en busca de las fuentes del Amazonas


Estábamos en Pisac, una de las fabulosas ciudades incas del Valle Sagrado del Cusco (justo cuando íbamos camino hacia ese mito que se llama Machu Picchu) cuando nos decidimos por hacer un párate y acercarnos a la orilla del Río Vilcanota para darnos el gusto de meter las patas en las aguas gélidas y descansar un poquito. Hablábamos en ese momento con un profesor de instituto de Nueva Inglaterra sobre lo imponente del lugar y de la importancia geográfica y cultural de aquella parte del mundo. También discutíamos sobre si la ciudadela de Machu Picchu, a golpe de historia mítica labrada desde su ‘descubrimiento’ por el aventurero Hiram Bingham dejaba muy por debajo maravillas como la propia Pisac –la que más nos gustó- o la vecina Ollantaytambo. Y en estas que nuestro amigo (que nos acompañó un buen trecho de nuestras andanzas por Perú) nos dice: y pensar que nos estamos mojando los pies en una de las fuentes del Amazonas…

Viajé algunos meses por Perú hace ya unos años. Fue uno de esos viajes que te tomas con calma. Sin prisas. Y pude darme el gusto de ir y venir y pasar casi quince días en los alrededores de Cusco explorando a gusto las inmediaciones de la antigua capital de los incas. Una de las excursiones me llevó hasta la otra de las grandes fuentes del gigante americano: el Río Apurímac. En este caso iba yo con la idea fija de ver el Puente de Q’eswachaka, uno de los últimos puentes colgantes del Perú que se sigue haciendo como en los tiempos del Imperio de las Cuatro Regiones (el Tawantinsuyu incaico). Este puente elaborado con cuerdas de paja (sí, con paja –la llaman ichu por estos pagos-) se ancla a pilares de piedra de tiempos de incas. Y se sigue elaborando siguiendo las técnicas y los rituales religiosos de aquella época (se construye cada solsticio de invierno siguiendo un modelo de trabajo comunal llamado Minka, que era como una especie de impuesto estatal destinado a la conservación de infraestructuras públicas). Pues el puente, que sirve para salvar un vacío de casi 30 metros, me acercó por primera vez al Río Apurímac, otra de las fuentes fundamentales de la cuenca amazónica y cauce que sirve como su nacimiento más remoto.



Aquí el Apurímac es aún un río joven y alegre; nada que ver con esas imágenes lodosas y casi mortecinas de las zonas bajas. La Cordillera marca los primeros 700 kilómetros del ‘Amazonas’ a través de gargantas de paredes verticales, saltos de agua y rápidos; como el que puedes ver bajo las cuerdas del puente. Un río impetuoso que se deja notar a través de un bramido imponente que rebota en las paredes de piedra y se hace notar desde muchos kilómetros de distancia. “Este es también el Amazonas; y mucho más que el propio Vilcanota”. Otra vez cara a cara con el gran río. Un río que articuló una de las grandes comarcas incaicas: aquí no nos encontramos con la acumulación de viejas ciudades del Vilcanota, pero sí con lugares de importancia como Choquequirao, otra de esas ciudadelas que nada tienen que envidiar a Machu Picchu (de la que está a apenas 50 kilómetros a vuelo de pájaro).

El Amazonas es el cauce de agua más importante del mundo. De lejos es el más caudaloso de la tierra y su cuenca abarca más de 7,5 millones de kilómetros cuadrados y desagua, como media, unos 209.000 m³ por segundo. Esto supone más que el Nilo, el Mississippi, el Yangtsé y el Congo juntos. En Iquitos, que fue el lugar dónde más adentré en este verdadero infierno verde, el río es una parsimoniosa masa de agua color café con leche de más de 3,5 kilómetros de anchura rodeada de un muro verde impenetrable. Aquí arriba, a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar, el río es aún impetuoso, limpio y abarcable desde el punto de vista de la escala humana.


