¿Qué podemos considerar un viaje, ya no el viaje de tu vida, una aventura, una visita o mero turismo? Es una pregunta que a menudo surge en la búsqueda del viajero por lo auténtico, cuando se propone descubrir algo y no conformarse con los epígrafes destacados de la clásica guía de viajes.
Ver fotos: 10 experiencias en barco para este verano
Podemos echar la vista atrás y tratar de identificar, de todos los viajes de nuestra vida, cuáles supusieron un verdadero hito, un auténtico descubrimiento y no solo una colección de postales. ¿Quizá aquellos en los que sucede algo inesperado? ¿Quizá cuando aparece alguien con quien no contábamos? ¿Qué buscamos, en el fondo, a través de miles de kilómetros, en cientos de ciudades y con cientos de actividades? Y, sobre todo, ¿cómo podemos hacer que cada viaje no solo sea “un viaje más”?
Para comprenderlo, quizá merezca la pena rebobinar: durante la Revolución Industrial, y a medida que se transformaban el comercio, la producción de bienes y, sobre todo los transportes, las experiencias empezaban a encontrar también su hueco en el mercado. Crecían las fábricas y las ciudades, pero aumentaban también las posibilidades de desarrollarse a través de la aproximación a diferentes lugares, culturas o idiomas.
El ser humano comenzaba a dar por hecha la supervivencia para llevar sus preocupaciones unos peldaños más arriba y dar con nuevas fuentes de ocio y placer.
Como con muchas otras tendencias surgidas a finales del siglo XVIII, el turismo se desarrolló hasta su absoluta masificación, un proceso que no parece tener fin y al que asistimos en un contexto muy distinto, cuando, más que un privilegio, viajar es casi un deber social. A veces, el placer se transforma en el agobio de los aeropuertos, los operadores, las reservas…
” Fuentes www.traveler.es ”