Pablo Zulaica Parra (Vitoria, 1982) vivió su infancia en el País Vasco, a menos de dos manzanas de la doble vía electrificada Madrid-París. En ‘Paisajeros – Veinte viajes en tren y sus protagonistas’ (editado por GeoPlaneta) dice que el desván de su casa estaba lleno de trenes. «El primer regalo que recuerdo fue un tren a vapor de Ibertren con unas vías que formaban una ‘O’», escribe en un capítulo de un libro apasionante para los aficionados al mundo de los raíles y las locomotoras, de los viajes que no se venden en las agencias y de ese tipo de personajes que dejan una muesca en la vida. Explica Pablo Zulaica (periodista, trotamundos) que, en realidad, este libro se ha fraguado durante más una década con recuerdos recuperados y apuntes extraídos de sus diarios personales y con algunos textos publicados en medios de comunicación y revisados y ampliados para esta ocasión. Esa combinación de amor por el ferrocarril y de perseverancia a la hora de alimentar la memoria cobran vida en las 480 páginas de ‘Paisajeros’. A Pablo le encontramos esta vez en Urnieta, cerca de San Sebastián, y, como un signo del destino, un tren pasa cerca al comienzo de la conversación.
-¿Por qué amas tanto los trenes?
-Creo que me venía de familia. Mi padre tenía locomotoras escala N, de Ibertren. El primer juguete que recuerdo era un circuito circular, pero se me quedó corto en seguida. Vivíamos a una manzana y media de la estación de Vitoria y me iba a menudo con una cámara Kodak, regalo de la Primera Comunión, a hacer fotos de los trenes. Luego le robaba a mi padre, antes de que la leyera él, Maquetren, una revista de aficionados. Me dio por los trenes no tanto por el lado técnico, sino por la idea amplia del viaje y la curiosidad. Luego vino la época del Interrail (hice varios), de mochilero. Era publicista. Cuando decidí ver si podía vivir de hacer reportajes pensé en utilizar todo ese bagaje. Tuvo culpa también mi madre, que me regaló ‘El gran bazar del ferrocarril’, de Paul Theroux. Lo dejé en la estantería años, pero cuando lo empecé, no pude parar.
-¿De todos los trenes que has conocido, en cuál repetirías?
-El Patagónico, entre Bariloche y Viedma, más en el centro de Argentina que el en sur. Una vez leí que la patria es un estado mental, y allí sentí eso. Fue mi huida perfecta de un desamor. En el exterior nevaba un poco. Me aportó mucha calma. Y me gusta mucho el cono sur.
-¿Qué itinerario recuerda como el más singular o exótico?
-Paraguay en bici. Es un ferrocarril desmantelado, el último vapor de América, un dato impagable para alguien como yo. Pensaba que ya no había trenes de vapor, pero me hablaron de él unos aficionados en un vagón en el que tenían su sede, en Buenos Aires. Me dijeron: «Vete a la estación Federico Lacroze, toma ‘El Gran Capitán’ (un tren histórico) y vete a Posadas (Argentina), cerca de Iguazú. Crucé el río Paraná (era 2005) y en Encarnación (Paraguay) logré ver una locomotora a vapor que hacía unas maniobras en doscientos metros de ramal. Me subí, iba muy lento. Pensé que ese pequeño trayecto era único. Años después (2012) lo repetí recorriendo la línea entera en bicicleta, desde Asunción a Encarnación.
-El tren turístico que más le ha gustado….
-No me transmiten la esencia de la vida cotidiana. Sin embargo, me acuerdo mucho del Flåm, en Noruega. Lo hice en invierno con muy poca gente, y lo disfruté mucho. Mi hermano lo había hecho en verano, y nuestros relatos eran el blanco y el negro, nada que ver. Él estaba apesadumbrado por la cantidad de turistas que bajaban del crucero que llegaba al fiordo y tomaban este tren. Me aportó mucho esta comparación.
-¿Y de pasajeros?
-Creo que el Transiraní. Es un nombre de la línea, no hay un tren que se llame así. Recorrí un tramo de cinco horas, desde Andimeshk a Doroud, una línea que une los yacimiento petrolíferos en el Golfo con Teherán y luego una salida al Caspio. Ese tren fue una pieza central en el periodo del paisaje de entreguerras. Es un paisaje agreste, muy seco, desértico, que te deja embobado. Lo acompañé con lecturas de un vicecónsul español, Adolfo Rivadeneyra.
-¿El paisaje desde la ventanilla que más le ha impactado?
-El Chepe, Chihuahua-Pacíficio, en México. A las Barrancas del Cobre se las suele comparar mucho con el Cañón del Colorado. Y sí, es comparable. Es alucinante. Los estadounidenses decidieron que el material que traían de Asia se podía transportar por esta ruta de México en vez de atravesar EE.UU. de cosa a costa. Ahora es un ferrocarril turístico que también presta servicio social a la población tarahumara.
-¿Algún tren español?
-En el libro está la historia del Canfranero, de Zaragoza a Canfranc. Fui en 2014, antes de que cambiara todo, solo para subirme al ‘tamagochi’, un trenecito que era casi un autobús con ruedas. Y el paisaje del río Aragón es impresionante.
-¿Algún destino pendiente?
-Se me ocurre una ruta por Alaska, que tengo muchas ganas. También me queda la duda si será como se ve en las grandes fotos del tren, con las montañas nevadas, o tendrá más vida. No lo conozco, por eso quiero ir.
-En el libro se habla de trenes y de personajes que giran a su alrededor. ¿Se acuerda de alguien en especial?
-Podría pensar en Roland, un chico de Luxemburgo que conocí en el Buscarril, en Bolivia. Era un autobús Volkswagen de 1973 que iba por la vía. Era fruto de la inventiva y de falta de infraestructuras. Roland iba caminando por la vía tratando de buscar pistas de la construcción de este ferrocarril minero. Compartí caminatas que en aquel momento me parecieron impagables. Ese tren no salía ni en las guías.
-El mejor país para viajar en tren.
-India… Gana por goleada. Los británicos dejaron una red de ferrocarriles muy tupida, con curvas. Eso y la masificación, con las velocidades de hoy, provoca más de un accidente. Están unificando anchos de vía, pero tiene una red muy tupida que tiene muchos retrasos, de horas, pero que funciona. El país se vertebra por vías. La primerísima opción para viajar es el tren. Yo sentía que cada tren replicaba el sistema de castas en la India, como si cada vagón fuera una casta, un submundo. Se entiende mucho la sociedad india. Recomiendo tomar por ejemplo los Toy Trains, que están en la lista de la Unesco. Uno va de Shimla a Kalka. Otro puede ser el The Darjeeling Himalayan Railway, como en la película de Wes Anderson, aunque no es el tren que sale en la película. Para entender la cotidianidad del transporte en India, cualquiera valdría.
” Fuentes www.abc.es ”