El misterio de las fuentes del Amazonas se resolvió antes de ayer, como quien dice. En 1996 un periodista polaco llamado Jacek Palkiewicz consiguió reunir una variopinta expedición para buscar las primeras aguas del río más allá de la Laguna McIntyre, el lugar que la comunidad científica daba como origen del gigante desde hacía veinte pocos años antes. Y los resultados situaron el origen del río en el Nevado del Mismi, uno de los picos que forman el ‘skyline’ del espectacular Cañón del Colca –Chila-. Ya desde el siglo XVII se especuló con el origen andino del Amazonas. En 1641 el jesuita Cristóbal de Acuña mandó una carta al rey Felipe IV donde exponía que las fuentes amazónicas debían buscarse en las alturas de la cordillera. Desde entonces se inició una carrera que, con idas y venidas, se cerró, más o menos, en 1969 cuando el geógrafo peruano Carlos Peñaherrera situó el inicio de la cuenca en el arroyo Carhuasanta, en el macizo de Chila. Desde entonces, varias expediciones trataron de determinar el momento exacto hasta que Palkiewicz pudo demostrar que los primeros metros de la corriente tienen como escenario los hielos perpetuos del Mismi. Misterio resuelto. Y nuevo hito, porque con el descubrimiento, el Amazonas desbancó al Nilo como corriente de agua dulce más larga del planeta: unos 6.800 kilómetros frente a los 6.650 del río africano.


La placida eternidad de Juanita.- Arequipa es una ciudad hermosa. La llaman la Ciudad Blanca por el color de la piedra con la que se construyeron sus principales edificios históricos (con maravillas como la Basílica Catedral, la Plaza de Armas, los Claustros Jesuíticos o el Convento de Santa Catalina entre un patrimonio histórico apabullante). Pero hay un lugar muy especial que tiene mucho que ver con nuestro gigante. La Capilla de San Ignacio se encuentra en el complejo de Claustros Jesuíticos (General Morán 118), una manzana ‘ocupada’ por la iglesia de la Compañía, varios claustros y edificios anexos. Ni que decir tiene que es una de las grandes atracciones patrimoniales de la ciudad. Pero es la capilla la que tiene que ver con nuestro viaje. El espacio es único. Las paredes y la cúpula están decoradas con pintura al fresco hasta su último centímetro y se representan las selvas que quedan más allá de la Cordillera. Aquí se educaban los misioneros que se adentraban en las regiones amazónicas en los tiempos de la ‘colonia’.


Y justo al lado está el Museo de los Santuarios Andinos (La Merced, 110), en una casa colonial preciosa que guarda un verdadero tesoro. Aquí podemos ver a Juanita, la niña del Cerro Ampato. Juanita vivió a mitad del siglo XV. Apenas con unos 14 o 15 años fue conducida a lo alto del Cerro Ampato (6.290 metros de altitud) para ser sacrificada como ofrenda humana en el ritual de la Capacocha (algo así como obligación real en español). Estos sacrificios se realizaban cuando el imperio se veía convulsionado por sequías prolongadas o catástrofes –como la prolongación del fenómeno de El Niño-. Juanita estaba muy bien alimentada; estaba sana; tenía un cuerpo bien formado y esbelto; su dentadura era perfecta y fue enterrada con su cordón umbilical. Según los arqueólogos y antropólogos fue criada para justo ese momento crucial: criada y mimada para ser ofrecida a los dioses. Y ahí está la montaña como eje de todo lo sagrado. Como el propio Nevado del Mismi, el lugar dónde nace el Amazonas. Montañas sagradas.

