Aníbal Bueno (Orihuela, 1981) tuvo hasta 2009 una vida que él outline como “estándar”: pareja de toda la vida, vivienda en propiedad, un trabajo fijo de oficina, perro y coche. Luego llegó la disaster económica y se quedó sin trabajo, lo que se juntó con una ruptura sentimental. Fue entonces cuando, decidido a dar un cambio radical a su vida, viajó por primera vez a la selva camerunesa. Y desde entonces no paró. Aníbal pasa ahora entre 5 y 10 meses al año en el continente africano (sólo en 2022 viajó a 25 países) y es autor de Culturas Olvidadas, Faces of South Sudan y Final Tribes of Angola, libros centrados en el estudio de las culturas más inaccesibles del planeta. Su pasión por la fotografía antropológica la compagina con su agencia de viajes a lugares remotos, Final Locations.
¿Cuál fue la primera vez que fuiste a África? ¿Qué te llevó a ir?
La primera vez que visité África no tiene mucho misterio, si nos ceñimos a la realidad, ya que fue en un crucero por el Nilo, en Egipto, allá por el año 2007. Pero, curiosamente, siempre que evoco el concepto “primer viaje a África” me viene a la mente la expedición que hice a Camerún en 2009. Supongo que fue la que realmente me ató al continente, puso el contador a cero, y despertó en mí la inquietud que aún siento a día de hoy. Por lo tanto, hubo una primera vez física y una emocional. Lo que me llevó a visitar Camerún fue un cúmulo de cosas. Por un lado, siempre había querido viajar a África central, desde pequeño, pero nunca había tenido la oportunidad. Disfrutaba de una vida bastante estándar en aquel momento: mi pareja de toda la vida, mi vivienda en propiedad, mi trabajo fijo de oficina, mi perro y mi coche. Sin embargo, todo cambió con la disaster económica de aquella época, que me dejó sin trabajo, y esto se juntó con una ruptura sentimental. Me sumí en un cambio radical de vida, y, quizá, en una depresión, y decidí lanzarme a la piscina con aquel viaje iniciático a la selva camerunesa.
¿Cómo ha cambiado tu forma de ver el continente desde entonces?
Supongo que profundamente, aunque es difícil de analizar desde dentro. Actualmente paso más de la mitad del año en África, entre 6 y 10 meses cada año, y eso me ha hecho conocer más en profundidad algunas regiones del continente. Creo que el cambio de percepción -y el aprendizaje- son procesos paulatinos, y uno no es consciente de ellos hasta que se para a echar la vista atrás y revisar sus textos antiguos, sus narrativas pasadas. Considero que una de las cosas más importantes que ha cambiado en mí es la de eliminar la visión homogénea del continente. No solo se trata de enarbolar la tópica (pero necesaria) frase “África no es un país”, sino ir más allá y ser capaz de ver los interminables matices a nivel regional y native que presenta África. Esta visión caleidoscópica, junto a los conocimientos que vas adquiriendo con los años, te permite ser capaz de hacer análisis sociopolíticos y antropológicos mucho más precisos y acertados. Y nunca se deja de aprender.
¿Cómo puedes mostrar el continente sin caer en la trampa del “exotismo”? ¿Cuál es la frontera entre la aventura sana y la búsqueda del morbo?
Esta es una muy buena pregunta. Existen muchos prejuicios sobre África, y muchos intereses a la hora de mostrarla como un todo y como un lugar exótico y estereotipado. Y, cuando uno comunica sobre el continente y construye narrativas sobre él, debe tener mucho cuidado con esto. Siempre digo que la parte más difícil de nuestro trabajo no es la organización de expediciones a lugares remotos (que sin duda es un gran desafío), ni tan siquiera la seguridad en países en guerra o el acceso a determinadas áreas restringidas. La parte más difícil de este trabajo es la ética, porque afecta a la visión que tiene el mundo de todo un continente, en el que habitan 1.300 millones de personas. En este sentido, me parece muy útil mostrar el “detrás de las cámaras”. Dejar claro que, por ejemplo, en Etiopía existen maravillosas comunidades tradicionales en el valle del Omo, pero también macro ciudades modernas como Addis Abeba, con sus rascacielos y hombres de negocios. Todo ello existe, simultáneamente, y hay que decirlo. Creo que hoy en día las redes sociales son una herramienta muy potente para resolver dudas de nuestra audiencia y clarificar esos detalles que, a veces, no se muestran en nuestros trabajos principales y, así, dar la visión completa.
