Menos tolerancia y más pepas malas
“De entrada, el hecho de que estuvieran por tanto tiempo las fiestas paradas implicó que la tolerancia a las sustancias, especialmente psicoestimulantes, disminuyera un montón”, explica Juan Manuel Marín, de Corporación Sapiencia. “Entonces las personas van a llegar a la misma fiesta, al mismo bar, a consumir lo que consumían antes, pero les va a hacer más efecto”, señala Julián Quintero.
La reducción en el consumo se advertía desde el inicio de la cuarentena, cuando Échele Cabeza hizo una encuesta que mostró que, en términos generales, las personas redujeron su consumo de sustancias psicoactivas. Y el consumo que más bajó fue el de drogas de fiesta, como cocaína, éxtasis y 2CB (o “tusi”), con lo que las personas ahora están más expuestas a efectos adversos e intoxicaciones por sustancias que ya creían conocer.
El riesgo aumenta porque, después de año y medio de cierres, la gente sale con más ansiedad de fiesta y ganas de recuperar el tiempo perdido. “La expectativa de fiesta pone una expectativa mucho más grande en la experiencia psicoactiva, y eso puede llevar a sobredosificaciones”, explica Marín. “Esta reactivación va con toda, la gente está rumbeando un montón, y el afán de fiesta hace que aún si la droga está adulterada la consumen”.
El problema de la suplantación y adulteración -cuando le venden a una persona una sustancia diferente a la que busca adquirir, o cortan la droga con otras sustancias- está más vigente que nunca.
“En este momento los suplantadores y adulterantes son lo que está mandando la parada, y eso trae un mayor riesgo para la salud”, explica Maribel Restrepo, del Observatorio de Drogas del Eje Cafetero, de la Universidad Tecnológica de Pereira. “Las drogas de síntesis -como el éxtasis y los polvos- son las de mayor riesgo, porque se pueden elaborar en cualquier parte, y cada cocinero tiene su fórmula”.
En Sapiencia, un análisis realizado hace mes y medio a partir de una jornada de análisis de sustancias encontró que el 90 por ciento de las muestras estaban adulteradas o suplantadas. Échele Cabeza ha hecho un ejercicio similar desde que empezó la reapertura, y ha encontrado porcentajes variables de suplantación para diferentes drogas: desde 12 por ciento para el Mdma, hasta 72 por ciento para el 2CB. LINK
Ambas organizaciones advierten que las pastillas de éxtasis con frecuencia contienen en realidad catinonas, también llamadas gross sales de baño, que son estimulantes más potentes. Échele Cabeza también advierte de suplantación de cristales de Mdma con metanfetaminas, del LSD con un psicodélico más potente, y de preparaciones caseras de 2CB con la adición de opiáceos y otras sustancias depresoras.
Esto siempre ha sido un problema, pero la situación ha empeorado respecto a lo que se veía antes de la pandemia. Aunque es difícil comprobarlo, la hipótesis que nos dieron tres expertos consultados es que los cierres por el covid causaron una escasez de precursores para hacer drogas, que normalmente se traían de Europa.
“Se contrajo todo el mercado, no solamente porque se acabó la demanda, sino porque la oferta también se cierra. Hay un periodo de la pandemia donde el suministro de sustancias empieza a disminuirse”, explica Pablo Zuleta, del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed) de la Universidad de los Andes.
Esto hizo que aumentara la producción native de sustancias y los preparados caseros, con los que muchas personas experimentaron durante la cuarentena. “Esa práctica que empezó con el ‘tusi’ se está extrapolando a otras sustancias como el éxtasis y los papeles”, cube Marín, de Sapiencia.
A todo esto se suma que, con una reapertura lenta del sector luego de periodos largos de clandestinidad, muchos espacios de fiesta no han recuperado los estándares de calidad y seguridad adecuados para mitigar todos estos riesgos. Quintero, de Échele Cabeza, afirma que retrocedimos unos 5 años en la calidad de estos espacios.
Marín coincide, y señala que los organizadores de eventos ahora son menos receptivos a mejorar las condiciones de las fiestas: “Ha sido mucho más difícil llegar a acuerdos con los organizadores para tener un stand de información, espacios de descanso y un equipo de atención en caso de que haya deshidratación, malos viajes o intoxicaciones”, cube.
La búsqueda del mejoramiento de estas condiciones ha recaído en organizaciones de la sociedad civil como Sapiencia y Échele Cabeza. Al igual que la búsqueda de información actualizada sobre el consumo y las sustancias en el mercado, y en normal todas las estrategias de reducción de riesgos y daños a la hora de consumir.
El Gobierno nacional, a través del Ministerio de Salud, ni siquiera ha prendido una alarma.
Desde lo público se hace poco
“En este momento en el país hay varias estrategias de reducción de riesgos y daños, pero son iniciativas sobre todo de carácter privado, que funcionan de manera aislada. No hay una política integradora ni mucho menos una estrategia en salud pública que nos permita tener un mayor impacto”, cube Julián Molina, de la firma Consultoría Especializada en Drogas Salud y Sociedad, una iniciativa related a Sapiencia y Échele Cabeza en la ciudad de Medellín.
Esto tiene mucho que ver con el enfoque de drogas que ha caracterizado a Colombia. Desde 2007 se introdujo en la política pública colombiana el concepto de la reducción de riesgos en el consumo de sustancias, que, a diferencia de la prevención del consumo, asume que el consumo de drogas es una realidad, y busca fomentar iniciativas para que sea más seguro. 14 años después, los avances en este frente son lentos aún. En cambio, el enfoque se ha mantenido en erradicar la oferta y prevenir el consumo.
“Al país nunca le ha gustado realmente implementar estrategias de reducción de daños, nos gusta más la prohibición”, cube Catalina Gil Pinzón, del programa international de política de drogas de la Open Society Basis.
“Hay que entender que para reducir el daño no siempre hay que dejar de consumir, la abstención no siempre es la salida. No es una discusión de si la gente debe consumir o no, es cómo vamos a hacer para que haya menos riesgos y menos daños asociados a ese consumo”, agrega.
Tampoco hay un esfuerzo centralizado para la obtención de datos actualizados sobre el consumo de sustancias psicoactivas en el país. La última información disponible a nivel nacional se scale back a una encuesta realizada por el Dane en 2019. Desde entonces han surgido nuevas sustancias y nuevos riesgos, como los que ha identificado Échele Cabeza, y nuevos comportamientos y formas de consumo, especialmente tras los cambios que trajo la pandemia.
“Si uno no tiene datos epidemiológicos actualizados, las políticas que vayas a diseñar para el país se quedan cojas. El Estado no asume buscar datos fidedignos, pero no podemos dejarle todo a las iniciativas privadas”, cube el psiquiatra Jorge Aldás, especialista en adicciones.
Ahora, de cara a las fiestas de Halloween, nuevamente recae en Échele Cabeza y otras iniciativas privadas a lo largo del país la responsabilidad de reducir al máximo los malos viajes y las intoxicaciones de las miles de personas que saldrán de fiesta este fin de semana.
” Fuentes www.lasillavacia.com ”