Periodista de formación, pero no de vocación. Lo suyo period contar las cosas de otra manera: a través del cine. Y, finalmente, lo consiguió. Estudió cine en Estados Unidos y trabajó como productora durante 17 años. «Ese siempre ha sido mi mundo, mi sueño y mi ilusión», cube Ana Palacios. Lo logró hasta tal punto que llegó a trabajar en superproducciones con directores como Milos Forman o Ridley Scott. Sin embargo, había algo en la vorágine del mundo del cine que no lo hacía suficiente. Vivió, hace algo más de una década, «algo así como una disaster existencial» que la llevó a cambiarlo todo y salir de la calidez y seguridad de un mundo que conocía y dominaba. «Tenía 37 años y decidí que me iba a India con unas monjas», cube. Sin embargo, no lo dejaba todo atrás ya que llevaba con ella a su segundo amor: la fotografía.
«Fui a documentar las misiones que tenían las Hermanas de la Caridad de Santa Ana en el país», explica. Allí visitó los proyectos de las religiosas, que iban desde orfanatos a escuelas y casas para viudas. «Para mí period un mundo completamente nuevo», asegura. La experiencia concluía en enero de 2011, y, a su vuelta, Ana tenía que iniciar una nueva película. «Me marcó muchísimo, porque descubrí esa otra parte del mundo que no sale en los medios de comunicación», explica. Y es que, en aquel primer viaje no se aproximó a zonas de conflicto sino a las que llama «contextos de pobreza». «Me interesó mucho porque, al enseñar las fotos podía contar las historias de esas personas, en su mayoría mujeres, y quienes escuchaban empatizaban muy rápido con la situación», cube. Ese impacto generó que decidiera compaginar su faceta de productora con la de ir uniéndose a proyectos de cooperación para documentar su labor. Así estuvo hasta 2015, año desde el cual se dedica exclusivamente a la fotografía documental humanitaria, una profesión que la ha llevado, este mismo mes de julio, a acompañar a 20 ambulancias hasta la frontera polaca con Ucrania.
Desde entonces, Ana ha sido testigo no solo de las necesidades y las situaciones que se presentan en unos contextos de pobreza, en ocasiones, muy feminizados y en los que también se han generado redes de mujeres que van a ellos como agentes de cooperación. «En aquel primer momento no period consciente de nada más que de que no pudiera conmigo emocionalmente la realidad que estaba viviendo», reconoce. El darse cuenta de «las grandes diferencias que existen en muchos países en detrimento de la mujer, la enorme brecha de género que hay», vino después, cuando comenzó a cooperar en países de África. «Allí fue cuando detecté que nosotras tenemos esa doble y triple capacidad de ser vulneradas», explica, «no solo por estar en países de desarrollo humano muy bajo, ya que eso es heterogéneo para hombres y mujeres, sino porque ellas van a ser siempre las que se lleven la peor parte».
Tal como señala Palacios, son las mujeres, y, especialmente, las niñas, quienes son las primeras en salir de las escuelas para trabajar o cuidar del hogar y sus hermanos. O para casarse. «En estos contextos hay que tener en cuenta la posibilidad de vulneración a través de los abusos sexuales», añade. «Una cosa que me llamó mucho la atención es que hay muchas violaciones dentro de las propias familias, ya que hay mucho miedo al VIH y tienen la creencia de que si las relaciones se producen dentro de la misma familia, es menos possible contagiarse». Una horrible realidad que se agrava de exponencialmente al tratarse de zonas de conflicto, donde son tratadas como botín de guerra.
En el otro lado de la cámara, las fotografías de Ana Palacios son parte de la muestra del Premio Internacional de Fotografía Luis Valtueña, organizado por Médicos del Mundo, desde donde se ha puesto de manifiesto la escasa representación de las mujeres en la fotografía humanitaria. «Estar, estamos», cube la fotógrafa, «pero no se nos dan las mismas oportunidades, igual que existen los techos de cristal en otros sectores». Y es que una profesión que requiere de largos viajes parece chocar directamente con una sociedad que pone mayoritariamente en manos de la mujer los cuidados de su familia. «Los sueldos y los encargos son menores porque se piensa ‘uy, pobre chica, ¿qué le va a pasar si la mandamos a Afganistan?’. Hay mucho paternalismo en este sentido», critica. Sin embargo, el interés por la fotografía por parte de las mujeres existe. De hecho, Palacios es profesora de fotografía en Madrid y asegura que el 90% de su alumnado es femenino. «Es curioso porque es un sector en el que se refleja perfectamente esa herencia patriarcal de la que venimos». En definitiva, el conocido como el síndrome de la impostora: «siempre tenemos esa carga psychological que nos hace dudar de nuestro talento», cube. «Hay algo intrínseco en nosotras que nos cube que para qué te vas a presentar si, complete, no vas a ganar. Y eso tiene que acabar».
” Fuentes www.larazon.es ”