El templo de Segesta se alza solitario en un valle tapizado de vegetación del noroeste de Sicilia. Desde su enclave parece mirar melancólico hacia los restos de Egesta, la ciudad griega que lo vio nacer en el siglo v a.C. Su estructura de 36 columnas dóricas se conserva en excelente estado, gracias tal vez al hecho de que nunca llegó a cubrirse y por tanto carecía de interés para los saqueadores.
Los únicos que hoy merodean el templo son los pastores con sus rebaños y los turistas, pero en el pasado Segesta sufrió los continuos asedios de las tropas de Selinunte, el rico centro comercial de la Magna Grecia que quería asegurarse un puerto en el mar Tirreno. Aquella salida al mar es actualmente el pueblo costero de Castellammere del Golfo.
El poeta romano Virgilio ya escribió que la mejor vista de Segesta la ofrecía el monte Barbaro (431 m). Hoy un autobús supera los 2 km hasta lo alto del cerro, aunque se aconseja subir a pie, pasando junto a los vestigios de la ciudad primitiva. Arriba se alcanza el teatro (iii a.C.), que en verano acoge obras clásicas. Sus gradas para 3.000 personas siguen regalando aquel bello panorama, con el valle alrededor del templo y de fondo, el Mediterráneo.
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