Una niña corre despavorida hacia la salida de los pasajeros recién aterrizados en el aeropuerto de Gran Canaria. Cuando su madre la ve de lejos, acercándose hacia ella, la mujer deja caer sus rodillas, se inclina hacia delante, posa su cabeza sobre el suelo en señal de agradecimiento y rompe a llorar. Agarra a la pequeña de los pies, mientras la niña se lanza sobre ella y trata de levantarla para encontrar su regazo. Hasta que la abraza, hasta que la estruja fuerte, como si aún no asumiese el reencuentro.
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Después de un largo abrazo, un abrazo que parece eterno, la mujer sujeta a su hija y la separa ligeramente. Mira su cara. La acaricia. Ha pasado más de un año desde que se vieron por última vez, cuando no encontró otra opción que subirse a una patera y dejar a su pequeña en Marruecos a cargo de una conocida hasta recolectar el dinero suficiente para pagar el viaje de la menor y reencontrarse en Francia. La niña tenía nueve años cuando se quedó atrás; ahora tiene 11.
El vídeo fue difundido esta semana por Txema Santana, experto en migraciones y asesor del Gobierno de Canarias. “¿Cuánto dura un abrazo? Miles de kilómetros de distancia, un océano, frío, muchas noches y mucho miedo después, tras mil trabas y dificultades, madre e hija se pudieron encontrar”, decía.
La mujer se llama Maïmouna. Huyó de Costa de Marfil en 2018 para proteger a su pequeña, Yaya, del riesgo ligado a ser niña en la región donde creció. De allí huyeron a la carrera madre e hija con destino Marruecos, con el objetivo de alcanzar Europa y llegar a Francia, donde vive el padre de la menor desde hace cinco años. Él también escapó de la persecución ligada a la militancia política, según su relato.
A Marruecos llegaron en 2019 con la intención de estar de paso, pero sus planes se retrasaron debido a las dificultades para conseguir el dinero suficiente -con una pandemia entre medias- y encontrar el momento adecuado para subirse a una patera desde El-Aaiún (Sáhara Occidental ocupado por Marruecos) con destino Canarias. Las complicaciones para costear las dos plazas de la embarcación empujaron a Maïmouna a tomar una decisión que la llenó de angustia durante el año y medio separada de su hija, según cuenta a través de un audio.
En busca de ayuda
Su historia la cuenta Begoña Barrenengoa, una trabajadora social jubilada que dedica parte de su vida a ayudar, de forma voluntaria, a la población migrante llegada a Canarias. Su teléfono sonó el pasado 14 de febrero. Desde Francia, Maïmouna, preguntaba con desesperación por su niña de 11 años. Sabía en qué centro de menores estaba pero, decía, no sabía cómo hacer las gestiones necesarias para poder ir a buscarla. Le envió toda la información sobre la menor. Le pedía ayuda para llevarla a casa.
“La niña ya estaba en contacto con su madre telefónicamente. Llamé a la dirección del centro de menores para conocer qué documentación era necesaria para que la madre de la menor recuperase la custodia -dado que, al llegar sola, se encontraba bajo la guarda del Gobierno canario-”, explica Barrenengoa por teléfono a elDiaro.es. Para acreditar la filiación materno-filial la Administración pide una serie de trámites que se hubiesen alargado mucho más tiempo de no ser por la intervención de la voluntaria, que se desplazó a Francia con sus propios medios para recopilar todos los papeles necesarios.
Maïmouna, de 30 años, se despidió de su pequeña en enero de 2021. “Ha sido muy difícil… He pensado mucho cómo podría ser mi vida si ella muriese [en el mar]”, cube su madre en un audio al que ha accedido elDiario.es y en el que la mujer describe el miedo sufrido ante el viaje en patera de la pequeña. Pidió a una compatriota que cuidase de su hija en Marruecos, pero esta mujer tuvo que dejarla a cargo de otra mujer de Guinea Conakry, cuenta la voluntaria, con la que viajó a Canarias.
El viaje
La niña desembarcó en el puerto de Arguineguín en enero de 2022, un año después de la llegada de su madre, quien ya se encontraba en Francia. “Llegó en una balsa hinchable con casi 60 personas a bordo. 27 horas de viaje hasta Las Palmas. Fueron rescatadas a las 10 de la noche y llegaron a las seis de la mañana al puerto”, relata la trabajadora social.
Según el último informe de la ONG Caminando Fronteras, 978 personas han muerto tratando de llegar a España en el primer semestre del año, una media de cinco al día. De ellas, 938 personas han muerto o desaparecido en el mar y otras 40 murieron en la valla de Melilla. Un whole de 18 pateras han desaparecido con todos sus ocupantes y 118 mujeres y 41 niños han perdido la vida en el mar.
“Su madre ha sufrido la angustia de dejar a la niña que viaje en una zodiac que no está preparada para el Atlántico. Lo ha pasado muy mal y aún hoy no está recuperada”, cube Barrenengoa, quien ha dedicado seis meses a llamar a distintas puertas para lograr presentar toda la documentación necesaria para reunificar a la familia. En mayo llegó la resolución positiva del Cabildo de Gran Canaria -del que dependía su tutela-, pero una serie de complicaciones ligadas a los documentos de viaje retrasaron el encuentro.
Fue el pasado 4 de junio. Acompañada de una cuidadora y una psicóloga del centro de acogida, la niña esperaba nerviosa la llegada de su madre. “Había pasado meses preguntando que cuándo venían a buscarla y, al ser una niña, no entendía las dificultades de sus padres para recogerla. Yaya tenía la ilusión de pasar su cumpleaños con sus padres, pero al final la resolución no llegó a tiempo”, detalla. “Es una niña despierta, espabilada… En el centro de acogida ayudaba mucho a los otros niños… Le digo que va a tener un gran futuro, aunque debería recibir ayuda psicológica porque ha sufrido mucho al estar un año y medio sin sus padres, en un país desconocido”, cube.
Al otro lado, su madre atravesó dos países para reencontrarse con su pequeña en Canarias. Maïmouna no pudo estudiar cuando period una niña y nunca había viajado sola por Europa. Acababa de tener un bebé hacía nueve meses, al que aún amamantaba, cuando decidió viajar sola a España a pesar del riesgo que podría suponer para ella, dado que vive en Francia en situación irregular. “Necesitaba ser acompañada, así que tiré de contactos que fueron acompañándola en cada etapa del viaje”, cuenta la activista.
Tras el esperado abrazo no acababa el miedo. Madre e hija debían llegar a Francia de forma segura. De nuevo, una purple de voluntarios las acompañaron en su trayecto. Tras pasar una noche en Bilbao, la familia debía tomar un autobús de más de 13 horas para volver a casa. Barrenengoa había movilizado a contactos en Irún, ubicado en la frontera francesa, por el temor de que los agentes fronterizos les impidieron el paso. No hizo falta que la activista levantase el teléfono. Ya están todos juntos.
” Fuentes www.eldiario.es ”