Para llegar hasta los pies de esta mole que alcanza los 5.597 metros hay que acercarse hasta otro mito peruano: el Cañón del Colca. Esta hendidura vertical alcanza, en algunos lugares, los 3.000 metros de desnivel. Una verdadera locura. Visitar el Colca está entre las diez cosas que hay que hacer sí o sí en un viaje al Perú. El lugar es mágico; y al atardecer permite ver como los cóndores llegan desde la costa para dormir en sus buitreras. Estas aves gigantescas aprovechan las corrientes que ascienden por el cañón para llegar a sus guaridas sin esfuerzo. Desde los miradores podemos verlos a pocos metros y disfrutar de un espectáculo natural único (el otro lugar dónde pudimos verlos aún más cerca fue en Iruya, en Argentina). A lo largo del cañón podemos visitar pequeños pueblos con iglesias coloniales muy bonitas. Y también empaparnos de la cultura local. Y como premio para los más osados está la posibilidad de subir hasta la Quebrada del Carhuasanta para echarle un vistazo a las fuentes del Amazonas. Antes había que contratar un guía y un conductor para quedarse por las inmediaciones del Mismi y andar como dos horas y media para plantarte en el lugar (es un camino con nula dificultad técnica más allá de la altura). Hoy se organizan excursiones de dos o tres días (dependiendo si sales desde Arequipa o Chivay).


Notas para un viaje a Perú en relación con el Amazonas

El Valle Sagrado como previa a Machu Picchu.- No dejes de visitar el Valle Sagrado antes de ir hasta Aguas Calientes para hacer la excursión hasta Machu Picchu. A orillas del Vilcanota puedes ver verdaderas joyas arqueológicas como Pisac y Ollantaytambo: pero todo el valle hasta llegar a Machu Picchu está lleno de pequeños y grandes yacimientos. En el caso de Pisac hablamos de una ciudadela fortificada que no tiene nada que envidiar a la famosa Machu Picchu. Y en Ollantaytambo no sólo tienes la ciudadela. El pueblo se construyó sobre los cimientos de la antigua ciudad incaica y aún puede verse la planificación urbanística (en forma de mazorca de maíz) y la cuidadosa red de canales que llevan el agua a todos y cada uno de los rincones de la antigua ciudad.


Ir a ver el Puente de Q’eswachaka.- Llegar no es fácil y requiere de varias combinaciones de transporte público desde Cusco. La mejor opción es llegar hasta el pueblo de Combapata (se puede ir en una combi desde el paradero del Coliseo o en autobús en la línea que va hacia Puno). Desde aquí salen coches compartidos que te llevan hasta Quehue, el pueblo más cercano al puente. Aquí tienes dos opciones: o caminar (una hora y media por trayecto) o alquilar un taxi que te lleva y te espera una hora antes de volver al pueblo (unos 50 soles). La excursión merece la pena, aunque te va a demorar un día entero (si lo haces en coche privado desde Cusco) o dos si vas en transporte público. La recompensa es tener la oportunidad de ver un lugar único al que llega muy poca gente.


El Cañón del Colca y el Nevado del Mismi.- Para visitar el Cañón del Colca en transporte público hay que tomar un bus desde Arequipa hasta el pueblo de Cabanaconde (la duración del trayecto es de unas dos horas y el precio ronda los 7 euros). Desde este pueblo puedes acceder a alguno de los miradores del cañón bien a pie o en transporte privado. La distancia hasta el Mirador de San Miguel es de apenas 2,3 kilómetros y hasta el Mirador del Cóndor ya la cosa sube hasta los 13 kilómetros (sólo ida). Hay buses (Transportes Andalucía) que salen desde la Terminal Terrestre de Arequipa de madrugada (a las 4.00) y llegan a Cabanaconde a primera hora de la mañana para volver a eso de las 22.00 horas a la ciudad (en Perú amanece muy temprano y atardece también temprano). Desde el Mirador Cruz del Cóndor se ve el Nevado del Mismi. Como te decíamos antes, las excursiones para subir hasta las fuentes del Amazonas salen desde Arequipa (tres días) y Chivay (dos). Es posible ir desde Cabanaconde hasta Chivay en transporte público (la misma línea que viene desde Arequipa).

Fotos bajo Licencia CC: M M; Bryan Dougherty; Stefano Mura

” Fuentes www.eldiario.es ”

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