau entre 1900 y 1930 y que se manifiesta en hermosas casas derivadas de los típicos caseríos labortanos de tejados asimétricos a dos aguas y galerías pintadas de llamativos rojos, azules o verdes.
Casco histórico de Hendaya
Para conocer el alma de Hendaya hay que acercarse al casco histórico. La parte más antigua, a unos 2,5 km de la playa, se encuentra cerca de la estación de tren, de donde sale, desde 1913, el famoso Euskotren o ‘Topo’, llamado así por los túneles que atraviesa y que conecta Hendaya y San Sebastián en 30 minutos.
La Plaza de la República es el corazón de esta villa, con terrazas, tiendas, el Lodge de Ville (ayuntamiento) y la Iglesia de San Vicente, del siglo XVI. De fachada blanca, destacan en su inside las paredes pintadas de intenso carmesí y las galerías de madera que se reservaban originalmente a los hombres durante la misa.
Los miércoles, día de mercado native, la plaza se llena de puestos que venden quesos locales, embutidos, vinos y el delicioso gâteau basque relleno de crema pastelera o cereza.
También aquí encontramos hermosas casas de arquitectura típica vasca, así como el frontón principal del pueblo, Gaztelu Zahar, construido en 1899 y que lleva el nombre de la fortaleza que existía en este mismo lugar en ese mismo lugar, destruido tras las numerosas batallas entre Francia y España.
El castillo más exótico
Un buen mirador sobre Hendaya lo encontramos en el sendero del litoral que conduce al imponente Castillo Abbadía, uno de los monumentos que no hay que perderse en esta localidad vascofrancesa.
Construido sobre escarpados acantilados entre 1864 y 1884 por el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, es la cristalización del sueño del explorador, geógrafo y astrónomo Antoine d’Abbadie (1810-1897), uno de los primeros en aventurarse en tierras de Abisinia (hoy Etiopía), estudiosos de idomas de África Oriental y activista vasco (fue impulsor de los Juegos Florales) que edificó aquí una excéntrica mansión a medio camino entre el novecentismo y el orientalismo.
La thought authentic period la construcción de un observatorio que alojase el telescopio ideado por el propio Abbadia –desde el que el científico calcularía con precisión la posición de alrededor de 50.000 estrellas-. Pero la construcción fue evolucionando hasta derivar en caprichoso castillo neogótico con su escalera de honor y su capilla, frescos abisinios, lienzos y rosetones, muebles traídos de todo el mundo y una biblioteca con 15.000 volúmenes.
Todo el conjunto es propiedad hoy de la Academia de Ciencias francesa, de la que Abbadia fue presidente.
Además del castillo, merece la pena pasear por los jardines que lo rodean: 66 hectáreas de belleza salvaje, testigo privilegiado de la historia geológica de la costa vasca desde hace 80 millones de años.
Precisamente esa historia geológica se disecciona en Asporotsttipi, la Casa de la Cornisa Vasca, con exposiciones y paneles interactivos para conocer las extraordinarias formaciones del flysch.
” Fuentes www.economiadigital.es ”