Ben Marcus es, junto al reciente ganador del Pulitzer, Joshua Cohen, el autor que más lejos está llevando la descomposición del presente. Ben Marcus creció en Austin, Texas, tiene 55 años y su madre es una reconocida crítica literaria experta en Virginia Woolf. Su padre es matemático. Su literatura es una literatura arborescente que crece alrededor de sí misma y cava tan hondo como puede haciendo de sus historias aventuras lisérgico-conceptuales no exentas de curiosísimas tramas. Un buen ejemplo es El alfabeto de fuego (Catedral) y, por qué no, relatos como I Can Say Many Good Issues –Puedo decir muchas cosas bonitas–, una historia con personaje escritor en un crucero que querría haber recibido con el pasaje una obra biográfico-experimental que le hablase de la tripulación y el crucero en cuestión.
David Foster Wallace convirtió en canónica su experiencia a bordo de uno de esos cruceros –uno de un lujo delirante– en el ensayo crónica, o non fiction story, que da nombre a Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer, el volumen de ensayos-crónica que lo contiene. Lara Williams, autora de Las devoradoras (Blackie Books), publicó este mismo año The Odissey –La Odisea–, la historia de una empleada de uno de esos cruceros de lujo –la que se encarga de la tienda de merchandising oficial de a bordo– que bebe más de la cuenta siempre en lugares distintos –espera a estar en tierra– porque está huyendo de algo en lo que prefiere no pensar. El capitán del barco de Williams es un capitán misterioso, una suerte de extraño gurú de algún tipo.
Los escritores viajan –y no solo en barco– en la ficción, pero también lo hacen al margen de sus historias. Y a veces hablan de ello. Pleasure Williams, la indispensable autora de Los vivos y los muertos (Alpha Decay), la reina del realismo mágico bizarre norteamericano –que casi le arrebató el Pulitzer a Thomas Pynchon con su primera novela en 1974–, ha publicado este mes en el “New Yorker” un brevísimo texto sobre su viaje en coche con sus dos pastores alemanes –uno de ellos se llama Noche, por cierto– de Tucson a Wyoming –esto es, cruzarse buena parte del Medio Oeste–. A sus 78 años, la escritora sigue haciéndolo una vez al año, en un, cube, Toyota Tundra de 2004 con más de 300.000 kilómetros encima. El texto es un hipnótico inventario de carreteras y paisajes.
No es la primera vez que Williams hace algo parecido. No en vano es autora de “una de las mejores guías de viaje jamás escrita”, como se dijo en su momento. Una guía sobre Florida que también ha sido calificada, si algo así es posible, de “tragicómica”. Williams publicó The Florida Keys en 1987, y ha ido actualizándola con el tiempo –la última edición, la 10ª, es de 2003–, y no, no es una guía al uso, sino algo parecido a una “non fiction novel”, un libro de viajes que reinventa a la vez la thought de guía y la de la narración de viaje, porque el autor está a la vez ausente y muy presente. Dirige la función, como un fantasma –Williams es una gran creadora de fantasmas– que estuvo una vez en todas partes, y piensa seguir estándolo, a través de lo que cuenta, para siempre.
No es raro que un escritor escriba sobre sus viajes. Lo han hecho muchos. Pero no con la intención de, como Williams, desaparecer. Aldous Huxley, gran viajero –se recorrió Europa en un Citroën conducido por su mujer en los años 20–, no está entre los más conocidos, pero tiene más de un libro de viajes –entre ellos, el curiosísimo Más allá del Golfo de México–. John Steinbeck tiene uno con su perro titulado simplemente Viajes con Charley (Nórdica), en el que relata cómo fue recorrer 16.000 kilómetros y 32 estados en autocaravana en los años 60, y Djuna Barnes se pasea por Nueva York y la disecciona en un volumen llamado, sin más, Nueva York. Y luego está lo que ocurre cuando a un escritor se le pide que elija un lugar en el mundo, viaje y lo diseccione.
Es lo que hizo Nationwide Geographic a principios de los 2000. Pidió a escritores como A.M. Properties, David Mamet, Oliver Sacks, Louise Erdrich y Peter Carey que eligieran un lugar en el mundo y tratasen de explicárselo al resto del mundo. El resultado de tan lúcido experimento no solo es una adictiva colección de libros de viaje de altísimo nivel literario sino un puñado de inesperadas obras de culto que no existirían de otra manera. El personaje escritor del relato de Marcus podría esperar encontrar en la mesita de noche de su habitación en el místico Chateau Marmont de Los Ángeles –el lodge que parece haber sido construido sobre una fuente de concepts: los creadores allí no hacen otra cosa que crear– un ejemplar del mayestático Folks, locations and the Fortress on the Hill, de Properties. Nada sería más parecido a aquello que deseaba, y que cualquier viajero lector desearía.
” Fuentes www.farodevigo.es ”