Estoy haciendo un viaje espectacular, y las columnas que escribo mientras lo hago las estoy dedicando a pensar por qué no voy a escribir sobre el viaje. La columna pasada (que no fue la semana pasada: vuelvo a pedir disculpas por eso) hablaba de lo difícil de escribir sobre una misma en tiempo actual. Quiero que esta, en cambio, hable de algo más específico y que quizás me pasa a mí sola: la dificultad de escribir sobre viajes.
Digo que quizás me pase a mí sola porque las escrituras sobre viajes son la cosa más común del mundo; sobre viajes se escribe, se publica y se lee muchísimo desde hace siglos. No es mi género favorito, pero he leído la Odisea, las crónicas de viaje de Joan Didion, las de Beatriz Sarlo y las de mi amigo Daniel Saldaña “París con mucho gusto”, por nombrar algunas bien distintas que recuerdo ahora. No tengo nada en contra y, sin embargo, me parece sencillamente imposible escribir sobre una ciudad en la que estado cinco días, o diez días, o un mes, o cualquier cosa que sea menos de una vida.
Tengo todo un asunto obsesivo con los viajes como formas del conocimiento. La gente que cube que no hay nada más educativo que viajar me parece el epítome de lo burro: estuve en Nápoles casi una semana, hace unos años, y siento que sé mucho más sobre Nápoles por Elena Ferrante que por esos días, como sé más sobre Nueva York por Woody Allen, Billie Joel o Vivian Gornick de lo que jamás sabré caminándola. Hago lo posible y lo imposible por hacer una inmersión completa cuando estoy en una ciudad que no conozco, especialmente si estoy viajando más o menos sola, como en este caso, y no tengo que lidiar con los caprichos —los deseos— de nadie más: pido en lo restaurantes exactamente lo que hay que comer en cada región, tomo el vino de la casa, me hago de amigos y amantes locales y copio con precisión todo lo que hacen, en su idioma, con sus gestos, sus risas, sus problemas y sus hábitos corporales. Tomo nota de lo que hacen al levantarse, les pregunto si en sus ciudades se hace terapia, a qué se dedican sus familias, si conocen mucha gente que se case. Y así y todo, siento que no entiendo nada, o más bien, que jamás podría entender lo suficiente como para decir algo que valga la pena sobre estos lugares. Siento que hablar de una ciudad en la que pasé dos días es como hablar de una persona con la que me acosté una vez: todo lo interesante que escriba sobre el tema va a ser, en realidad, sobre mí. Parece contraintuitivo, que se sienta más egocéntrico escribir sobre otras ciudades que escribir sobre la mía, pero así lo percibo, o así lo busco: supongo que hay gente siente que llega a las verdades con la distancia. Yo llego con la cercanía. De la gente que quiero mucho siempre olvido cosas básicas, el coloration de sus ojos, qué hacen con la boca cuando besan o si les patinan las erres al hablar, cosas que jamás olvido de la gente que conozco poco. Lo mismo me pasa, supongo, con Buenos Aires: tengo que pensar mucho para saber cuáles son las tres cosas básicas para hacer, mucho más de lo que tengo que pensar para recomendar tres cosas básicas en Ferrara o en Madrid, pero la parte importante la recuerdo. No sé si la entiendo, pero la recuerdo.
Estoy pensando en escribir algo ficticio sobre chicas que viajan. No voy a contar mucho, no porque alguien me vaya a robar mis grandes concepts; más bien porque todas las concepts de libros suenan estúpidas cuando se cuentan, hay que leer el libro para que tenga alguna gracia. Estuve dándole muchas vueltas a la subjetividad de la gente que disfruta de vivir en otra parte, de mudarse seguido, de habitar lugares en los que no es dueña ni native. En el fondo lo que a mí me pasa es lo contrario de eso: me gusta estar en el medio de las cosas, releer libros que ya he leído, habitar espacios en los que soy protagonista. Como todo rasgo de personalidad, es un defecto al que estoy tan apegada que le empiezo a tener cariño como a una virtud. Pero me interesa la otra personalidad, y quiero ver si la literatura me sirve para entenderla, entender cómo funciona esa gente que disfruta de ser nueva en lugares, empezar violín y luego francés y luego tenis, andar por la vida con lo puesto, de trabajar de lo que sea con tal de cambiar, en lugar de abrazarse como yo a un trabajo y una ciudad que le dicen quién es. Por supuesto, me sentaré a ser autora para entenderlo, a hacer algo que sea mío: no manejo, pero del asiento del conductor no me bajo nunca.
TT
” Fuentes www.eldiarioar.com ”