4. ¿País favorito de África? ¿Por qué? Dificilísima cuestión, pues no es lo mismo un país favorito para viajar, que uno para vivir, por ejemplo. Tengo muchos países favoritos en el continente, por diversos motivos. Camerún siempre estará en mi corazón por ser la chispa que desató el incendio que me ha llevado a donde estoy ahora mismo. En Etiopía conocí a mi mujer, en Sudán del Sur tengo a algunos de mis mejores amigos y fue donde le pedí matrimonio a mi pareja, en Uganda tenemos un maravilloso proyecto comunitario y además es el país donde me casé. Pero si tengo que mojarme, elegiría Angola. Angola me parece una joya sin igual: un país con paisajes de escándalo, fauna salvaje única, una diversidad cultural como no he visto en ninguna parte, un pasado político fascinante (a la vez que duro); y todo ello combinado con la amabilidad de sus gentes. Me sorprende que Angola siga siendo un destino poco turístico, supongo que aún pesan sobre este país los estigmas de las guerras pasadas, pero lo recomiendo fervientemente. De hecho, nuestra pasión por este territorio nos ha llevado a publicar este año un libro monográfico sobre la diversidad cultural del suroeste de Angola: Final Tribes of Angola.
Recientemente publicaste en redes sociales un ritual con hienas y niños en Nigeria, y dijiste que period de lo más difícil que has documentado. ¿Por qué?
En el trabajo de documentación, a veces, te enfrentas a situaciones especialmente duras. Que te remueven. Recuerdo siempre algunas de ellas y lo duro que fue realizar la labor fotográfica: los azotes a las mujeres hamer en Etiopía, los rituales vudú de Benín con decenas de sacrificios animales y calaveras humanas cubiertas de sangre, and so on. Sin embargo, hay dos eventos que han quedado especialmente marcados en mí por su dureza. El primero de ellos fue cuando documentamos en Pakistán el ritual Ashura (la conmemoración, por parte de los musulmanes chiíes, del martirio del imán Husayn). En ese festejo vimos cómo decenas de miles de personas, todas vestidas de negro, se autoflagelaban con cuchillas, muchos de ellos hasta perder el conocimiento por el exceso de sangrado.
Pero quizá la situación más desagradable para mí ocurrió el mes pasado, en Nigeria, cuando trataba de hacer unas fotografías a una hiena que había sido domesticada en una pequeña población junto a la frontera con Níger. Allí pasó algo que no esperaba, y para lo que no estaba preparado. Comenzaron a hacerme una demostración del grado de domesticación al que habían conseguido llevar al animal y, para ello, dejaron a varios bebés recién nacidos en el suelo, colocaron a la hiena junto a ellos y los cubrieron a todos con una manta, durante varios minutos, mientras danzaban alrededor y nadie sabía qué estaba ocurriendo bajo aquella tela. Fueron minutos de angustia. Para mí fue aterrador. Por suerte, la hiena period lo suficientemente mansa, pero el trasfondo de maltrato animal y la exposición de esos bebés al peligro me revolvió por dentro.
6. ¿Cómo consigues acercarte a sociedades que para muchos en Europa son inaccesibles? ¿Algún truco para los aventureros? Es una de las partes más complejas de este trabajo: acceder a determinadas comunidades. De hecho, ese grado de inaccesibilidad es precisamente lo que hace que estas sociedades conserven su cultura. De ser más accesibles habrían caído en la espiral de la globalización y la occidentalización. Aquí la figura clave es la del “fixer”. Para conseguir llegar a comunidades remotas y a culturas radicalmente diferentes a la nuestra necesitamos a una persona de confianza, que sea la que nos gestione la logística, los contactos, la parte económica, and so on. Y también que sea nuestros ojos y oídos sobre el terreno. Siempre digo que un buen fixer no solo nos traduce el idioma native, sino que nos traduce la cultura en sí misma: nos explica qué es lo que está pasando en cada momento y cómo comportarnos. Por lo tanto, el truco está en encontrar a esa persona de confianza que se convierta en nuestro socio native.
¿Qué recomendarías a alguien que viaja a África por primera vez?
Le recomendaría, lo primero de todo, que reflexione sobre cuáles son sus intereses. Para que un viaje a África cumpla nuestras expectativas primero tenemos que tener claras cuáles son. África está compuesta por más de 50 países, y cada uno de ellos por innumerables regiones diferentes, por lo tanto, tenemos infinidad de experiencias que podemos disfrutar en un viaje por África y se ha de elegir en concordancia con nuestros deseos. No es lo mismo hacer un viaje de safari por Tanzania y acabar en un resort de lujo en Zanzíbar que adentrarte en las densas selvas de República Democrática de Congo y realizar una semana de trekking para visitar a las comunidades indígenas más aisladas. Otra recomendación importante es la de cuidar mucho el aspecto sanitario. Hay que visitar un centro de vacunación internacional antes de emprender un viaje a zonas de riesgo. La malaria no es una broma, mata a más de medio millón de personas al año.
¿Alguna vez has tenido problemas con algún grupo que viaje contigo? ¿Cómo terminó? ç
Bueno, cuando uno viaja en grupo siempre pueden surgir problemas, y más si el viaje es a lugares tan aislados y a culturas tan diferentes. Hacemos viajes de aventura, nos metemos hasta la cocina. Y, en ocasiones, hemos tenido algún incidente: accidentes de coche (el último fue en Chad, en mitad del desierto) o algún susto con personas armadas. Pero, por suerte, todo ha terminado siempre sin consecuencias, porque trabajamos con los mejores profesionales locales, estamos siempre atentos a la información de última hora sobre el terreno (esto es muy importante), tenemos grandes seguros de viaje y vamos acompañados de escolta militar en aquellos lugares en los que es preciso.
