Bryce Canyon es uno de esos lugares que merecen un viaje por sí mismos, pues posee una de las mayores concentraciones de chimeneas de hadas del planeta, algunas de las cuales se yerguen a 60 metros de altura. Miles de esbeltos pináculos, semejantes a agujas de catedrales, de colores rojo, naranja, rosa, amarillo, ocre o gris, cambian de tonalidad en función del cielo. Los senderos que se adentran en este laberinto geológico sorprenden en cada recodo.
Una cosmovisión geológica
Cualquier chimenea de hadas atrapa la mirada y su belleza justificaría una foto. Para los indios paiute, se trata de seres legendarios a quienes el maestro Coyote transformó en rocas (su nombre en esa lengua significa “caras rojas”). Ahora bien, estar petrificados no los hace menos vulnerables que un ser humano, pues en este escenario en equilibrio inestable, un hoodoo puede cambiar de aspecto de un año para otro o venirse abajo con un aguacero.
Entre los toboganes de grava que rodean las chimeneas de hadas, más de un pino ponderosa presenta el tronco enroscado como un sacacorchos, fruto de su perpetua oscilación para mantenerse vertical.
Bryce Canyon no es en realidad un cañón sino el reborde de una meseta descarnada por el río Paria. Esta atalaya erizada de pinos ponderosa se emplaza a una altitud entre 2.400 y 2.775 metros y en ella las noches son frías incluso en verano. Varios anfiteatros se abren en la vasta cornisa orientada al este. El principal mide 19 km de largo por 5 de ancho y tiene una profundidad de 240 metros.
Una carretera es el inicio de todo
Los mormones llegaron a la región en 1850 y enviaron al carpintero escocés Ebenezer Bryce con su esposa Mary a colonizar la zona. Los Bryce construyeron una carretera para traer madera y un canal para regar los cultivos y abrevar al ganado. Otros colonos empezaron a llamar al enclave “cañón de Bryce”. Una sucesión de sequías e inundaciones hizo partir a los indios paiute y también al matrimonio Bryce en 1880.
Pero la belleza del lugar empezó a ser noticia y diversos artículos ampliaron el interés por él. Se construyó el primer albergue y una serie de servicios para los turistas. Las visitas se multiplicaron en 1920, con la llegada del ferrocarril al sur de Utah. Surgió un movimiento para proteger la zona, y el 8 de junio de 1923 el Bryce Canyon fue declarado monumento nacional. Tras adquirir las propiedades privadas por decreto, el 25 de febrero de 1928 se convirtió en el decimoséptimo parque nacional de Estados Unidos.
Un paisaje de fantasía
Las coloridas formaciones rocosas en que la erosión modeló estas chimeneas de hadas, arcos, cortinajes y ventanas corresponden a sedimentos depositados en un mar interior que existió hace entre 63 y 40 millones de años. Posteriormente se elevó la zona, como el conjunto de la meseta de Colorado. Los hoodoos están formados por frágiles rocas sedimentarias, con areniscas más firmes en la cúspide que protegen hasta cierto punto a la chimenea de hadas de la erosión. El color rosado lo otorgan los óxidos de hierro y manganeso.
La mayoría de visitantes recorren el parque por la carretera lineal de 30 km que bordea los 13 miradores asomados a los anfiteatros. Se circula por ella en los autobuses del parque pero también en vehículo propio. Hay diversos cámpings en el bosque para autocaravanas y tiendas, muy solicitados en verano, y un magnífico lodge casi al borde la cornisa. Bryce Canyon tiene una madeja de 50 km de senderos bien delimitados y señalizados que surcan sus entrañas de roca. Algunos se entrecruzan y permiten cambiar de ruta sobre la marcha. El parque cuenta asimismo con 16 km de pistas de esquí.
Y todas las estrellas del firmamento
La altitud, la pureza del aire y la oscuridad del cielo hacen de Bryce Canyon un lugar excepcional para contemplar el firmamento. Se pueden observar más de 7.500 estrellas a simple vista, cuatro veces más que en la mayoría de zonas del mundo, y las actividades astronómicas nocturnas son tan comunes como el senderismo. Pero pernoctar en este gran anfiteatro orientado al este permite asistir sobre todo a la hoy multitudinaria ceremonia del amanecer. La luz del sol rasante transfigura entonces el bosque de chimeneas de hadas con reflejos y tonalidades de suma delicadeza, y entre ellas se alza en equilibrio inverosímil la conocida como Martillo de Thor.
Los Parques Nacionales de Estados Unidos
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”