¿Vamos a hacer algo o seguimos mirando? Y esta pregunta no es la primera vez que me la formulo.
Hablo de la manera en la que estamos acompañando a nuestros jóvenes en el camino del crecer.
Comienza la salida pandémica, de manera a mi criterio (y el de muchos) apresurada por los tiempos electorales. Adolescentes que salen de muchos meses de aislamiento, con toda el hambre de revancha.
Adultos amorosamente tibios, Estado absolutamente ausente desde hace varias décadas en este punto.
Hombros encogidos de padres y madres
“¿Que podemos hacer? Así son las cosas ahora”, dicen.
Hace unos años escribí una nota que titulamos: “Los chicos van a coquetear con la muerte con autorización de sus padres“. Mi hijo Santi, muy crítico siempre, en aquel entonces 17 años me decía que exageraba. Yo le decía que no y volvería a escribirla hoy exactamente con las mismas palabras.
Durante la pandemia trabajé con muchos grupos de jóvenes: egresados 2020, estudiantes, el alcohol y el confinamiento fueron temas de debate y reflexión. Se identificaban dos grandes grupos:
-Aquellos que reconocían con cierto asombro y hasta un leve disfrute, que no extrañaban el consumo de alcohol. Sí el encuentro con sus amigos, las fiestas, pero no el beber.
-Otro grupo que, montado en la rebeldía y la cultura de la inmediatez, organizaba previas a la nada misma, en sus propias casas, cada uno y cada una frente a las pantallas y bebían desenfrenadamente, jugando los juegos de desafiar limites: “Yo nunca, nunca”, “Verdadero o falso”, en versiones adaptadas al consumo etílico, entre otros.
Me han contado de 3 casos de comas alcohólicos en estos juegos durante la pandemia.
Por supuesto esto ocurría mientras los padres miraban Netflix en el dormitorio, y el alcohol desde ya comprado con dinero de los padres, dado que los chicos de 15 y 16 no trabajan.
Fiestas de egresados. Foto: Archivo Clarín
Hablo, y aclaro de chicos y chicas de clase media que viven con sus familias, van al colegio y temen crecer.
La realidad de los jóvenes en estado de vulnerabilidad es tema para otra nota.
Algomeración de adolescentes y jóvenes en una playa de Pinamar, durante el verano pasado. Foto Fernando de la Orden
¿Hacemos algo o seguimos mirando?
Encontré en una net una guía de juegos divertidos para tomar alcohol con amigos, cube: “En este artículo te mostramos una recopilación con los mejores juegos para beber que harán que lo paséis genial: juegos para beber con cartas, juegos para beber online, juegos para beber en pareja y ¡muchos más!”
Y confieso algo, me siento a veces casi un llanero solitario clamando por estas cosas. Hay ya juegos de mesas diseñados y en venta para estimular el desafío del shot.
Lo que me tranquiliza (o no tanto) es que en las charlas con padres y madres todos estamos de acuerdo. Por algún motivo, o varios, no están pudiendo llevar a la práctica aquello en lo que creen. Por eso vuelvo sobre este tema una y otra vez.
Salí a pasear hace dos semanas por el barrio de Palermo, en la ciudad de Buenos Aires. Zona de bares, restaurantes y mucha juventud. Me sorprendió, y me dio tristeza (mucha) ver la cantidad de chicos y chicas en absoluto estado de intoxicación.
Me preocupan, y advierto, a ver si esta vez SI hacemos algo. Se avecinan las fiestas de egresados 2021 de la pospandemia o en camino de salida. Se vienen los UUD (último último día de clases) y nada ha cambiado en los últimos años, o mejor dicho sí. Cada vez está más naturalizado el consumo de alcohol en jóvenes. Cada vez más naturalizado el consumo recreativo de hashish.
Nada por parte del Estado, muy poco del lado de los padres.
Hace unas semanas, en el marco de unas charlas en Mendoza, me convocó un grupo de madres preocupadas por sus hijos de 14 años que ya habían comenzado a beber alcohol. Les propuse armar una crimson de familias con mi supervisión, y en esa labor estamos. Hay cosas por hacer, hay muchas cosas por hacer.
La recomendación de la Sociedad Argentina de Pediatría es alcohol cero hasta los 18 años.
Efecto rebote
Podemos seguir mirando o podemos dejar la tibieza para otras cuestiones que no sea la salud de nuestros hijos. Me preocupa en este año en explicit el efecto rebote del aislamiento.
Me preocupa que hay muchos chicos y chicas con tristeza acumulada en la pandemia. Me preocupa la inacción de las familias. Me preocupa la ausencia del Estado.
Como padre, como profesional de la salud psychological, me preocupa, y por eso escribo esta nota, como canal de alerta y un intento de despertar voluntades.
Cuando doy las charlas para estudiantes les pregunto si en el grupo hay alguien que haya tenido un coma alcohólico. Se miran, ríen, las miradas siempre van dirigidas a alguno/a en explicit, complicidad entre el grupo.