También haces fotografía antropológica. ¿Qué pretendes mostrar con ella?
Sí, mi trabajo fotográfico se centra en el retrato. Y más concretamente en lo que yo llamo “fotografía antropológica de culturas minoritarias”. Con ella pretendo mostrar cosmovisiones a través de rostros y estéticas. Cuando alguien ve alguna de las fotografías que realizo tiende a fijarse en lo llamativo y fascinante de las decoraciones tradicionales de los protagonistas. Suele ser el primer impacto: lo estético, lo colorido, lo elaborado de las prendas y adornos tribales. Pero a mí me gusta ir al detalle. Mi trabajo es enseñar a mirar retratos. A descifrarlos. Captar a la audiencia por la estética y, una vez tengo su atención, guiarles en la lectura de cada uno de los detalles. En una fotografía de retrato hay infinidad de matices que nos explican cómo es la sociedad en la que vive esa persona: collares que indican el estado civil, peinados que marcan el estatus social, escarificaciones que señalan el grupo étnico, tatuajes que muestran qué enfermedades ha sufrido la persona, pulseras que especifican el tipo de religión que se profesa, indumentarias que definen la profesión o pendientes que establecen el paso a la edad adulta.
Cada retrato esconde muchísimos detalles de la persona fotografiada y su cultura. Y yo disfruto analizando minuciosamente todo eso. Y a nivel world, quiero creer que mi trabajo implica cierto activismo. Me gusta pensar que pongo mi granito de enviornment en la visibilización de culturas minoritarias que están en peligro de extinción. Intento darlas a conocer, dar voz a sus protagonistas y, en último término, favorecer su conservación. Según la UNESCO: “la diversidad cultural es el mayor patrimonio que tiene la humanidad”, y está en vías de extinción. A día de hoy hay miles de culturas al borde de la desaparición, según los últimos estudios. Y el proceso se acelera. Estamos muy concienciados de la pérdida de ecosistemas y especies animales, pero no tanto de la de culturas, y esto es grave, pues es nuestro mayor patrimonio.
¿Qué es para ti el turismo sostenible en África?
Yo creo que el concepto “turismo sostenible”, cuando hablamos de grandes expediciones, continúa siendo una quimera a día de hoy, en términos generales. El turismo de este tipo siempre es invasivo. Y el turismo contamina, tanto a nivel ecológico como a nivel cultural. Empezando por los aviones, siguiendo por los plásticos y terminando por los servicios y el acceso a las comunidades tradicionales. Necesitamos buscar fórmulas efectivas para el futuro. Dicho lo anterior, uno ha de tratar de hacer lo más sostenible posible su actividad turística en África (y en cualquier lugar). Y eso es precisamente lo que hacemos desde mi agencia de viajes: Final Locations. Uno de nuestros pilares es tratar de alcanzar esa sostenibilidad en los viajes -o acercarnos a ella para minimizar la huella-, y para ello tomamos ciertas medidas que hemos plasmado en un decálogo. Algunas de estas son: viajar en grupos reducidos, realizar un estricto management de los residuos, optimizar los desplazamientos o instruir en un escrupuloso respeto al medio ambiente y a las culturas que visitamos.
¿Alguna anécdota que nos permita comprender quién eres cuándo estás sobre el terreno?
Claro, anécdotas hay muchas. En varias ocasiones, mi impulso por “querer ir un poco más allá” me ha llevado a situaciones surrealistas. Recuerdo querer cruzar la frontera entre Etiopía y Yibuti, por tierra, con un visado que había obtenido on-line y, al llegar a la frontera y haberme sellado ya la salida de Etiopía, encontrarme con que no me permitían ingresar en Yibuti, porque en ese remoto puesto fronterizo no tenían lector de códigos QR para mi visado. Según me decían “eso era solo válido para la entrada por el aeropuerto”. Esta situación me llevó a estar bloqueado en terreno de nadie, pues tampoco podía volver a Etiopía, ya que mi visa etíope period de una única entrada y ya me habían sellado la salida. Estuve 4 horas en un vacío authorized, en territorio de ningún país, con un sol abrasador (desierto del extremo norte de Etiopía, el lugar más caluroso de África, en pleno mes de julio) y yendo de un puesto fronterizo al otro sin éxito.
En otra ocasión, en Sudán del Sur, en un área extremadamente remota, quise cruzar a una isla que se encontraba en mitad del río Nilo, donde había un campamento de ganado de la etnia mundari que quería fotografiar. Cruzamos a nado. Al llegar allí, mi fixer me dijo que tenía que volver al otro lado del río para traer algo de comida y una tienda de campaña. Se fue, y no volvió. Estuve 3 días en una isla en mitad del río Nilo, rodeado de vacas y de miembros de la etnia mundari, sin entender una palabra de lo que decían, sin comida -más allá de algún pescado que me daban de vez en cuando- y sin un lugar donde dormir que no fuese el suelo. Finalmente, al tercer día apareció mi fixer, se había perdido.
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