Es el mediodía en la zona más exclusiva de Qatar, donde un piso puede costar cinco millones de dólares y una cena en un restaurant en un resort cinco estrellas, más de mil. Un grupo de españoles pasea por la marina del Porto Arabia, una de las partes de la isla synthetic que desde el cielo forma dos ostras. Al closing de la hilera de los imponentes yates amarrados, se paran frente a uno. “Este es el más grande, seguro es de algún jeque”, cube uno de ellos. Detrás de los españoles, llega un grupo de veinte argentinos. “Mirá papá, acá nos podemos alojar para el resto del Mundial”, cube en broma uno de los chicos vestido con la camiseta de la Selección.
Attila, el yate más imponente anclado en las cristalinas aguas de la Perla, period hasta el año pasado propiedad de un argentino: Mauricio Filiberti, dueño de la firma Transclor (líder en la fabricación de electroquímicos y sus derivados) y también accionista de Edenor. Ahora tiene en la popa, enrollada ya que casi no sopla viento, la bandera de las islas Caimán. El barco, de acero, teca y vidrio, está valuado en unos 70 millones de dólares y en medio de tanto lujo en la capital mundialista se transformó en una atracción turística.
Como parte de la rutina en medio del evento mundialista, la tripulación suele sentarse a tomar un café en Pour Over, el coqueto bar ubicado a 20 metros del yate. Este mediodía dos tripulantes, vestidos de remera gris y bermudas, trabajan en la popa. Mientras uno limpia con un cepillo la cubierta, el otro repasa con un rodillo algunos toques del exterior. Al rato, otros tres integrantes se suman a las tareas de puesta a punto del coloso de acero de 64 metros de eslora. Llega el capitán, de chomba blanca, para controlar los trabajos.
De acuerdo a lo confirmado a este diario (LA NACIÓN) por fuentes cercanas a Filiberti, un amante de los barcos, vendió el yate “hace un año”. El precio de venta, publicado en varios sitios especializados, period de US$70 millones. Mientras estuvo en manos del empresario del cloro, el Attila pasaba gran parte del año amarrado en el Mediterráneo, en la Costa Azul francesa. Y también acumuló varios viajes a través del Atlántico para recalar en aguas del Caribe. Ahora, con nuevos dueños rusos, llegó hasta esta extensión del océano Índico, entre Irán y la península arábiga.
La imagen de Attila ya había llamado la atención en los últimos meses, cuando la revista ¡Hola! sorprendió a Juanita Viale a bordo. En el verano europeo del año pasado, la conductora pasó unos días junto a su hija Ámbar en el yate. Su madre, Marcela Tinayre, es amiga de Filiberti, quien invitó a la nieta y bisnieta de Mirtha Legrand a relajarse frente a las costas de Cerdeña.
El barco fue construido por el astillero boutique italiano Sanlorenzo, que desde 1958 fabrica un número limitado de unidas a pedido y según las especificaciones del propietario. Del astillero ubicado en la Liguria italiana se botan unos 50 barcos al año.
El casco de acero de 64 metros de eslora se destaca entre el resto de los yates blancos y algunos de madera, anclados frente a las torres de más de veinte pisos y hoteles cinco estrellas. Si de afuera impacta, su inside es una verdadera joya. Fue diseñado por la Officina Italiana Design (OID). Cuenta con 275 metros cuadrados, cinco cubiertas, tres piletas, dos garajes, parrilla y una cava para 500 botellas.
En el diseño inside se destaca el uso de la madera de teca, vidrio y steel. Una revista especializada en yates de lujo describió hace un tiempo la impronta que había impuesto Filiberti al barco: “Una de las características más exclusivas del interior es el comedor especial en la cubierta principal, donde una cocina completamente equipada ocupa un lugar central a pedido del propietario argentino, que tiene pasión por la buena cocina”. La descripción se basa en la enorme parrilla que mandó a construirse en el inside. Requirió un acero inoxidable ignífugo especial y la instalación de un sistema avanzado de extracción de humo.
El piso superior está dedicado al propietario. Se trata de un gran espacio con una terraza en la proa con jacuzzi, salón privado y dormitorio en suite. En la popa, donde este mediodía trabaja gran parte de la tripulación, está la zona de descanso, con sauna, baño de vapor y sala de masajes. Antes de zambullirse en el mar o saltar en gomones o motos de agua, como hizo Juana Viale el año pasado, los invitados pueden zambullirse en la piscina de vidrio.
Los turistas e hinchas que por estos días invaden la Perla, se asombran con el barco que period de Filibierti, que tiene el dominio casi absoluto del mercado del cloro en la Argentina. Pese a cultivar un estricto bajo perfil, su nombre salió a la luz pública tras convertirse en accionista de Edenor, junto a los empresarios Daniel Vila y José Luis Manzano.
Conocido como el “Señor Cloro”, tiene 73 años y un patrimonio estimado en 300 millones de dólares. Según publicó LA NACION, Filiberti empezó en la industria química hace más de tres décadas. Hoy el 20% del negocio de Transclor es vender a AySA y otras empresas de agua los químicos necesarios para la potabilización del agua. El resto consiste en vender la materia prima para la fabricación de glifosato y otros elementos. De hecho, fabrica todas las lavandinas que se comercializan en la Argentina, a razón de 25.000 toneladas por mes. El cloro es un componente important en el 85% de los agroquímicos y tiene una participación de entre el 40 y el 75% en la manufactura de productos petroquímicos y farmacéuticos. Además, se usa para fabricar PVC, plásticos y hasta colchones.
Junto a Manzano y Vila, compraron Edenor a Marcelo Mindlin, de Pampa Energía: pusieron 20 millones de dólares cada uno. Filiberti sostiene que la operación implica una diversificación pure. Su compañía, Transclor SA, es uno de los mayores clientes de Edenor, por lo que consideró lógico para sus intereses comprarla.
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