Salvo en tres ocasiones, en distintas provincias del país y en distintos momentos. Ante la pregunta, silencio, y en estas ocasiones dos amigas rompen en llanto y se abrazan, en otro colegio fue un grupo de varones que se quebró.
Me cuentan que había muerto una chica hacía dos meses por consumo de alcohol. En el otro, accidente deadly con tres chicos muertos, el conductor intoxicado. En ninguno de los casos había sido advertido por las autoridades del colegio.
Les digo entonces a los chicos: la diferencia frente a esta pregunta entre la risa y el llanto es si perdieron un amigo o no, si lloran en el grupo una muerte que se podría haber evitado o no.
Entonces, ¿hacemos algo o seguimos mirando?
La omnipotencia adolescente en tiempos de COVID “¿Qué querés que haga? ¿Quién los frena a los chicos ahora, después de todos estos meses de encierro? Todos están descontrolados, hasta acá pudimos, ya no podemos limitarlos. ¿Qué hago, lo ato?”
Los aforos liberados, las precauciones en tiempos eleccionarios en un territorio más que tibio. Y los adolescentes lógicamente quieren fiesta.
Salvo algunos (que no son pocos) que tienen miedos lógicos después de todo este tiempo de vivir con la consigna de que afuera todo es peligroso.
Y advierto aquí, tengamos cuidado con la depresión y fobias en los jóvenes en la pospandemia.
Mientras tanto, tercera dosis de vacuna en debate y terreno de definición. Y muchos jóvenes dicen: “A mí no me va a tocar, no me vacuno nada”. Y los adultos se encogen hombros. Una vez más, resignados.
Y digo, me han contado pacientes que viven en Estados Unidos lo difícil que está resultando la salida pandémica por la gran cantidad de población antivacunas. La pandemia existe, y la vacuna es hoy la manera de frenarla. No soy epidemiólogo, claro, pero apelo al sentido común y a lo fáctico simplemente.
Pero digo, en este y otros casos: no le echemos la culpa al COVID. La tibieza amorosa de los adultos precede a la pandemia.
Y ahora en tiempos de acatar límites que vienen de la realidad y no de la voluntad y firmeza de padres y madres las cosas se complican. El adolescente se siente inmortal. No mide riesgos en muchos casos. Por eso vive muchas veces al límite, bebe al límite, desafía, y es su trabajo. El nuestro es cuidarlos.
El ser humano se debate siempre entre principio de placer y principio de realidad. Esto es, lo que deseamos y lo que tenemos que hacer. Las cosas no son como queremos. Y la adultez es parte de eso.
Tenemos que elegir, si seguimos funcionando como una sociedad infantil o damos el paso y crecemos.
Digo si la conciencia ethical y el deber ser de los adolescentes no es suficiente, entonces ahí debemos estar los padres para common. Así de sencillo, así de complejo.
Mucho por hacer, y es posible
Los padres y madres precisan armar redes, salir de la perplejidad y tomar riendas amorosamente firmes en estos tiempos. Salir de la trampa del “todos va, todos lo hacen“.
Y esa trampa se rompe desde la:
- Responsabilidad particular person
- La coherencia de cada familia y cada casa
- La no negociación con la salud (no en este caso de los hijos) sino de toda la población afectada.
- El compromiso y la responsabilidad social.
El Estado debe:
- Iniciar una campaña contundente, clara y precisa en donde se deje en evidencia que el consumo de alcohol en menores de 18 años es sumamente peligroso y se normatice lo necesario para que la ley de prohibición de venta de alcohol a menores sea de cumplimiento efectivo.
- Una campaña en donde se explique de manera viral que la marihuana es una sustancia adictiva que en menores incrementa riesgos varios, entre otros la apatía, la psicosis tóxica, and so on.
- Implementar una Escuela para padres, (dispositivo sencillo, económico e imprescindible) para acompañar a un colectivo de adultos totalmente desconcertados respecto de la crianza de los chicos.
Un colegio de zona sur de GBA me convocó desde la iniciativa de un grupo de padres y madres para armar una crimson de familias. Lo lograron, el resultado fue que al año la fiesta de egresados se celebró en el predio de la institución con docentes y familias, sin alcohol por supuesto y con estudiantes divertidos sin riesgos.
¿Parece mentira no? Pero sucedió.
Difícil pero no imposible
Esto va cambiar el día que tomemos conciencia, o como resultado de alguna tragedia que si seguimos así no tardará en llegar. Apuesto y convoco a autoridades y padres a trabajar para retomar las riendas que hemos perdido como cuerpo social. Es urgente, es posible, y no lo estamos haciendo. Somos responsables, estamos dejando a nuestros chicos solos.
¿Hacemos algo o seguimos mirando?
*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Autor de No huyo, solo vuelo: El arte de soltar a los hijos, Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y Herramientas para padres. Dirige, coordina y supervisa la @redasistencialpsi
” Fuentes www.clarin.com ”